La iluminación espiritual

Mahoma, Buda o Cristo

¿Sigue usted a Mahoma, Buda o a Cristo?

¿Puedo preguntar por qué alguien tiene que seguir a otro? Después de todo, la verdad o Dios no se encuentra imitando a otro; así solo nos convertiremos en máquinas. Por cierto, ¿.necesitamos, como seres humanos, pertenecer a alguna secta, ya sea el mahometismo, el cristianismo, el hinduismo o el budismo? Si erigimos a una persona como nuestro salvador, nuestro guía, entonces tiene que existir la explotación, el intento de moldear al mundo conforme a una estrecha secta particular. Mientras que, si no erigimos a nadie en autoridad, sino que descubrimos el valor de lo que fuere que ellos digan o que diga cualquier otro ser humano, entonces realizaremos algo que es perdurable; pero el seguir meramente a otro no nos lleva a ninguna parte.

Tengo entendido que ustedes son todos cristianos y dicen que siguen a Cristo. ¿Es así? Los seres humanos, ya sean cristianos o mahometanos o budistas, ¿siguen realmente a sus líderes? Es imposible, no los siguen. Entonces, ¿por qué se aplican ustedes a sí mismos rótulos y se separan unos de otros? Mientras que, si de verdad transformáramos el medio al que nos hemos esclavizado tanto, seríamos realmente dioses dentro de nosotros mismos, no seguiríamos a nadie. Personalmente, no pertenezco a ninguna secta, grande o pequeña. He encontrado la verdad, he encontrado a Dios o como gusten llamarlo, pero no puedo transmitir eso a otro. Uno puede descubrirlo solo mediante una consumada inteligencia y no imitando ciertos principios, ciertas creencias o a ciertos personajes.

¿Se necesitan instructores espirituales?

Pregunta: Dice usted que los ‘gurús’ o ‘guías espirituales’ son innecesarios, ¿pero cómo puedo yo encontrar la verdad sin la sabia guía y ayuda que solo un ‘gurú’ puede brindar?

Krishnamurti: Se trata de saber si un ‘gurú’ es necesario o no. ¿Puede hallarse la verdad por intermedio de otro? Algunos dicen que sí se puede, y otros dicen que no. Queremos conocer la verdad acerca de esto, no mi opinión como contraria a la opinión de otro. En este asunto yo no tengo opinión. O es así, o no lo es. Que sea esencial el que tengáis o no un ‘gurú’, no es cuestión de opinión. La verdad en este asunto no depende de opiniones, por profundas, eruditas o universales que sean. La verdad sobre la materia ha de ser descubierta, en realidad.

En primer lugar, ¿por qué queremos un ‘gurú’? Decimos que queremos un ‘gurú’ porque estamos confusos, y él resulta provechoso: él señalará qué es la verdad, nos ayudará a comprender, sabe mucho más acerca de la vida que nosotros, actuará como un padre, como un maestro para enseñarnos a vivir; posee vasta experiencia, y nosotros muy poca; nos ayudará gracias a su mayor experiencia, y así sucesivamente. Es decir, fundamentalmente, recurrís a un instructor porque estáis confusos. Si en vosotros hubiese claridad, no os aproximaríais a un ‘gurú’. Es evidente que si fuerais profundamente felices, si no hubiera problemas, si comprendieseis la vida completamente, no recurriríais a ningún ‘gurú’. Espero que veáis el significado de esto. Es porque estáis confusos que buscáis un instructor. Acudís a él para que os muestre un camino en la vida, para que disipe vuestra confusión, para hallar la verdad. Escogéis vuestro ‘gurú’ porque estáis confusos, y esperáis que él os dé lo que pedís. Es decir, elegís un ‘gurú’ que satisfaga vuestro deseo; escogéis de acuerdo con la satisfacción que él os brindará, y vuestra elección depende de vuestra satisfacción. No escogéis un ‘gurú’ que diga depended de vosotros mismos; lo escogéis según vuestros prejuicios. Y puesto que escogéis vuestro ‘gurú’ según la satisfacción que os brinda, no buscáis la verdad sino una salida de la confusión; y a la salida de la confusión se le llama equivocadamente verdad.

Examinemos primero esta idea de que un ‘gurú’ pueda disipar nuestra confusión. ¿Es que puede alguien disipar nuestra confusión? La confusión es el producto de nuestras reacciones. Nosotros la hemos creado. ¿Creéis que alguna otro persona haya causado estas miserias, esta batalla en todos los niveles de la existencia, interna y externamente? Ella es el resultado de nuestra propia falta de conocimiento de nosotros mismos. Es porque no nos comprendemos a nosotros mismos, porque no comprendemos nuestros conflictos, nuestras reacciones, nuestras miserias, que recurrimos a un ‘gurú’, el cual, según creemos, nos ayudará a librarnos de esa confusión. Solo podemos comprendernos a nosotros mismos en relación con el presente; y esa relación misma es el ‘gurú’, no alguien de afuera. Si no comprendo esa relación, cualquier cosa que el ‘gurú’ diga resulta inútil; porque si no comprendo la vida de relación ‑mi relación con la propiedad, la gente, las ideas-, ¿quién puede resolver el conflicto dentro mí? Para resolver ese conflicto, debo comprenderlo yo mismo, lo cual significa que debo darme cuenta de mí mismo en las relaciones. Para comprender, no es necesario ningún ‘gurú’. Si no me reconozco a mí mismo, ¿para qué sirve un ‘gurú’? Tal como un dirigente político es elegido por los que están en confusión ‑y cuya elección es también confusa- así yo elijo un ‘gurú’. Sólo puedo elegirlo conforme a mi confusión; de ahí que, como el dirigente político, él está confuso.

