La iluminación espiritual

El universo y la materia en su infinito

POR: CARL SAGAN

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Carl Sagan a su hija

La explicación de sobre la inmortalidad y porqué somos polvo de estrellas.

Mis padres me enseñaron que a pesar de que se trata de una condición efímera, estar vivo es algo profundamente bello por lo cual cada uno de nosotros debe sentirse muy agradecido. Si viviéramos para siempre, no sería tan maravilloso

Carl Sagan falleció el 20 de diciembre de 1996, después de toda una vida entregada a descubrir y divulgar los misterios del cosmos. Durante la última etapa de su vida compartió escritos, investigaciones y sus mayores pasiones con Ann Druyan, su esposa, mientras cuidaba y mostraba el mundo a su pequeña hija y único fruto de ese matrimonio, Sasha Sagan.

Defensor del pensamiento crítico y científico ateo; activista a favor de la legalización de la marihuana; asesor de la NASA en los programas Apolo, Viking, Pioneer y Voyager; apasionado divulgador de la ciencia y escritor de ciencia ficción, Sagan inspiró el corazón de millones de personas de todo el mundo a través de un lenguaje sencillo y ameno, todo sin olvidar el rigor que requiere el conocimiento científico.

Las aportaciones de Carl Sagan a la difusión de la ciencia son invaluables y su mensaje sigue motivando a generaciones a dedicar su vida al estudio de los misterios que el Universo tiene para ofrecer a través del mejor método que conocemos para ello. El caso de su hija menor no fue la excepción.

Una tarde de invierno, Sasha de apenas 6 años se acercó a Carl y, fiel a la curiosidad innata de nuestra especie de ir tras la respuesta a cualquier interrogante, especialmente durante la infancia, le preguntó sobre sus padres. Ella conocía a sus abuelos maternos y convivía regularmente con ellos, pero nunca experimentó algo parecido desde el lado paterno.

Papá, ¿Por qué no conozco a tus papás como a mis otros abuelos?

Para la hija menor de un hombre dedicado a divulgar el conocimiento científico, no existía nadie mejor que papá para explicarle porqué llovía, porqué debía ir a la escuela o cómo se formaba un arco iris. Todas las preguntas que alimentan las ansias de cualquier niño en su descubrimiento del mundo, eran respondidas por él con amor y la misma fascinación por la naturaleza que su padre plasmó durante toda su vida.

Ante la interrogante repentina de Sasha, Sagan (que solía tomarse un par de segundos para pensar las respuestas más convenientes y ajustarlas a la comprensión infantil de su hija) miró a la pequeña y respondió con un tono de melancolía:

¿Porque murieron?

La inocente Sasha pudo percatarse del cambio en el semblante de su padre, que después de un profundo suspiro, sonrió al mirarse reflejado en las enormes pupilas de la niña. Ella lo observó con detenimiento, atención y una desbordante curiosidad, misma que caracterizó al escritor de Dragons of Eden (1977) durante toda su vida. Carl afirmó que no había nada que deseara más en el mundo que ver a su madre y a su padre de nuevo, pero que no tenía ninguna razón ni prueba para creer que podría ser así y por lo tanto, no podía caer en la tentación de un autoengaño.

Sin comprender del todo, Sasha frunció las cejas en señal de confusión y soltó un escueto ¿Por qué?. Su padre la miró con ternura, pero con el convencimiento de que ella sería capaz de entender a lo que se refería y le explicó cuán peligroso podía ser creer cosas solo porque queramos que sean verdad. Es muy fácil ser engañado si no te cuestionas a ti mismo y a otros, especialmente a las personas con una posición de autoridad, continuó. Todo lo que es real puede resistir a cualquier prueba.

La joven Sasha experimentó algo parecido a su primer acercamiento a una crisis existencial. El desconcierto de su hija ante tal revelación llevó a Sagan y Druyan a acercarse de nuevo donde Sasha y el astrónomo inició:

Tú estás viva en este segundo. Eso es algo increíble, le dijo. La pequeña se mantuvo escéptica y su padre continuó:

Si tenemos en cuenta el número casi infinito de posibilidades y caminos que conducen a nacer a una sola persona, debes estar agradecida de ser tú misma este preciso instante. Piensa en el enorme número de posibles universos alternativos en los que, por ejemplo, tus tatara-tatara-abuelos nunca se encontraron y tú nunca llegaste a existir. Tienes el placer de vivir en un planeta en el que has evolucionado para respirar el aire, beber el agua y adorar el calor de la estrella más cercana. Estás conectada con todas las generaciones y los seres vivos de este mundo a través del ADN. También con el universo, porque cada célula de tu cuerpo fue creada en los corazones de las estrellas.

A lo largo de su vida, Sasha Sagan había escuchado más de una decena de veces la frase Somos polvo de estrellas, pero nunca logró siquiera imaginar su significado. Sabía que la autoría pertenecía a su padre, la había visto subrayada en cuadernos y hojas sueltas, pero nunca antes comprendido la magnitud de tal declaración, hasta entonces.

Pocos años después, cuando Sasha tenía 14 años y comenzaba a descubrir la grandeza del pensamiento de su papá a través de su visión del mundo y lo que aprendía en la escuela, Sagan dejó este mundo sin ninguna promesa religiosa de por medio. El corazón del autor de A Pale Blue Dot (1994) dejó de latir en una cama del Centro de Investigación de Cáncer Fred Hutchinson en Seattle, Washington. Al poco rato, su cerebro envió las últimas señales eléctricas y la muerte médica fue decretada en un acta de defunción.

Los restos mortales de Sagan fueron enviados a su natal Nueva York, mientras el calcio de sus huesos, el nitrógeno de sus proteínas en forma de aire, el hierro de su sangre y el hidrógeno, que combinado forma el compuesto más abundante en el cuerpo humano, y al mismo tiempo, es el combustible gracias al que brillan cada una de las estrellas que percibimos en una noche despejada, seguirán su curso en la vastedad del tiempo y la inmensidad del espacio. Solo para hacernos recordar que, en palabras de Sagan, somos polvo estelar.


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