El creador de las acciones es la Existencia

Rumi explica porque el creador de las acciones es la Existencia contrariando a los teólogos islámicos que dicen que el creador de las acciones es la mente.

RUMI

ACCIÓN Y CREACIÓN

La mente no crea acciones que no es capaz de reunir.

En otros tiempos. dijo el Maestro. cuando yo componía versos, sentía un gran impulso interior que me empujaba a componerlos y esta inspiración impresionaba a los oyentes. Ahora que el impulso declina, las impresiones, sin embargo, siguen vivas. La costumbre del Altísimo es así: cuida ciertas cosas en el momento de su aparición, y de estos cuidados provienen grandes influencias y mucha sabiduría. En el estado de ocultación tal educación también subsiste: Señor del Oriente y del Occidente, que quiere decir: Él educa los impulsos que aparecen y desaparecen.

Los teólogos islámicos dicen que el creador de las acciones es la mente, y que cada acción que emana de la mente es una creación propia de la mente. No puede ser así, porque la acción se produce, o bien mediante instrumentos tales como la inteligencia, el espíritu, la fuerza o el cuerpo, o bien sin instrumentos. En cualquier caso, la mente no puede crear acciones por medio de estas facultades que no es capaz de reunir; no crea, pues, acciones porque esos instrumentos no le están sometidos y no puede crear acciones sin instrumentos.

Nosotros sabemos con certidumbre que el creador de las acciones es la Existencia, Dios o como prefieras llamarlo y no la mente.

Cada acción, buena o mala, procede de la mente; ella la efectúa con un móvil y una intención, pero el valor de esta acción no está a la altura de lo que imagina. En todo lo que ha mostrado como sentido, sabiduría y utilidad a propósito de esta acción, la única ventaja era que procedía de la mente. Pero solo Dios conoce la utilidad total de esta acción y sabe qué frutos se pueden sacar de ella. Tú observas la plegaria con la intención de recibir su recompensa en el más allá, y de adquirir por medio de ella una buena reputación y seguridad en este mundo; no obstante. la oración no solo tiene esta utilidad; puede procurar cien mil beneficios que ni siquiera has imaginado.

Dios conoce esos beneficios y es Él quien hace realizar esta acción a la mente.

El hombre es como un arco en la mano del poder divino; el Altísimo lo emplea para unas acciones; estas acciones, en realidad, son obra de Dios, no del arco. El arco es un instrumento y un medio, pero inconsciente de Dios, para que se mantenga el orden del mundo.

¡Qué feliz y excelente es el arco que sabe en manos de quién está!

¿Qué diremos de un mundo cuya naturaleza se basa en la inconsciencia? ¿No ves que, cuando un hombre está despierto, se hace indiferente y frío para con el mundo entero? Se funde y perece. Desde su infancia, el hombre ha crecido por razón de su indiferencia; en otro caso, no habría crecido ni se habría desarrollado. Ha alcanzado la edad adulta gracias a la indiferencia. Seguidamente el Altísimo, lo quiera él o no, le envía sufrimientos y mortificaciones para alejar las indiferencias e instaurar la pureza: así puede familiarizarse con el otro mundo.

RESPLANDOR INTERIOR

La existencia del hombre es semejante a un montón de basura. Pero, si este montón de basura es precioso, es porque en él se oculta el anillo del rey.

La existencia del hombre se parece a un saco de trigo...

El rey exclama: ¿Adónde llevas ese saco de trigo con mi copa dentro?. Esta persona ignora la existencia de la copa metida en el trigo; pero si el hombre descubre la existencia de la copa real, se despreocupará totalmente del trigo. Pues bien, cada pensamiento recibido del mundo de lo alto y capaz de hacerte indiferente hacia el mundo de aquí abajo, es reflejo y resplandor de esa copa que brilla fuera del saco. El hombre desea ese mundo. Si siente, por el contrario, inclinación hacia el mundo de aquí abajo, es que la copa está oculta bajo un centenar de velos.


Si haces cosas desde tu alma, sientes un río moviéndose dentro de ti, una alegría. Cuando la acción viene de otra sección, el sentimiento desaparece.

Rumi