La iluminación espiritual

No hay odio si el amor es ley de Dios

MIKHAIL NAIMY

Imagen; No hay odio si el amor es ley de Dios; Mikhail Naimy

EL AMOR ES LA LEY DE DIOS

El capitulo del amor, el mas hermoso del Libro de Mirdad.

Vivís para que podáis aprender a amar. Amáis para que podáis aprender a vivir. Esa es la única lección que se exige al hombre.

¿Y qué es amar, sino que el que ama absorba lo amado para siempre, de modo que los dos sean uno?

¿A quién o a qué debemos amar? ¿Podemos elegir cierta hoja del Árbol de la Vida y derramar sobre ella todo nuestro corazón? ¿Y la rama que originó la hoja? ¿Y el tronco que sustenta la rama? ¿Y la corteza que protege al tronco? ¿Y las raíces que alimentan la corteza, el tronco, las ramas y las hojas? ¿Y el suelo que oculta las raíces? ¿Y el Sol, el agua y el aire que fertilizan el suelo?

Si la pequeña hoja de un árbol merece vuestro amor, ¡cuánto más lo merecerá todo el árbol! El amor que separa una fracción del todo, se predestina al sufrimiento.

Diréis: Pero hay muchas, muchísimas hojas en un solo árbol. Unas están sanas, otras enfermas; unas son bellas, otras feas; algunas son gigantes, otras enanas. ¿Cómo sería posible no elegir?

Y os diré: de la palidez de la enferma, proviene la frescura de la sana. Y os diré más todavía: la fealdad es la paleta, la pintura y el pincel de la belleza, y las enanas no serían tan diminutas si no hubiesen dado parte de su altura a las gigantes.

Vosotros sois el Árbol de la Vida. ¡Guardaos de dividiros a vosotros mismos! No pongáis un fruto contra otro, una hoja contra otra, una rama contra otra, ni pongáis el bronco contra las raíces, o el árbol contra el suelo nutricio. Exactamente eso es lo que estáis haciendo cuando amáis a una parte más que a las demás, o la excluís del resto.

Vosotros sois el Árbol de la Vida. Vuestras raíces están en todas partes. Vuestras ramas y hojas están en todas partes. Vuestros frutos están en todas las bocas. Cualesquiera que sean los frutos de ese árbol, cualesquiera que sean sus ramas y hojas, cualesquiera que sean sus raíces, son vuestros frutos, son vuestras hojas y ramas, son vuestras raíces. Si queréis que el árbol dé frutos dulces y aromáticos, si queréis que esté siempre fuerte y verde, vigilad la savia con que alimentáis sus raíces.

El Amor es la savia de la Vida. El odio es el pus de la muerte. Pero el Amor, al igual que la sangre, debe circular por las venas sin obstáculos. Reprimid el movimiento de la sangre, y ésta se convertirá en una amenaza, una plaga. ¿Y qué es el odio, sino el Amor reprimido, el Amor retenido, que se convierte en mortal veneno, tanto para el que lo alimenta como para el que es alimentado, tanto para el que odia como para el que es odiado?

Una hoja amarilla en vuestro Árbol de la Vida es solamente una hoja a la que le faltó amor. No culpéis a la hoja amarilla.

Una rama reseca es solamente una rama sedienta de Amor. No culpéis a la rama reseca. Una fruta podrida es solamente una fruta que fue amamantada con odio. No culpéis a la fruta podrida. Antes culpad a vuestro corazón ciego y egoísta que repartió la savia de la vida a unos pocos, y la negó a otros muchos, negándosela de este modo a sí mismo.

Ningún amor es posible salvo el amor a sí mismo. Ningún ser es real salvo el Ser que todo lo abarca. Por eso Dios es Amor, porque se ama a sí mismo.

Si el Amor os hace sufrir, es porque todavía no habéis encontrado vuestro propio ser, ni habéis hallado todavía la llave de oro del Amor. Porque si amáis a un ser efímero, vuestro amor es efímero.

El amor del hombre por la mujer no es Amor. Es algo muy diferente. El amor de los padres por los hijos es tan solo el umbral del sagrado templo del Amor. Mientras que todo hombre no ame a toda mujer y viceversa; mientras que todo niño no sea hijo de todos los padres y de todas las madres, y viceversa; dejad que todos los hombres y todas las mujeres ensalcen las carnes y los huesos que se apegan a otras carnes y a otros huesos, pero jamás deis a eso el sagrado nombre de Amor. Sería una blasfemia.

