La iluminación espiritual

Patrón interno de la realidad espiritual

PERCEPCIÓN DE LA REALIDAD

Amigos, me gustaría que hicieran ustedes un descubrimiento vital, no un descubrimiento inducido por la descripción de otros. Si alguien les hubiera hablado, por ejemplo, del paisaje de aquí, vendrían con sus mentes ya dispuestas a causa de esa descripción, y entonces tal vez se sentirían decepcionados por la realidad. Nadie puede describir la realidad. Ustedes deben experimentarla, verla, percibir toda su atmósfera. Cuando ven su belleza y exquisitez, experimentan una jubilosa renovación, una reavivación interna.

Casi todas las personas que creen estar buscando la verdad, ya han dispuesto sus mentes para recibirla, estudiando las descripciones de aquello que están buscando. Cuando uno examina las religiones y las filosofías, encuentra que todas han tratado de describir la realidad; trataron de describir la verdad para su propio gobierno. Ahora yo no voy a tratar de describir lo que para mí es la verdad, porque eso sería un intento imposible. Uno no puede describir ni comunicar a otro la plenitud de una experiencia. Cada cual debe vivirla por sí mismo.

Como la mayoría de la gente, ustedes han leído, han escuchado e imitado; han tratado de averiguar lo que otros han dicho acerca de la verdad y de Dios, acerca de la vida y la inmortalidad. De modo que tienen una representación mental, y ahora desean comparar esa representación con lo que voy a decir. O sea, que la mente de ustedes está buscando solo descripciones; no tratan de descubrir nada nuevo, sino que solo tratan de comparar. Pero dado que yo no intentaré describir la verdad - porque la verdad no puede ser descrita -, es natural que la mente de ustedes llegue a confundirse.

Cuando sostenemos ante nosotros una imagen que tratamos de copiar, un ideal que tratamos de seguir, jamás podemos afrontar plenamente una experiencia; jamás somos sinceros, veraces, respecto de nosotros mismos y de nuestras propias acciones; siempre estamos proyectándonos con un ideal. Si de verdad sondearan ustedes sus mentes y sus corazones, descubrirían que vienen aquí para obtener algo nuevo: una idea nueva, una nueva sensación, una nueva explicación de la vida, a fin de poder moldear, de acuerdo con eso, sus propias vidas. Por lo tanto, en realidad vienen en busca de una explicación satisfactoria. No han venido con una actitud de frescura, de modo que, mediante la propia percepción, la propia intensidad, sean capaces de descubrir el júbilo natural de la acción espontánea. La mayoría de ustedes está buscando una explicación descriptiva de la verdad, pensando que si pudieran descubrir qué es la verdad, podrían moldear sus vidas conforme a esa luz eterna.

Si ése es el motivo de su búsqueda, entonces ésa no es una búsqueda de la verdad. Es, más bien, una búsqueda de consuelo, de bienestar; no es sino un intento de evadir los innumerables conflictos y luchas que deben afrontar todos los días.

El impulso de buscar la verdad nace desde el sufrimiento; en el sufrimiento radica la causa de la insistente investigación y búsqueda de la verdad. Sin embargo, cuando ustedes sufren - como de hecho sufre todo el mundo -, lo que buscan es un remedio y alivio inmediatos. Cuando sienten un momentáneo dolor físico, para aminorar el sufrimiento obtienen una momentánea angustia mental o emocional, tratan de obtener consuelo e imaginan que la búsqueda de la verdad es una manera de encontrar alivio al pesar que experimentan. De ese modo, están procurando continuamente una compensación para sus dificultades, una compensación para el esfuerzo que se ven obligados a hacer. Eluden la causa principal del sufrimiento y, en consecuencia, viven una vida ilusoria.

Así que esas personas que siempre proclaman estar a la búsqueda de la verdad, de hecho la están perdiendo. Han encontrado que sus vidas son insuficientes, incompletas, carentes de amor, y piensan que tratando de obtener la verdad, encontrarán satisfacción y consuelo. Si ustedes se dijeran francamente que lo único que buscan es consuelo y compensación para las dificultades de la vida, serían capaces de abordar el problema inteligentemente. Pero en tanto pretendan para sí mismos que buscan algo más que mera compensación, no podrán ver las cosas con claridad. Lo primero que deben descubrir, pues, es si realmente y de manera fundamental, están buscando la verdad.

El hombre que busca la verdad no es un discípulo de la verdad. Supongamos que uno de ustedes me dice: No he conocido el amor en mi vida; ha sido una vida pobre, una vida de aflicción continua; por lo tanto, busco la verdad a fin de lograr consuelo. Entonces tengo que señalar que la búsqueda de consuelo es una completa ilusión. No hay tal cosa en la vida como consuelo y seguridad. Lo primero que hay que comprender es que debemos ser absolutamente francos.

Pero ustedes mismos no están seguros de lo que realmente desean: desean consuelo, alivio, compensación y, no obstante, al mismo tiempo desean algo que es infinitamente más grande que la compensación y el consuelo. Se hallan tan confundidos, que en un momento acuden a una autoridad que les ofrece compensación y consuelo, y al momento siguiente se vuelven hacia otra que les niega tal consuelo. Así, la vida de ustedes se convierte en una existencia refinada e hipócrita, una vida de confusión. Traten de descubrir lo que realmente piensan; no pretendan que piensan lo que ustedes creen que deben pensar. Entonces, si son conscientes, si están plenamente despiertos a lo que hacen, sabrán por sí mismos, sin analizarse, lo que realmente desean. Si son plenamente responsables en sus actos, sabrán, sin autoanálisis, lo que en realidad están buscando. Este proceso de descubrimiento no necesita un gran poder de voluntad, una gran fuerza, sino solamente el interés por descubrir lo que piensan, por descubrir si son realmente honestos o si están viviendo en la ilusión.

