La sabiduría del indio Narada

Narada devoto de Hari. Tan grande era su devoción que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie en el mundo que amara a Dios más que él.

ANTHONY DE MELLO

EL SABIO INDIO NARADA

La verdadera devoción.

El sabio indio Narada era un devoto del Señor Hari. Tan grande era su devoción que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie en todo el mundo que amara a Dios más que él.

El Señor leyó en su corazón y le dijo: Narada, ve a la ciudad que hay a orillas del Ganges y busca a un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía.

Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre de Hari una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Hari. Y Narada pensó: ¿Cómo puede ser un devoto de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?.

Entonces el Señor le dijo a Narada: Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota.

Narada hizo lo que se le había ordenado. ¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la ciudad?, le preguntó el Señor.

Ni una sola vez, Señor, respondió Narada. ¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?.

Y el Señor le dijo: Ese cuenco ha absorbido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino, que, a pesar de tener que cuidar de toda una familia, se acuerda de mí dos veces al día.

EL DEVOTO

El devoto se arrodilló para ser iniciado en el discipulado, y el gurú le susurró al oído el sagrado mantra, advirtiéndole que no se lo revelara a nadie.

¿Y qué ocurrirá si lo hago?, preguntó el devoto.

Aquel a quien revelares el mantra, le dijo el gurú, quedará libre de la esclavitud de la ignorancia y el sufrimiento; pero tú quedarás excluido del discipulado y te condenarás.

Tan pronto hubo escuchado aquellas palabras, el devoto salió corriendo hacia la plaza del mercado, congregó a una gran multitud en torno a él y repitió a voz en cuello el sagrado mantra, para que lo oyeran todos.

Los discípulos se lo contaron más tarde al gurú y pidieron que aquel individuo fuera expulsado del monasterio, por desobediente.

El gurú sonrió y dijo: No necesita nada de cuanto yo pueda enseñarle. Con su acción ha demostrado ser un gurú con todas las de la ley.