No tendréis un solo amigo mientras os consideréis enemigo, aunque sea de un solo hombre. ¿Cómo podría el corazón que abriga hostilidad, ser un refugio seguro para la amistad?

No conoceréis la alegría del Amor mientras haya odio en vuestros corazones.

Si alimentaseis con la savia de la Vida a todas la cosas, salvo a un pequeñísimo gusano, ese diminuto gusano transformaría en amargura vuestra vida, pues cuando amáis a alguien o a algo, en realidad solamente os amáis a vosotros mismos. Del mismo modo, cuando odiáis a alguien o a algo, en verdad os odiáis a vosotros mismos. Por eso, aquello que odiáis está inseparablemente unido a aquello que amáis, como el anverso y el reverso de una misma moneda. Si queréis ser honestos con vosotros mismos, tendréis que amar a aquello que odiáis y a aquello que os odia, antes de que podáis amar a lo que amáis y a lo que os ama.

El Amor no es una virtud. El Amor es una necesidad; es más necesario que el pan y el agua; más que la luz y el aire.

Que nadie se enorgullezca de amar. Debéis respirar en el Amor tan natural y libremente como inspiráis y expiráis el aire de vuestros pulmones.

El Amor no necesita que nadie lo exalte. El Amor exaltará al corazón que considere digno de él.

No esperéis recompensa del Amor. El Amor es, en sí mismo, recompensa suficiente para el Amor; así como el odio es, en sí mismo, castigo suficiente para el odio.

No pidáis cuentas al Amor, pues el Amor no da cuentas a nadie, salvo a sí mismo.

El Amor no presta ni pide prestado; el Amor no compra ni vende; pero cuando, da, se da completamente; y cuando toma, lo toma todo. Su verdadero tomar es dar, y su verdadero dar es tomar. Por lo tanto, es lo mismo hoy, mañana y siempre.

Así como un caudaloso río que se vacía en el mar, es abastecido de nuevo por el mar, así debéis vaciaros vosotros en el Amor, para que estéis siempre henchidos de Amor. La laguna que retiene el presente que el mar le da, se transforma en una laguna de aguas estancadas.

No hay ni más ni menos en el Amor. En el momento que intentáis graduar y medir el Amor, éste desaparece dejando tras de sí amargos recuerdos.

No existe ahora ni después, ni aquí ni allá, en el Amor. Todo tiempo es tiempo de Amor. Todo lugar es una morada propicia para el Amor.

El Amor no conoce fronteras ni obstáculos. Un Amor cuya acción sea impedida por cualquier obstáculo, ya no merece el nombre de Amor.

Siempre os oigo decir que el amor es ciego, en el sentido de que no ve defectos en lo amado. Esa ceguera es la máxima visión.

¡Pudierais ser siempre tan ciegos que no encontraseis faltas en cosa alguna!

No obstante, clara y penetrante es la mirada del Amor. Por eso no ve las faltas. Cuando el Amor haya purificado vuestra visión, no veréis absolutamente nada que no sea digno de vuestro Amor. Solamente una mirada despojada de Amor, un ojo defectuoso, está siempre ocupada en descubrir faltas. Y cualquiera que sean las que encuentre, serán solamente sus propias faltas.

El Amor integra. El odio desintegra. Esta inmensa e imponente mole de tierra y rocas a la que dais el nombre de Pico del Altar volaría rápidamente en pedazos si no fuese mantenida unida por la mano del Amor. Incluso vuestros cuerpos, perecederos como son, resistirían la desintegración si amaseis con la misma intensidad a cada una de las células que lo constituyen.

El Amor es paz, llena de melodías de Vida. El odio es guerra, ansiosa por los satánicos golpes de la muerte.

¿Qué preferís: el Amor para gozar de paz eterna, o el odio para estar en perpetua guerra?

Toda la tierra está viva en vosotros. El cielo y sus huestes están vivos en vosotros. Amad, pues, a la tierra y a todos los que amamanta, si os queréis amar a vosotros mismos. Amad al cielo y a todos sus habitantes, si os queréis amar a vosotros mismos.


RELACIONADOS

«No hay odio si el amor es ley de Dios»