Un pasaporte al cielo
Dijo el Maestro Jesús: «El reino de los cielos está dentro de ti.» La mente, por sí misma, convierte un paraíso en prisión o una prisión en paraíso.
JBN LIE
VER Y COMPRENDER
Algunos ven, pero muy pocos pueden comprender lo que perciben.
Una inefable belleza nos rodea a todos pero pocos pueden apreciarla; porque los ojos de sus almas permanecen cerrados ante lo que realmente es hermoso. La mayoría de los hombres ven, pero muy pocos pueden comprender lo que perciben. La totalidad de belleza que el ser humano puede percibir no depende de la cantidad de cosas bellas que existan a su alrededor, sino de la capacidad que cada cual tenga para poder comprenderlas o apreciarlas. Porque las cosas no son como se ven, sino que se ven como somos.
Las mayorías creen que el cielo es un lugar de infinita hermosura, pero si una persona fuese transportada allí, no vería nada más que la belleza que logra percibir aquí, pues su alma dormida no lograría detectarla. En cambio, un ser espiritualizado que bajase del cielo encontraría aquí tanta belleza como la que veía allá. Por tanto, el cielo no es un lugar en el Cosmos, sino un estado de la mente en cada ser.
En verdad dijo el sublime Maestro Jesús: El reino de los cielos está dentro de ti. La mente, por sí misma, convierte un paraíso en prisión o una prisión en paraíso: dos hombres purgaban larga pena en una desterrada cárcel. Juntos miraban por la única y pequeña ventana que daba al exterior. Uno de ellos, triste y abatido, miraba el fango; el otro siempre contemplaba las estrellas.
En derredor nuestro existen cosas divinas que nunca hemos logrado ver; pero si concentramos la atención en las grandes maravillas que nos acompañan y en las cuales estamos inmersos, logramos descubrir un cielo de inconmensurable perfección y armonía, no importa el lugar donde nos encontremos. De este modo, vamos despertando la capacidad para ver las formas celestes.
Quien no ve lo divino en el altar de la Naturaleza tampoco logrará verlo subiendo al cielo y parándose frente a Dios. Por ello, podemos definir que la belleza es algo que se encuentra en lo íntimo del alma, y lo que el hombre logra ver a su alrededor es únicamente el reflejo de aquello que mora en su interior. Quien por medio del respeto y el amor por todas las cosas logra abrir los ojos del alma, la Naturaleza le muestra nuevos aspectos del gran mosaico universal, efectos maravillosos que la mayoría de las personas no pueden creer, pues ni siquiera tienen aún la capacidad de imaginar.
La verdad y la belleza se encuentran por todas partes, pero hay que saberlas encontrar. Un amanecer en la pradera contiene más mensaje espiritual que mil sermones en la iglesia, y la vida de una flor en el campo contiene más aroma que mil flores sobre el lienzo. Podemos encender la antorcha que la vida puso en nuestros corazones para que resplandezca con sabiduría y belleza en nuestra alma. Así podemos ver en cada grano de arena un mundo completo, y en toda burbuja de espuma un diamante cuando la besa el Sol. Cada gota de rocío en la alborada brilla como una estrella en miniatura, y cada hoja o flor silvestre en el bosque es un pensamiento vivo del Espíritu Divino.