La felicidad y las dos caras de la moneda
La felicidad y sus dos caras de la moneda es un escrito que confronta el pensamiento del filósofo Italiano Umberto Eco y su particular forma de ser feliz.
UMBERTO ECO
EL ESTADO INNATO DE FELICIDAD
PRIMERA CARA DE LA MONEDA
Buscar la felicidad es nuestra naturaleza fundamental
Y está claro que los sentimientos de amor, afecto, intimidad y compasión traen consigo la felicidad. Estoy convencido de que todos poseemos la base para ser felices, para acceder a esos estados cálidos y compasivos de la mente que aportan felicidad. De hecho, una de mis convicciones fundamentales es que no solo poseemos el potencial necesario para la compasión, sino que la naturaleza básica o fundamental de los seres humanos es la benevolencia.
Aunque estos beneficios potenciales están al alcance de quienes practican una religión establecida, está claro que tener una fe religiosa no garantiza, por sí sola, la felicidad y la paz.
La disciplina interior es la base de una vida espiritual. Es el método fundamental para alcanzar la felicidad. La disciplina interior supone, desde su perspectiva, combatir los estados negativos de la mente, como la cólera, el odio y la avaricia, y cultivar los estados positivos como la amabilidad, la compasión y la tolerancia. Una vida feliz se construye sobre el fundamento de ese estado mental sereno y estable.
El desarrollo de la disciplina interna puede incluir técnicas de meditación formal que ayudan a estabilizar la mente y logran ese estado de calma. La mayoría de las religiones incluyen prácticas que tratan de aquietar la mente, de situarnos más en contacto con nuestra más profunda naturaleza espiritual. La meditación pensada para serenar nuestros pensamientos y observar la naturaleza fundamental de la mente y desarrollar la quietud de la mente.
Veamos la cara de la otra moneda y aprendamos del concepto no espiritual sobre la felicidad de Umberto Eco...
EL DERECHO A LA FELICIDAD
SEGUNDA CARA DE LA MONEDA
Tenemos el derecho inalienable a la búsqueda de la felicidad
A veces me pregunto si muchos de los problemas que nos aquejan hoy en día —nuestra crisis colectiva de valores, nuestra susceptibilidad a la publicidad, nuestro insaciable deseo de aparecer en TV, nuestra pérdida de perspectiva histórica— no podrían atribuirse a un malhadado trozo de texto en la Declaración de Independencia de Estados Unidos.
Como reflejo de la fe masónica en la magnificencia y el progresismo del destino, ese documento establece que: Todos los hombres son creados iguales y están dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables, entre los cuales están el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Suele decirse que, en la historia de la fundación de naciones, este documento fue el primero en declarar explícitamente que el pueblo tiene derecho a la felicidad más que simplemente el deber de obedecer. Y, a primera vista, efectivamente esto parece una afirmación revolucionaria, pero con el tiempo también ha provocado malas interpretaciones.
Se han escrito incontables volúmenes sobre la felicidad, desde tiempos de Epicuro y aun antes. Pero a mí me parece que nadie puede decir definitivamente lo que es realmente la felicidad. Si nos referimos a un estado permanente —la idea de que una persona pueda ser feliz a lo largo de toda su vida, sin experimentar jamás un momento de duda, sufrimiento o crisis—, una vida tal solo podría ser la de una idiota o la de alguien que vive por completo aislado del resto del mundo.
El hecho es que la felicidad —esa sensación de plenitud absoluta, de alborozo, de estar en las nubes— es efímera. Es episódica y breve.
Es la alegría que sentimos por el nacimiento de un hijo, al descubrir que nuestros sentimientos de amor son correspondidos, al tener el boleto ganador de la lotería o alcanzar una meta por mucho tiempo acariciada: ganar un Óscar, el trofeo de la Copa Mundial o algún otro logro culminante. Puede ser provocada incluso por algo tan simple como un paseo por una hermosa extensión de campiña. Pero todos estos son momentos transitorios, después de los cuales eventualmente vendrán momentos de miedo y estremecimientos, de dolor y de angustia.
Tendemos a pensar en la felicidad en términos individuales, no colectivos. De hecho, muchos no parecen estar muy interesados en la felicidad de nadie más, tan absortos están en la agotadora búsqueda de la propia. Consideremos, por ejemplo, la felicidad que sentimos al estar enamorados: con frecuencia coincide con la desdicha de alguien que fue desdeñado, pero nos preocupamos muy poco por la decepción de esa persona, pues nos sentimos absolutamente realizados por nuestra propia conquista.
La idea de la felicidad individual impregna el ámbito de la publicidad y el consumismo, en el que todo parece constituir un camino hacia una vida feliz: el humectante que nos devolverá la juventud, el detergente que elimina cualquier mancha, el sofá que tan milagrosamente podemos comprar a mitad de precio, la bebida que nos reconfortará después de la tormenta, la carne enlatada en torno a la cual se reúne jubilosa nuestra familia; incluso las toallas sanitarias que les evitan a las mujeres esos momentos de inhibición y bochorno.
Rara vez pensamos en la felicidad al momento de votar o de enviar a nuestros hijos a la escuela, pero casi siempre la tenemos en mente cuando compramos cosas inútiles. Y al comprarlas, pensamos que estamos disfrutando de nuestro derecho a buscar la felicidad.