Lo importante, pues, no es quién está en lo cierto, si yo o los que dicen que un ‘gurú’ es necesario, sino el descubrir por qué necesitáis un ‘gurú’. Los ‘gurús’ existen para diversas clases de explotación, pero eso no viene al caso. Os brinda satisfacción que alguien os diga que estáis progresando. Pero el descubrir por qué necesitáis un ‘gurú’: ahí está la clave. Otro puede señalar el camino; pero vosotros tenéis que hacer todo el trabajo, aun cuando tengáis un ‘gurú’. Como no queréis enfrentaros con eso, descargáis en el ‘gurú’ la responsabilidad. El ‘gurú’ se vuelve inútil cuando existe una partícula de conocimiento propio. Ningún ‘gurú’, ningún libro ni escritura puede daros conocimiento propio; éste llega cuando os dais cuenta de vosotros mismos en vuestras relaciones. Ser, es estar relacionado; no comprender nuestras relaciones es desgracia, lucha. No daros cuenta de vuestra relación con la propiedad, es una de las causas de confusión. Si no conocéis vuestra verdadera relación con los bienes, por fuerza tiene que haber conflicto, lo cual acrecienta el conflicto en la sociedad. Si no comprendéis la relación entre vosotros y vuestra esposa, entre vosotros y vuestro hijo, ¿cómo puede otra persona resolver el conflicto que surge de esa relación? Algo análogo ocurre tratándose de nuestra relación con las ideas, las creencias, y los demás. Estando confusos en vuestra relación con las personas, con los bienes, con las ideas, buscáis un ‘gurú’. Si él es un verdadero ‘gurú’, os dirá que os comprendáis a vosotros mismos. Vosotros sois la fuente de todo malentendido, desavenencia y confusión; y solo podéis resolver ese conflicto cuando os comprendáis a vosotros mismos en la vida de relación.

No podéis hallar la verdad por intermedio de nadie. ¿Cómo lo podríais? La verdad, por cierto, no es cosa estática; no tiene morada fija; no es un fin, una meta. Por el contrario, ella es viviente, dinámica, alerta, animada. ¿Cómo podría ser un fin? Si la verdad es un punto fijo, ya no es la verdad; es entonces una mera opinión. La verdad es lo desconocido, y una mente que busca la verdad jamás la encontrará. Porque la mente está formada de lo conocido; es el resultado del pasado, del tiempo, cosa que podéis observar por vosotros mismos. La mente es el instrumento de lo conocido, y de ahí que no puede hallar lo desconocido; solo puede moverse de lo conocido a lo conocido. Cuando la mente busca la verdad, la verdad sobre la que ha leído en libros, esa verdad es autoproyectada; pues entonces la mente solo anda en busca de lo conocido, de algo conocido más satisfactorio que lo anterior. Cuando la mente busca la verdad, lo que busca es una proyección de sí misma, no la verdad. Un ideal, después de todo, es autoproyectado; es ficticio, irreal. Lo real es aquello que es, no lo opuesto. Pero una mente que busca la realidad, Dios, busca lo ya concebido, lo conocido. Cuando pensáis en Dios, vuestro Dios es la proyección de vuestra propia concepción, el resultado de influencias sociales. Sólo podéis pensar en lo conocido; no podéis pensar en lo desconocido, no podéis concentraros en la verdad. En el momento en que pensáis en lo desconocido, ello es simplemente lo conocido, una proyección de mí mismo. En Dios o en la verdad no se puede pensar. Si pensáis al respecto, no es la verdad. La verdad no puede buscarse: ella viene a nosotros. Sólo podéis ir en pos de lo que es conocido. Cuando la mente no está torturada por lo conocido, por los efectos de lo conocido, solo entonces la verdad puede revelarse. La verdad está en toda hoja, en toda lágrima; ha de ser captada de instante en instante. Nadie puede conduciros a la verdad; y si alguien os conduce, solo puede ser a lo conocido.

La verdad solo puede venir a la mente que está vacía de lo conocido. Adviene en un estado en el cual lo conocido está ausente, no actúa. La mente es el almacén de lo conocido, el residuo de lo conocido; y para que la mente se halle en ese estado en que lo desconocido se manifiesta; ella debe darse cuenta de sí misma, de sus experiencias anteriores, conscientes así como inconscientes, de sus respuestas, reacciones y estructura. Cuando hay completo conocimiento de uno mismo, entonces lo conocido tiene fin y la mente está del todo vacía de lo conocido. Sólo entonces la verdad puede venir a vosotros, sin que la invitéis. La verdad no pertenece a vosotros ni a mí. No podéis rendirle culto. No bien es conocida, ella es irreal. El símbolo no es la realidad, la imagen no es lo real; mas cuando hay comprensión de uno mismo, cesación yo, entonces adviene lo eterno.