Cuentos reeditados de Anthony de Mello
Esta entrega es una buena selección de cuentos reeditados de Anthony de Mello. Tienen una mejor traducción para una mejor asimilación y entendimiento.
ANTHONY DE MELLO
CUENTOS REEDITADOS
Selección de cuentos reeditados de Anthony de Mello.
Muchos cuentos de Anthony de Mello han dado la vuelta al mundo pero sin embargo su mensaje no ha sido claro por causa de las traducciones de un idioma a otro. En esta entrega publico una buena selección de cuentos reeditados de monje Jesuita.
La sabiduría crece en proporción a la conciencia de la propia ignorancia.
CONSCIENCIA CONSTANTE
Ningún alumno Zen se atrevería a enseñar a los demás hasta haber vivido con su Maestro al menos durante diez años. Después de diez años de aprendizaje, cierto alumno se convirtió en Maestro.
Un día fue a visitar a su Maestro. Era un día lluvioso, de modo que el alumno llevaba chanclos de madera y portaba un paraguas. Cuando el alumno llegó, el Maestro le dijo: Has dejado tus chanclos y tu paraguas a la entrada, ¿no es así? Pues bien: ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los chanclos?
El alumno no supo responder y quedó confuso. Se dio cuenta entonces de que no había sido capaz de practicar la Consciencia Constante. De modo que se hizo alumno de nuevo y estudió otros diez años hasta obtener la Consciencia Constante.
El hombre que es constantemente consciente, el hombre que está totalmente presente en cada momento: Ése es el Maestro.
LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD
Le preguntaron al Maestro: ¿Qué es la espiritualidad?
La espiritualidad, respondió, es lo que consigue proporcionar al hombre su transformación interior. Pero si aplicas los métodos tradicionales que nos han transmitido los Maestros, eso no espiritualidad y no lo será si no cumple para ti esa función. Una manta ya no es una manta si no te da calor.
Debes entender que la espiritualidad cambia y las personas cambian, y también sus necesidades. De modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por espiritualidad no es más que la constancia escrita de métodos pasados.
El vestido se corta de acuerdo con las medidas de la persona, y no al revés.
EL PEQUEÑO PEZ
Usted perdone, le dijo un pez a otro, es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿Dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado.
El Océano, respondió el viejo pez, es donde estás ahora mismo.
¿Esto? Pero si esto no es más que agua. Lo que yo busco es el Océano, replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.
Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Solo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y observar. No puedes dejar de verlo.
Se acercó al Maestro un pequeño hombre y pregunto hablando el lenguaje de los hombre que llevan una vida de renuncia: He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres.
¿Y lo has encontrado?, le preguntó el Maestro. Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí, respondió el pequeño hombre. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?
¿Qué podía responderle el Maestro?
El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... y el Maestro permaneció en silencio.
Impaciente el pequeño hombre concluyo que aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo. Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte.
Deja de buscar, pequeño hombre. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y observar. No puedes dejar de verlo.
LA DANZA DE DIOS
Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su Creación. Dios danza su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.
En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando consigo mismo o con los demás, reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra...
Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona.
¿HAS OÍDO EL CANTO DE ESE PÁJARO?
El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: No haces más que ocultarme el secreto último del Zen. Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro.
¿Has oído el canto de ese pájaro?, le preguntó el Maestro. Sí, respondió el discípulo. Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada. Sí, asintió el discípulo.
¿Qué dices? ¿Que has oído cantar a docenas de pájaros? Que has visto centenares de árboles? Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?
Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías saber más allá de las palabras y los conceptos.
EL CANTO DEL PÁJARO
Les dijo el Maestro a los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios: Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no será más que una distorsión de la Verdad.
Los discípulos quedaron perplejos: Entonces, ¿por qué hablas sobre Él? ¿Y por qué canta el pájaro?, respondió el Maestro.
Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del Maestro no tienen que serlo. Tan solo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que uno escucha el viento en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despiertan en quien lo escucha algo que está más allá de todo conocimiento.
El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.
¡PUEDO CORTAR MADERA!
Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación, escribió lo siguiente para celebrarlo: ¡Oh, prodigio maravilloso, puedo cortar madera y sacar agua del pozo!