Pero, a final de cuentas, no somos bestias desalmadas. En algún momento nos vamos a interesar por la felicidad de los otros. A veces eso sucede cuando los medios nos muestran la desgracia en su extremo: niños que mueren de hambre mientras son devorados por moscas, pueblos enteros devastados por enfermedades incurables o barridos por enormes marejadas. En esos momentos no solo pensamos en la desgracia de los demás, sino que podemos sentirnos impulsados a ayudar. (Y, si de paso nos ganamos una deducción de impuestos, pues ni modo).
Quizá la declaración de independencia debió de haber dicho que todos los hombres tienen el derecho y el deber de reducir la infelicidad del mundo, la propia y la ajena. Quizás entonces habría más estadounidenses que entendieran, por ejemplo, que a nadie le conviene oponerse a la ley de atención médica accesible. Por supuesto, como son las cosas, muchos siguen oponiéndose a ella a causa de la equivocada sensación de que esa ley les obstaculizará ejercer otro derecho al parecer inalienable: la búsqueda de felicidad fiscal.
LA FELICIDAD ES LA INQUIETUD
Alguien que es feliz toda la vida es un cretino
Hay momentos que transmiten felicidad, y quien transmite parece tan feliz. Ahí hay dos cosas: aquel que transmite y la felicidad. Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, si le digo la verdad. Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Pero admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando nació mi primer hijo; en ese instante estaba feliz. Pero son momentos brevísimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto.
Aquello fue un momento feliz, por supuesto, pero no se puede estar seguro de haber sido de verdad en aquel momento o en el momento en que sucedió. Hay momentos de felicidad cuando logras expresar algo de lo que te sientes contento, y además porque mientras cuentas sobre quien estaba feliz, sé ve muy bien que es una afirmación reaccionaria. Creo que la vida sirve solo para recordar esos momentos.
Cada momento en que consigo recordar bien un instante de mi vida es un momento de felicidad, pero esto no quiere decir que los de mi vida hayan sido momentos de felicidad. Yo creo que la vida tiene sus periodos muy tristes. Hay niños que son seres muy infelices. Quizá yo, fui infeliz, con miedos como es natural. Me siento feliz ahora recordándolo, y quizá sea éste el motivo por el cual escribo, para encontrar estos momentos muy breves de felicidad que consisten en recordar momentos de la propia vida. Sí, por eso escribo.
QUÉ ME HACE FELIZ
No sé, ya dije que no creo en eso, pero, en fin, me hace feliz encontrar un libro que buscaba hace mucho tiempo. Cuando lo compro y lo tengo, lo miro, soy feliz, pero allí se acaba la sensación. Mientras que la infelicidad es lo que me produce no tener este o aquel libro. La verdadera felicidad es la inquietud.
La verdadera felicidad es la inquietud por saber, por conocer.
Es lo que Aristóteles llamaba maravillarse, sorprenderse... La filosofía siempre comienza con un gran ohhh! ¿Y el conocimiento es acaso como El viaje a Ítaca de Kavafis, un recorrido que no debe terminar jamás? Sí, pero además el placer de conocer no tiene nada de aristocrático, es un campesino que descubre un nuevo modo de hacer un injerto; evidentemente, hay campesinos a los que esos pequeños descubrimientos procuran placer y a otros no. Son dos especies distintas, pero naturalmente depende del ambiente; a mí me inoculó el gusto por los libros de pequeño… Y por eso al cabo de los años soy feliz, y a veces infeliz, pero vivo activamente mientras que muchos viven como vegetales.
LA FELICIDAD DEL ZEN
Alguien ha encontrado en el Zen una forma de ser feliz
Con la autoridad de su venerable edad, esta doctrina venía a enseñar que el universo, el todo, es mudable, indefinible, fugaz, paradójico; que el orden de los acontecimientos es una ilusión de nuestra inteligencia esclerotizante, que todo intento de definirlo y fijarlo en leyes está abocado al fracaso...
Pero que precisamente en la plena conciencia y en la aceptación gozosa de esta condición está la máxima sabiduría, la iluminación definitiva; y que la crisis eterna del hombre no surge porque éste debe definir el mundo y no lo logra, sino porque quiere definirlo cuando no debe hacerlo.
Proliferación extrema del Budismo Mahayana, el Zen sostiene que la divinidad está presente en la viva multiplicidad de todas las cosas y que la beatitud no consiste en sustraerse al flujo de la vida para desvanecerse en la inconsciencia del Nirvana como nada, sino en aceptar todas las cosas, en ver en cada una la inmensidad del todo, en ser felices con la felicidad del mundo que vive y bulle de acontecimientos. El hombre occidental ha descubierto en el Zen la invitación a admitir esta aceptación renunciando a los módulos lógicos y realizando solo tomas de contacto directo con la vida.
APRENDIZAJE
Nota del editor...
A manera de aprendizaje agrego una frase para reflexionar: Estar alerta es tener la atención de la mente en algo. Estar despierto es observar con consciencia ese algo. Piénselo, en estos dos estados del ser se puede llegar a la felicidad. En el estado mental (dual) alcanzaras una felicidad efímera episódica y breve. En estado espiritual (no-dual) encontraras una felicidad plena y eterna. Como decía Jesús: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Por lo tanto, cada quien buscara la felicidad en el estado que considere mejor y recuerde que lo relativo es la esclavitud espiritual.
Sabiduría no es destruir ídolos, sino no crearlos nunca.
Umberto Eco