Siete parábolas poderosas
En el evangelio de los doce santos, Jesús revela las parábolas del reino de los cielos advirtiendo que es para los que oyen la palabra y la entienden.
CRISTIANOS ORIGINARIOS
SIETE PARÁBOLAS DEL CIELO
Se hallaba Jesús de nuevo sentado bajo la higuera y Sus discípulos reunidos a Su alrededor, y también una gran muchedumbre que quería escucharle.
Él les dijo: ¿Con qué compararé el Reino de los Cielos?
Y les contó esta parábola: El Reino de los Cielos es semejante a una semilla, a una pequeña semilla, que un hombre toma y siembra en su campo. Cuando ha crecido, sin embargo, se vuelve un árbol grande, que extiende sus ramas. Y sus esquejes se inclinan hacia la tierra, echan raíces y crecen hasta que el campo está cubierto por el árbol. Y los pájaros del cielo vienen y anidan en sus ramas y las criaturas de la tierra se cobijan bajo su sombra.
Les dio otra parábola, diciendo: El Reino de los Cielos es igual a un gran tesoro enterrado en un campo. Un hombre lo encuentra y lo esconde, y lleno de alegría va, vende cuanto tiene y compra aquel campo, pues sabe lo grande que de ello será su fortuna.
El Reino de los Cielos es igual a una perla de gran valor, que un mercader encuentra cuando buscaba buenas perlas. Y el mercader, al encontrarla, vendió todo lo que poseía y la compró: pues comprendió que vale mucho más que lo que dio por ella.
Y habló una vez más: El Reino de los Cielos es igual a la levadura que una mujer tomó y puso en tres medidas de harina. Cuando todo hubo fermentado y cocido al fuego, se convirtió en pan. O también es igual a un hombre que toma una medida de zumo de uva puro y lo vierte en dos o cuatro medidas de agua hasta que toda la mezcla se convierte en el fruto de la vid.
El Reino de los Cielos es igual a una ciudad edificada cuidadosamente en la cima de un alto monte y construida sobre la roca, rodeada de un fuerte muro y con torres y portales situados al norte y al sur, al este y al oeste. Una ciudad tal no caerá, ni tampoco puede permanecer oculta, y sus portales están abiertos a todos, y todos los que tengan las llaves entrarán.
Y les expuso otra parábola, diciendo: El Reino de los Cielos es igual a la buena semilla que un hombre sembró en su campo. De noche, sin embargo, mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró malas hierbas entre el trigo y se fue. Cuando los tallos crecieron y las espigas formaron el fruto, también se hicieron visibles las malas hierbas.
Acercándose los criados al amo, dijeron: señor, ¿no has sembrado semilla buena en tu campo? ¿De dónde viene, pues, que tenga malas hierbas? Y él les dijo: eso lo ha hecho un enemigo.
Dijeron los criados: ¿no quieres que vayamos y las arranquemos? Él contestó: no, no sea que al arrancar las malas hierbas arranquéis al mismo tiempo el buen trigo.
Dejad que crezcan juntas hasta la siega. Y en el tiempo de la siega diré a los segadores: recoged primero las malas hierbas y atadlas en haces para quemarlas y que hagan fértil la tierra; pero el trigo recogedlo en mi granero.
Y habló una vez más: El Reino de los Cielos es igual a la siembra. He aquí que salió un sembrador a sembrar. Y, mientras sembraba, parte de la simiente cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron.
Y otra parte cayó en suelo pedregoso, donde no había mucha tierra, y pronto brotó, porque la tierra era poco profunda; pero al brillar el sol, la agostó y, como no tenía raíz, se secó.
Otra parte cayó entre cardos, y los cardos crecieron y la ahogaron. Y otra cayó sobre buen suelo, que estaba bien preparado, y dio fruto, una el céntuplo, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos para oír, que oiga.
JESÚS REVELA LAS PARÁBOLAS DEL REINO DE LOS CIELOS
Y acercándose los discípulos Le dijeron: ¿Por qué hablas a la muchedumbre en parábolas? Él les respondió diciendo: Porque a vosotros os ha sido dado saber los misterios del Reino de los Cielos; pero a ésos no.
Porque al que tiene, se le dará más, para que tenga mayor plenitud; pero al que nada tiene, también le será quitado lo que aparentemente tiene.
Por eso a ellos les hablo en parábolas, pues no ven, ni oyen ni entienden.
Pues en ellos se cumple la profecía de Isaías, que dice: Oiréis pero no entenderéis, veréis pero no percibiréis; pues se ha endurecido el corazón de este pueblo, y se han hecho duros de oído, y han cerrado sus ojos, hasta el tiempo en que verán con sus ojos y oirán con sus oídos y entenderán en su corazón y se convertirán y Yo los sanaré.
Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen, y vuestros corazones, porque entienden; pues en verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y desearon oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron.
Entonces Jesús despidió a la muchedumbre, y Sus discípulos se acercaron, diciendo: Explícanos qué significa la parábola del campo. Y les respondió diciendo: El que siembra buena simiente, es el Hijo del hombre; el campo es el mundo, la buena simiente son los hijos del Reino de los Cielos y las malas hierbas son los hijos del mal. El enemigo que sembró las malas hierbas, es el diablo; la cosecha es el fin del mundo, y los recolectores son los ángeles.
Al igual que las malas hierbas son juntadas y quemadas en el fuego, así sucederá en el fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a Sus ángeles, que juntarán y echarán fuera de Su Reino todas las ofensas y a todos los que hacen el mal, arrojándolos a un horno ardiente donde los que no sean purificados serán totalmente consumidos. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de los Cielos.
Escuchad también la parábola del sembrador: la semilla que cayó a lo largo del camino se asemeja a los que oyen la palabra del Reino de los Cielos, pero no la entienden; entonces viene el enemigo y roba lo que se sembró en su corazón. Estos son los que recibieron la semilla a la orilla del camino.
Y los que han recibido las semillas en suelo pedregoso, son aquellos que oyen la palabra y enseguida la acogen con alegría; pero no echa raíces en su interior, durando poco tiempo, pues, tan pronto como por causa de la palabra se levanten el sufrimiento y la persecución, caerán poco a poco.
Y, asimismo, los que reciben la simiente entre cardos son aquellos que oyen la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y no llegan a dar fruto.
Los que reciben la simiente en buen suelo son los que oyen la palabra y la entienden, los que hacen surgir y dan fruto, unos treinta, unos sesenta, y otros el céntuplo.
Os he explicado estas cosas a vosotros los del círculo íntimo; a los demás, a los de fuera, solo en parábolas. Los que tengan oídos, que oigan.