Para la mayoría de la gente no tienen nada de prodigioso actividades tan prosaicas como sacar agua de un pozo o cortar madera. Un vez alcanzada la iluminación, en realidad no cambia nada. Todo sigue siendo igual. Lo que ocurre es que entonces el corazón se llena de asombro. El árbol sigue siendo un árbol; la gente no es distinta de como era antes; y lo mismo sucede con uno mismo. La vida no prosigue de manera diferente. Puede uno ser tan variable o tan ecuánime, tan prudente o tan alocado como antes. Pero sí existe una diferencia importante: ahora puede uno ver todas las cosas de diferente modo. Está uno como más distanciado de todo ello. Y el corazón se llena de asombro.
Esta es la esencia de la contemplación: la capacidad de asombro.
La contemplación se diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a retirarse. Pero el contemplativo iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La contemplación se diferencia de la percepción de la belleza en que ésta un cuadro o una puesta de sol que solo produce un placer estético, mientras que la contemplación produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta de sol o una simple piedra.
Y ésta es prerrogativa del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se encuentra tan a sus anchas en el Reino de los Cielos.
LOS BAMBÚES
Nuestro perro, estaba sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente, los ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a un mono. El mono era lo único que en ese momento ocupaba su horizonte consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que comería aquella noche, ni si en realidad tendría algo que comer, ni en dónde iba a dormir. El perro era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás.
Tal vez tú mismo hayas experimentado algo de esto, por ejemplo cuando te has quedado completamente absorto viendo jugar a un gatito. He aquí una fórmula, tan buena como cualquier otra de las que yo conozco, para la contemplación: Vive totalmente en el presente.
Y un requerimiento absolutamente esencial, por increíble qué parezca: Abandona todo pensamiento acerca del futuro y acerca del pasado. Debes abandonar, en realidad, todo pensamiento toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce.
Después de años de entrenamiento, el discípulo pidió a su Maestro que le otorgara la iluminación. El Maestro le condujo a un bosquecillo de bambúes y le dijo: Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel otro, qué corto es. Y en aquel mismo momento el discípulo recibió la iluminación.
Dicen que Buda intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último, se sentó un día bajo un árbol y allí recibió la iluminación.
Más tarde transmitió el secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que pueden parecer enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus pensamientos: Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente, sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuando respiréis ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente. Consciencia. Atención. Absorción. Nada más.
Esta forma de quedarse absorto podemos observarla en los niños, que son quienes tienen fácil acceso al Reino de los Cielos.
LAS CAMPANAS DEL TEMPLO
El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas...
Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso.
Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, par decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón...
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría. Y concluyo que si deseaba escuchar las campanas del templo, primero debía escucha el sonido del mar.
Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala.
LA SANTIDAD EN EL INSTANTE PRESENTE
Le preguntaron en cierta ocasión a Buda: ¿Quién es un hombre santo? Y Buda respondió: Cada hora se divide en cierto número de segundos, y cada segundo en cierto número de fracciones. El santo es en realidad el que es capaz de estar totalmente presente en cada fracción de segundo.
El guerrero japonés fue apresado por sus enemigos y encerrado en un calabozo. Aquella noche no podía conciliar el sueño, porque estaba convencido de que a la mañana siguiente habrían de torturarle cruelmente.
Entonces recordó las palabras de su Maestro Zen: El mañana no es real. La única realidad es el presente. De modo que volvió al presente... y se quedó dormido.
El hombre en el que el futuro ha perdido su influencia se parece a los pájaros del cielo y a los lirios del campo. Fuera preocupaciones por el mañana.
Vivir totalmente en el presente: He ahí al hombre santo.
LA PALABRA HECHA CARNE
En el Evangelio de Juan leemos: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros... Mediante ella se hizo todo; sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido creado. Todo lo que llegó a ser estaba lleno de su vida. Y esa vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas jamás la han apagado.
Fíjate en las tinieblas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la luz. Observa silenciosamente todas las cosas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la Palabra. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros...
Es penoso comprobar los denodados esfuerzos de quienes tratan de convertir de nuevo la carne en palabra. Palabras, palabras, palabras.
EL HOMBRE ÍDOLO
Una vez un mercader que naufragó y fue arrastrado hasta las costas de Ceylán, donde gobernaba el rey de los monstruos. El mercader fue llevado a presencia del rey. Al verle, quedó extasiado de gozo y dijo: ¡Ah, cómo se parece a mi Dios! Es idéntico a Él. Entonces cubrió al mercader de ricos vestidos y joyas y le adoró.
Comprende la idolatría. Si el insensato puede adorar a Dios a través de una imagen de barro, porque otro tanto no le podrán adorar a través del hombre.
