La moral NO es cumplir los mandamientos
Un eclesiástico puede asegurar que la moral es cumplir los mandamientos, dogmas y ritos de su religión. Cosa igual diría un pastor de otra religión.
JBN LIE
Muchas y diferentes morales
Un ministro eclesiástico nos puede asegurar que la moral es cumplir los mandamientos, dogmas y ritos de su propia religión. Cosa igual nos diría un pastor de otra religión. Pero resulta que los mandamientos o preceptos del uno y del otro son diferentes, y sucede lo mismo si preguntamos a cada uno de los miles de dirigentes de diversas religiones. O sea que, siguiendo esta ruta, no encontramos una sola moral sino muchas y diferentes.
Para un juez o abogado la moral consiste en cumplir al pie de la letra las leyes y códigos de su país. No obstante, las leyes varían notablemente según el país y aun en los diferentes departamentos de un país existen leyes distintas. En Norteamérica, por ejemplo, si alguien comete un asesinato a un metro de la frontera de un estado merece la pena de muerte, pero un metro más allá la pena sería muy diferente. Vemos con sorpresa cómo una línea divisoria —imaginaria— cambia la ética o la moral de un juez en el momento de establecer su veredicto, aun por un centímetro de distancia, porque así lo contempla la ley humana. Ocurre en todos los estados que una ley que antes fue hoy no lo es, y lo que antes fue delito después deja de serlo y viceversa.
Para la ley patria es lícito propagar, licor y cigarrillos, pero para algunas religiones es un pecado grande inducir al vicio al hermano, matándole lentamente el cuerpo y destruyéndole su voluntad. El gobierno considera ilícito ingresar y comprar contrabando, porque equivale a quitarle el trabajo a los compatriotas y robar impuestos, pero ante la religión nadie se confiesa por hacerlo. O sea que lo que para la ley cívica es un pecado grande, para la ley religiosa pasa inadvertido.
El médico le prohíbe al paciente que fume y beba alcohol, porque las leyes de la salud son claras en ese sentido, pero nadie tiene que arrepentirse ante su religión de haber fumado o bebido licores. Y es más: las leyes del gobierno permiten que sus ciudadanos pierdan la salud en el vicio, porque tal hecho genera impuestos que benefician a la ley gubernamental, y con ese dinero —mal habido— se paga a los jueces que supuestamente hacen la justicia aplicando leyes que se contradicen fragantemente.
De mil casos de contradicciones absurdas como las anteriores está entretejida la ley moral y la ética humana. Todos vivimos de acuerdo a esa enmarañada red de estupideces y pocos se preguntan: ¿existirán, acaso, leyes perfectas —no humanas— que nunca se contradigan, que siempre obren y que conduzcan al verdadero conocimiento de la vida? ¿Quién me garantiza que no voy por un sendero equivocado?