Hablando a grupos de oyentes en todo el mundo, encuentro que más y más personas parecen no comprender lo que digo, y eso ocurre porque llegan con ideas fijas; escuchan con su actitud predispuesta, sin tratar de descubrir qué es lo que tengo que decir, sino solo esperando encontrar lo que secretamente desean. Es inútil decir: Aquí hay un ideal nuevo al cual debo amoldarme. Descubran, más bien, lo que realmente piensan y sienten. ¿De qué modo pueden descubrir lo que realmente piensan y sienten? Desde mi punto de vista, pueden hacerlo solo si están atentos a la totalidad de la vida que viven. Entonces descubrirán hasta qué punto son esclavos de sus ideales y, al descubrirlo, verán que han creado ideales meramente para su propia consolación.

Donde hay dualidad, donde hay opuestos, tiene que existir la conciencia de nuestro estado incompleto. La mente se halla atrapada en los opuestos, tales como el castigo y la recompensa, el bien y el mal, el pasado y el futuro, la ganancia y la pérdida. El pensamiento está preso en esta dualidad y, por lo tanto, la acción es incompleta. Esta condición de lo incompleto crea sufrimiento, el conflicto de la opción del esfuerzo y de la autoridad, y el escapar de lo no esencial hacia lo esencial.

Cuando sentimos que somos incompletos, nos sentimos vacíos, y desde ese sentimiento de vacuidad surge el sufrimiento; desde ese estado incompleto creamos patrones, ideales para sostenernos en nuestra vacuidad, y establecemos esos patrones e ideales como nuestra autoridad externa. ¿Cuál es la causa interna de esta autoridad externa que creamos para nosotros mismos? En primer lugar, porque nos sentimos incompletos y sufrimos por esa condición. Mientras no comprendemos la causa de la autoridad, no somos sino máquinas repetitivas, y donde hay imitación no puede existir la rica realización de la vida.

Para comprender la causa de la autoridad, debemos entender el proceso mental y emocional que la crea. En primer lugar, uno se siente vacío y, a fin de librarse de ese sentimiento, hace un esfuerzo; mediante ese esfuerzo solo crea opuestos, crea una dualidad que no hace sino incrementar la insuficiencia y la vacuidad. Somos los responsables de autoridades externas como la religión, la política, la moralidad, de autoridades tales como los modelos sociales y económicos. A causa de nuestra vacuidad, de nuestra insuficiencia, hemos creado estos modelos o patrones externos, de los cuales tratamos entonces de desembarazarnos. Deseamos desarrollarnos, evolucionar, crecer sin ellos creando una ley interna propia. Cuando llegamos a comprender los patrones externos, queremos librarnos de ellos y desarrollar nuestro propio patrón interno. Ese patrón interno, al que llamamos realidad espiritual, lo identificamos con una ley cósmica, lo cual implica que creamos otra división, otra dualidad.

Por lo tanto, primero creamos una ley externa y después, con el tiempo, procuramos librarnos de ella desarrollando una ley interna que identificamos con el universo, con la totalidad. Eso es lo que está sucediendo. Por lo general, somos conscientes de nuestro limitado egoísmo, al que identificamos entonces con una gran ilusión que llamamos cósmica. Así, cuando decimos: Obedezco mi ley interna, no hacemos más que usar una expresión para encubrir nuestro deseo de escapar. Para mí, el hombre que está atado por una ley, ya sea externa o interna, se halla confinado en una cárcel, sujeto por una ilusión. Por consiguiente, un hombre así no puede comprender la acción espontánea, natural y sana.

Entonces, ¿por qué crea uno sus propias leyes internas? ¿No es, acaso, porque la lucha de todos los días es tan grande, tan carente de armonía, que uno desea escapar de ella y crear una ley interna que se convertirá en su consuelo? Y uno llega a ser un esclavo de esa autoridad interna, de ese patrón interno, porque ha rechazado solamente la imagen externa y ha creado en su lugar una imagen interna a la cual se esclaviza.

Pero mediante este método no obtendrán ustedes un verdadero discernimiento, y el discernimiento es completamente otra cosa que la opción. La opción tiene que existir donde hay dualidad. Cuando la mente es incompleta y está consciente de esa insuficiencia, trata de escapar de ella y, por lo tanto, crea un opuesto de la insuficiencia. Ese opuesto puede ser un patrón tanto externo como interno, y cuando uno ha establecido tal patrón, juzga toda acción, toda experiencia, conforme a ese patrón y, por consiguiente, vive en un continuo estado de opción. La opción nace solo de la resistencia. Si hay discernimiento, no hay esfuerzo.

Así que, para mí, toda esta concepción de esforzarse en pos de la verdad, de la realidad, esta idea de realizar un esfuerzo sostenido, es completamente falsa. En tanto sean ustedes incompletos experimentarán sufrimiento y, en consecuencia, no estarán comprometidos con la opción, con el esfuerzo, en la incesante lucha por lo que llaman realización espiritual. Digo, pues, que cuando la mente está presa en la autoridad, no puede tener una comprensión verdadera, no puede pensar conforme a la verdad. Y puesto que las mentes de casi todos ustedes están presas en la autoridad - que no es sino un medio de evadir la comprensión, el discernimiento -, no pueden enfrentarse de manera completa a la experiencia de la vida. Por lo tanto, viven una vida dual, una vida de simulación, de hipocresía, una vida que ni por un instante llega a ser completa.