TOMÁS DE AQUINO DEJA DE ESCRIBIR
Cuentan las crónicas que Tomás de Aquino, uno de los teólogos más portentosos de la historia, hacia el final de su vida dejó de pronto de escribir. Cuando su secretario se le quejaba de que su obra estaba sin concluir, Tomás le replicó: Hermano Reginaldo, hace unos meses, celebrando la liturgia, experimenté algo de lo Divino. Aquel día perdí todas las ganas que tenía de escribir. En realidad, todo lo que he escrito acerca de Dios me parece ahora como si no fuera más que palabras sin sentido.
¿Cómo puede ser de otra manera cuando el intelectual se hace místico? Cuando el místico bajó de la montaña se le acercó un ateo, el cual le dijo con aire sarcástico: ¿Qué nos has traído del jardín de las delicias en el que has estado?
Y el místico le respondió: En realidad tuve intención de llenar mi faldón de flores para mi regreso, regalar algunas de ellas a mis amigos. Pero estando allí, de tal forma me embriagó la fragancia del jardín que hasta me olvidé del faldón.
Los verdaderos Maestros de Zen lo expresan más concisamente: El que sabe no habla. El que habla no sabe.
EL DOLOR DEL MÍSTICO
Estaba pacíficamente sentado un místico a la orilla de un río cuando un transeúnte que pasó por allí, al ver la parte posterior de su cuello desnudo, no pudo resistir la tentación de darle un sonoro golpe. Y quedó encantado del sonido que su golpe había producido en el cuello del místico, pero éste se dolía del escozor y se levantó para devolverle el golpe.
Espera un momento, dijo el agresor. Puedes devolverme el golpe si quieres, pero responde primero a la pregunta que quiero hacerte: ¿Qué es lo que ha producido el ruido: mi mano o tu cuello? Y replicó el místico: Respóndete tú mismo. A mí, el dolor no me permite teorizar. Tú puedes hacerlo porque no sientes lo mismo que yo.
Si se experimenta lo divino, se reducen considerablemente las ganas de teorizar.
EL EXPLORADOR
El explorador había regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo todo acerca del Amazonas. Pero ¿Cómo podía él expresar con palabras la sensación que había inundado su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora belleza y escuchó los sonidos nocturnos de la selva? ¿Cómo comunicar lo que sintió en su corazón cuando se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su canoa por las inciertas aguas del río?
Y les dijo: Id y descubridlo vosotros mismos. Nada puede sustituir al riesgo y a la experiencia personales. Pero, para orientarles, les hizo un mapa del Amazonas.
Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él para cada uno. Y todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el Amazonas, pues ¿no conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y profundo era, y dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas?
El explorador se lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido preferible no haberlo hecho.
Buda se negaba resueltamente a hablar de Dios. Probablemente sabía los peligros de hacer mapas para expertos en potencia.
FABRICANTES DE ETIQUETAS
En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de ella. Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio. Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro ideó una parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás.
¡Fabricantes de etiquetas!
Solo un alumno observo la flor, sonrió y no dijo nada. Sólo él la había visto.
¡Si tan solo pudieran observar un pájaro, una flor, un árbol, un rostro humano... !Pero hoy no tienen tiempo! Están demasiado ocupados en aprender a descifrar etiquetas y en producir las propias.
La vida es como una botella de buen vino. Algunos se contentan con leer la etiqueta. Otros prefieren probar su contenido. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.
LA FÓRMULA
Cuéntanos, le dijeron con avidez, ¿cómo es Dios?, cuando el místico regresó del desierto. El les dijo: ¿Cómo podría él expresar con palabras lo que había experimentado en lo más profundo de su corazón? ¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?
Al fin les confió una fórmula -inexacta, eso sí, e insuficiente-, en la esperanza de que alguno de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar por sí mismo lo que él había experimentado. Ellos aprendieron la fórmula y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron a todos como si se tratara de un dogma. Incluso se tomaran el esfuerzo de difundirla en países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella.
El místico quedó triste. Tal vez habría sido mejor que no hubiera dicho nada.
UNA VITAL DIFERENCIA
Le preguntaron cierta vez a un Maestro Sufí: ¿Qué es lo que la Gracia te ha dado? Y les respondió: Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche.
Le volvieron a preguntar: Pero esto ¿no lo saben todos los hombres? Y replicó el Maestro: Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten.
Jamás se ha emborrachado comprendiendo intelectualmente la palabra vino.
