La iluminación espiritual

El sentimiento del perdón

PERDÓN SIN EXCEPCIÓN

La propuesta con relación a la dualidad básica expresada en el ser humano, a través de la mente y el corazón, o de la razón y el sentimiento, necesita buscar amplios consensos para compartir la redefinición de algunas palabras importantísimas porque son la base de esta nueva visión del Quinto Tawantinsuyo. La primera palabra que propongo redefinir y precisar es la palabra sentimiento.

El sentimiento es para mí el sentimiento. Esto quiere decir que no son dos ni tres ni cuatro, sino el sentimiento, único y sagrado. Y este solo puede ser definido con la palabra Amor y es, a la vez, el representante del arquetipo de la unidad. Está invariablemente en el corazón de todo lo que existe. Este sentimiento-amor es la perfecta expresión del amor de quien diseñó y creó toda la manifestación. Fue puesto en el corazón de todos los seres como el regalo más grande que un padre y una madre pueden darle a sus hijos: un pedazo de sí mismos, para que nos comuniquemos, para que nos encontremos, para que recordemos que, en esencia, todos somos lo mismo; que, en la unidad, somos lo mismo. Esta es la clave mediante la cual podemos reconocernos en la igualdad.

La unidad básica se divide a sí misma en dos partes. Una sigue representando la unidad, la otra representa la dualidad. En esta visión apoyada por la tradición, el corazón está relacionado con la unidad y, en concordancia con todos los otros atributos de esta parte de la dualidad, está relacionado también con la inmutabilidad. Por eso, el amor es único y no ha cambiado desde el comienzo de la creación. El mismo amor con el que todo fue creado estuvo siempre en el corazón del primer hombre y de la primera mujer que caminaron sobre esta tierra y es exactamente el mismo que está en tu corazón y en el mío. No hay diferencia entre un amor y otro, no hay calidades de amor. El amor es único e incondicional. Lo siente o no lo sientes.

¿Qué pasa con todo lo demás que pensábamos que eran sentimientos?. Según este enfoque, todo lo demás son emociones y están en la mente. Esto no quiere decir que necesariamente sean buenas o malas, o que hay que desestimarlas. Las emociones son de todo tipo, de diferente intensidad y son parte de nuestra realidad.

Llegar a un buen acuerdo sobre la redefinición de la palabra sentimiento me parece algo fundamental para lograr mayores acuerdos. Es importante liberarla de toda connotación negativa como la que se le da en el uso diario. No decir más siento pena o siento cólera, ni siquiera siento alegría. Este entendimiento plantea que yo no siento nada de eso y solo siento amor. Lo que deberíamos decir es tengo pena en mi mente o tengo pensamientos de cólera o de envidia o, simplemente estoy alegre. El sentimiento será siempre uno, puro, inagotable, indestructible, inmutable y eterno en el corazón de cada ser, mientras que las emociones de la mente serán la expresión de la diversidad, siempre muchas, siempre cambiantes. Podrán ser positivas o, a veces, negativas; no las juzgamos, solo las observamos como una realidad, para que cuando las cosas estén lo suficientemente claras, logremos cambiarlas.

Ahora ya podemos seguir conversando, tenemos algo grande en común, mi sentimiento es exactamente igual al tuyo, tú amas tanto como yo, nuestra diferencia no está en nuestro sentimiento, sino en nuestra mente. Y esta diferencia no tiene por qué ser una barrera insalvable entre nosotros. Por el contrario, es la oportunidad de atrevernos juntos a contemplar, celebrar y honrar el misterio de la vida que es la diversidad expresada en nuestras diferencias. Es siempre fue, es y será la esencia del Tawantinsuyo.

Mi mente no tiene odio para quien no cree lo que yo creo. Odiar a alguien por pensar diferente suele ser un problema frecuente para quienes no tienen las cosas claras sobre qué es lo que nos une y qué es lo que nos separa. Por eso, no pretendo convencer a nadie, solo desplegar mi propuesta como una alfombra ante tus pies. Si te sirve, úsala.

Es frecuentemente usado el patrón mental que hace que tengamos odio o, por lo menos, que no apreciemos a quien tenga ideas contrarias a las nuestras, sobre todo por cuestiones políticas y religiosas. Todos, en algún momento, hemos visto desde familiares enfrentándose hasta países destruyéndose por estos dos temas. Nuestras creencias no deberían separarnos tanto. Esta es una de las claras evidencias de cómo lo religioso no se encuentra en el corazón, sino en la mente. La mente puede producir emociones muy intensas de devoción y experiencias místicas, pero cuando le tocas sus creencias, punto, se acabó el diálogo, comienza la guerra. Mi hermano se vuelve mi enemigo.

La palabra religión es una de las que ha sufrido mayores cambios en su significado. Ahora llamamos religiones a algunos movimientos políticos con una base humanista. La religión –de religar, volver a unir- está muy lejos de cumplir ese objetivo. Cada vez es más una causa de separación y distanciamiento. No estoy diciendo que sea malo tener creencias, ni tampoco una religión –una forma de religarnos-. Las creencias también son hermosas y es perfecto que cada uno tenga las suyas y que cada quién se agrupe según sus afinidades, pero no podemos ignorar el daño que generan la intolerancia o el abuso de quienes, apoyados por el poder económico, hacen todos los esfuerzos para destruir la diversidad. Cuando nos volvemos conscientes de que lo que nos une es algo tan grande, nuestras diferencias podrían verse insignificantes. Una trampa que debemos evitar es que, en el ardor de defender nuestras creencias, nos volvamos mentes insensibles, dogmáticas, descontroladas, fanáticas, incapaces de percibir el propio corazón, el propio amor y el daño que podemos causar a los demás.

Otro regalo maravilloso que se desprende de la visión del sentimiento único es que se vuelve mucho más fácil comprender y perdonar a las personas que, en su ignorancia, cometen acciones deplorables. Si asumimos que en el corazón de todo ser humano reposa la misma chispa sagrada del mismo amor – del gran amor que nos concede a todos la igualdad de nuestras sacralizad- y si aceptamos que, en la diversidad de nuestras mentes, cualquier mente – por confusión o ignorancia, permanente o temporal- puede tener pensamientos que, finalmente hagan daño a uno o muchos seres humanos, será mucho más fácil comprenderlos y hasta perdonarlos. Pues según esta visión, hasta el hombre más malvado merece ser perdonado porque, en esencia su corazón es igual al nuestro. La diferencia es que su mente escogió los caminos equivocados. Mente y corazón son la expresión última de las energías primordiales, la gran dualidad que continuaremos investigando en todas sus manifestaciones.