La iluminación espiritual

Tres siglos contra los derechos humanos y animales

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Tres siglos contra los derechos humanos y animales; Patrocinio Navarro

EL DERECHO A VIVIR

El siglo 21 va a pasar a la Historia como un siglo todavía más nefasto que el anterior. Si el siglo diecinueve fue el de la lucha por los nacionalismos, la industrialización, el colonialismo imperialista y la aparición de grandes inventos (energía eléctrica, máquina de vapor, etc), también fue el de la explotación salvaje de la mano de obra infantil y femenina en industrias, campos y minas en Europa y en sus colonias de otros continentes. El siglo siguiente no fue mejor, sino al contrario, mucho peor y más sangriento. Profundizó en los mismos males. No solo continuó el nacionalismo, sino que la explotación y expolio de recursos se disfrazó de neocolonialismo en los países que teóricamente se liberaron de la metrópoli colonialista europea. Así que no solo se avanzó hacia la justicia y la paz, sino que se prodigaron guerras civiles, sucedieron dos grandes guerras mundiales y revoluciones sangrientas. No solo no se terminó con la explotación de mujeres y niños – mientras se siguió abusando de la de los hombres como siempre- sino que esta aumentó en un llamado tercer mundo. Entre tanto continúo el patriarcado, el machismo asesino e intolerante y la prepotencia política, ideológica y económica de la Iglesia que venían desde antes de la Edad Media despreciando a la mujer, azuzando a la guerra y bendiciendo los cañones de uno y otro bando.

Como la paz se considera siempre algo provisional por los gobiernos del mundo, aumentaron extraordinariamente los gastos militares en armas e investigación conforme se fueron recuperando las economías tras las dos guerras mundiales. Era la guerra fría, la competencia despiadada por ser el país más fuerte. Pero, ay, mantener programas espaciales o fabricar armas sofisticadas de destrucción masiva significa automáticamente pobreza para el pueblo: menos ayudas sociales, menos inversiones en educación, en sanidad, en ayudas a la dependencia y en servicios públicos. No hace falta más que saber sumar y restar para sacar la conclusión de que con semejantes políticas internacionales llevadas a cabo país por país no salen las cuentas para asegurar paz ni bienestar ni a un país ni a a la humanidad, sino todo lo contrario.

Es cierto que en algunos países más industrializados de Europa, en Japón, Canadá y Estados Unidos, el siglo 20 fue un siglo en se creó empleo, subieron los salarios, y aumentó el bienestar material de las familias. Pero también hubo un crack económico en EEUU en 1929 que produjo un tsunami en el resto del mundo. Pero se superó, naturalmente, a costa de la explotación de las riquezas y mano de obra del tercer mundo llevadas a cabo por las grandes empresas de aquellos países, con la complicidad de sus propios gobiernos, y por la enorme tarea de la reconstrucción en Europa tras la segunda guerra mundial que exigió abundantes inversiones y mano de obra. Sin embargo, todo eso duró poco, tan solo alrededor de cuarenta años, fue otra de esas burbujas, porque el sistema capitalista, que es un sistema enfermo crónico, tiene crisis periódicas como todo enfermo crónico y entonces los pueblos retroceden en lo que antes avanzaron y se les quita en poco tiempo lo que consiguieron con mucho dolor y reclamaciones durante muchos años. ( El caso de España en el segundo decenio del siglo 21 es emblemático en todo el mundo).

En el siglo 20 existieron revoluciones políticas anticapitalistas que se oponían al occidente explotador. Pero eso también duró poco, porque los dirigentes de esas revoluciones acabaron por traicionarlas convirtiéndose en poderes dictatoriales y aceptando las mismas leyes del mercado del supuesto enemigo de clase, convertido así de enemigo en competidor por el mismo pastel: el pastel Planeta Tierra.