EL AGUIJÓN
Hubo un santo que tenía el don de hablar el lenguaje de las hormigas. Se acercó a una que parecía más enterada y le preguntó: ¿Cómo es el Todopoderoso? ¿Se parece de algún modo a las hormigas?
La docta hormiga le respondió: ¿El Todopoderoso? En absoluto. Las hormigas, como puedes ver, tenemos un solo aguijón. Pero el Todopoderoso tiene dos. Luego se le preguntó cómo era el cielo, la sabia hormiga replicó solemnemente: Allí seremos igual que Él, con dos aguijones cada uno, aunque más pequeños.
Para las distintas escuelas de pensamiento religioso que personifican a Dios, existe una fuerte controversia acerca de dónde exactamente se hallará ubicado el segundo aguijón en el cuerpo glorioso de la hormiga.
EL ELEFANTE Y LA PULGA
Se hallaba un elefante bañándose tranquilamente en un remanso, en mitad de la jungla, cuando, de pronto, se presentó una pulga y se puso a insistir en que el elefante saliera del agua. No quiero, decía el elefante...
...estoy disfrutando y me niego a ser molestado. Insisto en que salgas ahora mismo, le dijo la pulga. ¿Por qué?, preguntó el elefante. No te lo diré hasta que hayas salido de ahí, le respondió la pulga. Entonces no pienso salir, dijo el elefante.
Pero, al final, se dio por vencido. Salió pesadamente del agua, se quedó frente a la pulga y dijo: Está bien; ¿para qué querías que saliera del agua? Para comprobar si te habías puesto mi bañador, le respondió la pulga.
Es infinitamente más fácil para un elefante ponerse el bañador de una pulga que para Dios acomodarse a nuestras doctas ideas acerca de Él.
LA PALOMA REAL
Nasreddin llegó a ser primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real. Hasta entonces, Nasreddin jamás había visto semejante clase de paloma. De modo que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón. Ahora pareces un pájaro como es debido, dijo. Tu cuidador te ha tenido muy descuidado.
Ay de las gentes religiosas que no conocen más mundo que aquel en el que viven y no tienen nada que aprender de las personas a su alrededor.
EL MONO QUE SALVO A UN PEZ
¿Qué demonios estás haciendo?, le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol. Estoy salvándole de perecer ahogado, me respondió.
Lo que para uno es comida, es veneno para otro. El sol, que permite ver al águila, ciega al búho.
SAL Y ALGODÓN EN EL RÍO
Llevaba Nasreddin una carga de sal al mercado.. Su asno tuvo que vadear un río y la sal se disolvió. Al alcanzar la otra orilla, el animal se puso a corretear, contentísimo de haber visto aligerada su carga.
Pero Nasreddin estaba enfadado de veras. Al siguiente día en que había mercado Nasreddin cubrió los sacos con abundante algodón. Al cruzar el río, el asno casi se ahoga por culpa del exceso de peso.
¡Tranquilízate!, dijo alborozado Nasreddin. ¡Esto te enseñará que no siempre que cruces el río vas a ganar tú!
Dos hombres se aventuraron en la religión. Uno de ellos salió vivificado. El otro se ahogó.
LA BÚSQUEDA DEL ASNO
Todo el mundo se asustó al ver a Nasreddin recorrer apresuradamente las calles de la aldea, montado en su asno. ¿Adónde vas?, le preguntaban. Estoy buscando a mi asno, respondía al pasar.
En cierta ocasión vieron a Rinzai, el Maestro de Zen, buscando su propio cuerpo. Ello hizo que se rieran mucho sus estúpidos discípulos.
Llega uno a encontrarse con gente seriamente ciega dedicada a buscar a Dios.
BUSCAR EN LUGAR EQUIVOCADO
Un vecino encontró a Nasreddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas. ¿Qué andas buscando? Mi llave. La he perdido.
Y arrodillados los dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino: ¿Dónde la perdiste? En casa. ¡Santo Dios! Y entonces, ¿por qué la buscas aquí? Porque aquí hay más luz.
El insensato busca a Dios en lugares santos sin darse cuenta que lo ha perdido es en su corazón.
COME TÚ MISMO LA FRUTA
En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado. El Maestro le replicó: ¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?
Nadie puede descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro.
LA PREGUNTA
Preguntaba el monje: Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y las estrellas... ¿de dónde vienen? Y preguntó el Maestro: ¿Y de dónde viene tu pregunta?
¡Busca en tu interior!