La iluminación espiritual

¿Un mundo justo, libre y pacifico?

EL LADO SAGRADO DE LA VIDA

Para poder realizar la utopía efímera de un mundo justo, libre y pacífico debemos tener una relación íntima con nuestro interior y las leyes del amor.

Quienes tenemos una forma de pensar inclinada hacia el mundo espiritual del que tomamos nuestros argumentos vitales, no podemos eludir el hecho de hallarnos inmersos en un mundo que podemos calificar de convulso y nos exige una mirada y una actitud. Quien esto escribe, como saben los lectores, lo hace desde una reflexión no partidista política o religiosa, desde la base de los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña, por entender que las leyes divinas tienen validez universal y están por encima de las humanas. Estas últimas, las humanas, deberían corresponderse con aquellas si queremos un mundo justo, libre y pacifico del que tan lejos se halla hoy esta humanidad que ha perdido el lado sagrado de la vida.

El lado sagrado de la vida no tiene nada que ver con religiones, templos, clanes sacerdotales, ritos, ceremonias y todo eso que define una religión, sino con la relación de uno mismo con las leyes de Dios, da igual con qué nombre lo conozca. Su olvido es fuente de conflictos internos que terminan siempre por aflorar a la vida pública en forma de desavenencias personales, sociales, políticas o religiosas que tienen su expresión e forma de organizaciones políticas, religiones y otras enfrentadas entre sí por poder, ambiciones, y otras formas de expresión del ego inferior. Todo eso forma una compleja red, un verdadero laberinto de intereses difícilmente conciliables por donde discurre la energía de la mayor parte de la humanidad.

Intentar comprender lo que sucede en nuestro tiempo sin tener un punto de vista trascendente nos obligaría a entrar en una discusión política, académica, religiosa o de otro tipo, que no es objeto de estos escritos, motivado por el amor a la justicia, libertad, unidad o fraternidad entre personas y pueblos de esta Tierra.

TIEMPOS CONVULSOS

Corren tiempos convulsos, inciertos y nada fáciles de afrontar en el mundo y, desde luego, en este país llamado España. Bajo la doble presión económica y represiva sobre las cabezas de las gentes globalizadas no puede extrañarnos el que haya brotes de descontento en todas partes como resultado de las políticas de recortes y pérdida de derechos laborales y cuotas de bienestar a favor de unas minorías de desalmados amparados más que nunca por gobiernos impopulares en manos de las grandes empresas, grandes bancos y capitalistas financieros que tienen más peso en la toma de decisiones de los enfermos Parlamentos que todo el resto de la ciudadanía y de sus organizaciones.

Estamos en tiempos de ajustes, en especial de ajustes de cuentas con el pasado que ahora se nos echa encima con la peor de sus versiones ideológicas neo: neo-fascismos en Europa y las Américas y el neofranquismo en versión española. Y como no suele haber mal sin acompañantes, con este va otro neo cuyas dimensiones vienen hace tiempo sobrepasando las fronteras y comiendo bienestar: el neoliberalismo, la más cruel y despiadada de las versiones del capitalismo.

En el capitalismo de Estado del falso comunismo soviético, el Estado controlaba los capitales, pero en la versión neoliberal, sucede justo al contrario: el gran capital controla a los Estados. Los Parlamentos son cada vez más rehenes de los Tratados de Libre Comercio, de las especulaciones financieras y de las presiones de los lobys. Economía y política de estas características se dan fácilmente la mano con gobiernos totalitarios. Es más: los necesitan y por eso proliferan y los crean. Sin estos, le sería muy difícil controlar las protestas populares contra este sistema que tiende al neoesclavismo. En un régimen autoritario, el juego del Monopoly de los mercados encuentra en gobiernos próximos al fascismo el soporte represivo y las leyes a medida que precisa para explotar, expoliar, dominar, guerrear...y hacer caja. En todo el mundo, la banca gana. La banca gana, sí, pero los pueblos sufren las consecuencias.

El mundo que se dice democrático, defensor de los derechos humanos y hasta cristiano es precisamente el mayor enemigo de todo lo que dice representar. Y esto tiene consecuencias.

Las manifestaciones en cada fin de semana de los chalecos amarillos en Francia, las manifestaciones cada lunes de pensionistas, o de las famosas mareas de sanidad o educación en España, el activismo feminista en todas partes -también en España- como respuesta a los patrones machistas que asesinan o empujan a la mujer a un segundo plano, las huelgas y manifestaciones obreras contra empresas que pretenden cerrar o reducir personal, forman una línea de resistencia unida por hilos invisibles dentro del laberinto. Conforman una contestación no coordinada, pero orientada en la misma dirección: la repulsa a la injusticia.