Ya no existen hoy, a principios del siglo 21 bloques políticos, sino intereses económicos en pugna. Pero de esa rivalidad ¿qué han ganado los pueblos del mundo? ¿Acaso la ventaja económica conseguida por algunos de sus gobiernos ha supuesto justicia, igualdad, o más libertades? Todo lo contrario, como ha venido a demostrar el tiempo presente. Porque ahora aquel capitalismo industrial y explotador que nos era familiar ha sufrido una metamorfosis y se ha convertido en usurero y jugador de póker. De explotador ha devenido en sanguijuela sobre las venas de los ciudadanos. Ha descubierto, como sucede con todos los tahúres, que tiene más emoción y se gana más dinero engañando al jugador contrario en el gran juego del Monopoly mundial en que ellos juegan, y si pierden ahí está la banca; o sea : nosotros. Pero si ganan, también está la banca; o sea, nosotros.

Esta es una lección para que luego vengan los políticos con promesas. Miren en qué terminan sus promesas: en nuestra bancarrota, en el empobrecimiento y despojo de derechos de toda persona a nivel mundial. Entonces nos dicen que estamos en crisis como si eso hubiese sido una especie de epidemia de origen desconocido. Y a eso le llaman Nuevo Orden, palabra de connotación fascista que recuerda el famoso Ordine Novo de la Italia de Mussolini. Este Nuevo Orden, que significa retroceso en todo lo sagrado, es opuesto a Nueva Era, de apertura espiritual.

Hemos comenzado el siglo 21 con guerras alentadas por los países ricos dividiendo a los países pobres en bandos a los que venden armas para matarse entre sí y controlar con deudas impagables a los ganadores una vez en el poder. Hemos comenzado el siglo con guerras de invasión para arrebatar las fuentes de riqueza de esos mismos países, y con la excusa del terrorismo y la seguridad nacional, mantener unos niveles de control sobre la población mundial desconocidos hasta ahora. Es difícil hoy sustraerse a ese control sobre la intimidad, por métodos de escucha sofisticados y otros medios electrónicos. Y no hay país del mundo que no vea hoy mermadas también sus libertades y derechos sociales y laborales. El nuevo siglo sigue profundizando la barbarie de los anteriores.

En este punto es imprescindible hablar de la Naturaleza y los animales. Décadas de construcciones urbanísticas y grandes vías arrinconaron la vida animal y destruyeron sus hábitats naturales. Mayor demanda de carne en los países más desarrollados y después en los emergentes, -alentada por las industrias cárnicas como si eso fuese signo de estatus- supusieron una mayor necesidad de agua y nuevos campos de cultivo para una ganadería extensiva de animales explotados y condenados a una vida miserable en jaulas y establos infectos y condenados a muertes infames para satisfacer paladares humanos. Esto tiene graves consecuencias para el Planeta, porque la ganadería extensiva a nivel mundial contribuye al efecto invernadero más que todo el parque de automóviles del mundo. A ello se añaden las ingentes cantidades de agua que se precisan para mantener a los animales, ahora que el agua es un recurso cada vez más escaso a lo que se añade la salvaje tala de árboles en el Amazonas y otros pulmones del Planeta para convertirlos en campos de cultivo y extraer sus maderas en plena savia. Los que consumen la carne animal (incluido el pescado) están comiendo cadáveres en distinto proceso de putrefacción y contaminación. Quienes comen la carne de animales estabulados también ingieren antibióticos, anabolizantes y otros fármacos veterinarios que se usan normalmente para garantizar que los animales lleguen vivos y gordos al matadero. El comer carne hoy es una apuesta por enfermedades como la de las llamadas vacas locas, de putrefacciones intestinales- porque la carne es muy difícil de digerir y el proceso digestivo es lento- y en consecuencia de acidificación de la sangre. Todo ello es una apuesta en firme por enfermedades del metabolismo como el cáncer.

