La iluminación espiritual

El infierno

El infierno

Según el actual pontífice, el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe, es eterno, no está vacío y la salvación no llegará para todos. Es bueno recordar que Juan Pablo II había corregido la visión del infierno en el verano de 1999. El cielo, dijo entonces, no es un lugar físico entre las nubes, el infierno tampoco es un lugar, es la situación de quien se aparta de Dios. La verdad es que presionados por el afán y la superficialidad, los medios terminan afirmando lo que no es cierto. En realidad Juan Pablo II nunca desconoció la existencia del infierno, solo afirmó que era un estado del ser humano: el infierno lo producimos nosotros, y es, básicamente, la ausencia de Dios. O sea que Benedicto XVI y Juan Pablo II, ambos tradicionalistas a ultranza, coinciden en este tema. Juan Pablo II no eliminó el infierno, pero hay que elogiarlo porque desmontó la creencia en el infierno y el cielo como lugares físicos de llamas o de angelitos y nubecitas blancas.

Un defensor de la atrevida hipótesis según la cual el infierno estaría vacío es el teólogo suizo Urs Von Baltasar, amigo de Benedicto XVI. Pero el Papa reiteró de modo categórico tres cosas: el infierno existe, es eterno y no está vacío. Juan Pablo II, tan conservador como el actual, tenía una gran ventaja: su inmenso carisma y su bondad. Por eso, la gente lo admiraba, aunque en su mayoría no siguiera sus enseñanzas. Por el contrario, el Papa actual no conecta con las masas, y, siendo un gran teólogo, carece de simpatía y de carisma. Su decisión de hablar del infierno sin matices no es su primera vuelta al pasado, también ha autorizado misas en latín con el oficiante de espaldas a los feligreses y censura sin piedad a los teólogos de avanzada.

¿Cuándo será que tantos jerarcas aterrizan y se conectan con el mundo real y con el evangelio? La Iglesia, sin dejar de predicar el amor, que es bien exigente, gana mucho si arroja por la borda moralismos trasnochados, cambia estructuras pesadas, vuelve a lo esencial y comparte con la humanidad la vida de Jesús y los tesoros de espiritualidad que la iluminan. No es justo que el frío diagnóstico del filósofo Sartre, el infierno son los otros, se cumpla en los que alejan a las masas de Dios en credos centrados en el poder, no en el amor.

Las iglesias tienen mucho que ofrecer, pero a veces no son puentes hacia Dios, sino muros impenetrables. En lugar de la amenaza del infierno, la humanidad reclama una fe experiencial, ritos vivos, mística y una espiritualidad que seduzca. Acosadas por el vacío interior y el materialismo, las personas tienen sed de Dios, pero les cuesta sintonizar con Él en las religiones tradicionales. Entonces, lejos de la luz, la gente sufre atrapada en la ciénaga del poder sin ética, el placer sin amor y el poseer sin solidaridad. Y eso sí es el infierno.