Se potencian las energías contaminantes como los hidrocarburos y nucleares y se ralentiza la creación y uso de energías alternativas. ¿La causa? Porque el sol y el viento son gratis. Cuando descubran el modo de que sea caro usar esas energías, entonces las apoyarán, especialmente cuando se acabe el petróleo y tengamos que depender de ellas. Entre tanto se continuará con las agresiones medioambientales imparables.

El conjunto de agresiones medioambientales contra el Planeta lo ha convertido en un planeta enfermo. Todo está contaminado: el aire que respiramos, la tierra que cultivamos (que es cada vez más improductiva), y hasta el agua que bebemos, que procede de acuíferos infiltrados con la más amplia diversidad de productos químicos de la agricultura industria y los que dejan las guerras y otras industrias multinacionales que colaboran a la destrucción del Planeta.

No se trata aquí de alarmar ni de incitar a la nadie a levantar airado su puño, sino de ayudar a tomar conciencia de la realidad y servir de ayuda para reflexionar sobre el grado de responsabilidad personal de cada uno de nosotros en los aspectos mencionados en este trabajo. Una invitación a ver cuál es nuestra relación con la naturaleza y el mundo animal; con el agua, con la tierra, con nuestros semejantes y con las leyes de Dios.¿ En qué medida podemos levantar airados el puño o tirar la primera piedra, como decía Jesús? Muchos de nosotros preferimos mirar hacia fuera; muchos de nosotros dejamos de preguntarnos, de ser críticos y de superar nuestras miserias, por lo que somos la víctima perfecta para ser llevados al matadero. Entonces aparecen los políticos y los curas. Unos dirigen y otros atontan.

Si un dirigente político promete esto o lo otro, tenga en cuenta que nunca lo cumple; esto es lo normal. Y asegúrese por alguna clase de tribunal de que se le puede exigir lo que promete. De lo contrario, ¿qué sentido tiene dar poderes a un administrador que nos engaña siempre para arruinarnos y medrar a nuestra costa? Pero además tenga en cuenta si lo que promete va a servir para que la Tierra se regenere, los animales sean respetados y los pueblos crezcan en justicia, libertad y bienestar. Esto supone una revisión a fondo del sistema de producción de energía y de bienes para evitar contaminar más, la paralización de las industrias del armamento, la retirada de cualquier operación militar en curso, el control de los bancos y grandes industrias para evitar abusos, y que cuando estas inviertan paguen impuestos proporcionales y que no deslocalicen sin penalizaciones disuasorias. Miren antes si las promesas garantizan trabajo bien remunerado y un bienestar general a nivel de clase media en todos los sentidos: educación, sanidad, atención social, libertades y derechos laborales y sociales. De lo contrario, ¿qué sentido tiene votar? ¿Para favorecer a quién?

Todo esto aún siendo importante, fundamental, aún precisa de nuestra conciencia personal para valorar si lo que cada uno hace contribuye a mejorar el Planeta, a la paz, a la armonía, a la justicia y al entendimiento con las demás personas del propio entorno y al respeto por la vida animal, porque la suma final de todo lo bueno es la única garantía a largo plazo de la bondad final del mundo, hoy tan deteriorado como hemos visto en este trabajo a causa de que nosotros, los que vivimos en él, no hemos conseguido aún individualmente la suficiente acumulación de la energía de bondad necesaria para que este Planeta se parezca a un paraíso. Sin embargo somos capaces de conseguir que lo sea. Hace más de dos mil años un humilde carpintero de Nazaret, un hijo del pueblo y el hijo Primero de Dios, el más grande de todos los profetas, tuvo por ello la autoridad suficiente para decirnos el cómo a cada uno de nosotros con Su Sermón de la Montaña. Y todavía antes, Moisés, otro gran profeta también hijo del pueblo, había recibido los Diez Mandamientos para que tuviéramos un extracto de las leyes espirituales que nos pueden conducir de regreso a Casa junto a las enseñanzas del Sermón de Cristo. A partir de esto, cada uno sabe con qué tiene que medirse a diario y respecto al siglo que nos está tocando vivir.


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