La iluminación espiritual

No se resista a un buen relato

RELATOS ESPIRITUALES

Relatos espirituales del antiguo oriente.

Desde hace milenios, muchas tradiciones espirituales utilizan los cuentos como un medio muy eficaz para contener y transmitir conocimientos y verdades profundas. Los Maestros espirituales de la humanidad sabían que, con frecuencia, el ser humano reacciona ante la verdad con recelo y hostilidad, pero que es casi imposible que se resista a un relato.

EL GATO

Cuando la astucia intenta engañar a la conciencia.

Un hombre con dificultades en sus negocios hizo una promesa en el templo de que, si se arreglaban todos sus asuntos, vendería su casa y entregaría el dinero resultante a los pobres. Meses después su situación económica se solucionó. Acordándose de la promesa colocó en la puerta de su casa un cartel que decía: Se vende casa con gato incluido.

Unos interesados preguntaron por el precio.

  • La casa cuesta cinco monedas y el gato diez mil, pero no se venden separadamente, –contestó el negociante.

Aquellas personas aceptaron la extraña propuesta y, puesto que les interesaba la casa, pagaron las diez mil cinco monedas. Cuando aquel hombre recibió el dinero, dio a los pobres las cinco monedas de la casa y se quedó para él las diez mil de la venta del gato.

LAS UVAS

Las aparentes diferencias.

Cuatro viajeros provenientes de distintos países que seguían la misma ruta juntaron el poco dinero que tenían para comprar comida.

El persa dijo:

  • Compraremos angur.

El árabe contestó:

  • No, yo quiero inab.

El turco no estuvo de acuerdo y exclamó:

  • De eso nada, yo comeré uzum.

El griego protestó diciendo:

  • Lo que compraremos será stafil.

Como ninguno sabía lo que significaban las palabras de los demás, comenzaron a pelear entre sí. Tenían información, pero carecían de conocimiento.

Pasó por allí un hombre que dijo:

  • Yo puedo satisfacer el deseo de todos ustedes, denme su dinero.

Los viajeros accedieron a la solicitud del recién llegado. Al cabo de un rato, el hombre regresó con aquello que todos habían mencionado sin saber que se referían a lo mismo: uvas.

EL SANTO LOCO

Una historia sobre la verdad.

Cuentan que un rey, obsesionado por los conceptos de verdad absoluta, verdad relativa y mentira, ordenó que todo aquel que en su reino no dijera absolutamente la verdad, fuera ahorcado.

Ese mismo día un santo con fama de loco se presentó ante el rey y dijo:

  • Majestad, según tu decreto, hoy me ahorcarás y riéndose a carcajadas se marchó.

El rey quedó completamente confundido. Si lo ahorcaba, estaría ejecutando a alguien que habría dicho la verdad. Si no lo ahorcaba, dejaría escapar a un mentiroso. Inmediatamente dio orden de derogar el decreto.

GATOS Y PERROS

Cuento sobre el concepto religioso de Dios.

Un gato pasó casualmente junto a una asamblea de perros cuyo líder decía:

  • ¡Hermanos, recemos juntos y pidamos con fervor que el Gran Dios Perro nos envíe del cielo buenos y abundantes huesos!

El gato se alejó de allí, diciendo para sí:

  • ¡Estúpidos idólatras, ignorantes infieles! ¿Cómo es posible que le recen a ese dios de paganos y no al verdadero Gran Dios Gato, y cómo es posible que en vez de huesos no pidan ratones?

DESPERTAR

Estar despierto.

Un grupo de personas fueron a preguntar a un maestro:

  • La gente sufre calamidades, muere a veces miserablemente, muchos sufren, tienen problemas, se odian, se traicionan… ¿cómo puedes permanecer indiferente a todo eso? ¿Cómo si eres un iluminado, no ofreces tu ayuda a los demás?

El maestro contestó:

  • Imaginad que estáis soñando. En vuestro sueño vais en un barco y éste se hunde. En ese momento os despertáis. Yo os pregunto a vosotros: ¿Os volveríais a dormir para prestar ayuda a los pasajeros de vuestro sueño?

DIOS TODO

Las señales de Dios y la comprensión de los tontos.

Un maestro concluyó una conversación con el discípulo con esta frase:

  • Todo lo que existe es Dios.

Pero el discípulo tenía una comprensión limitada, así que un día salió a la calle y se encontró con un elefante que se dirigía rápidamente hacia él.

El muchachito que lo conducía gritó con todas sus fuerzas avisándole para que se apartara del camino:

  • ¡Vamos, quítese de en medio! ¡Déjenos pasar!

Pero el discípulo tonto se dijo asimismo:

  • Yo soy Dios. El elefante es Dios, ¿cómo voy a tener miedo de mí mismo?

Y no se apartó.

Naturalmente, el elefante pasó sobre él y afortunadamente solo le produjo la rotura de varios huesos. A los pocos días, el maestro fue a visitarlo mientras se restablecía.

  • Has tenido suerte –dijo–, tu falta de comprensión casi te lleva a la muerte. Tú eres Dios, pensaste, el elefante también es Dios, pero Dios en la forma del muchachito que montaba al animal te avisó del peligro, ¿Por qué no hiciste caso a Dios?

EL DISCURSO

La inutilidad de los discursos.

Una comunidad pidió a un sabio que les impartiese enseñanza en forma de discursos ya que no concebían otra forma de aprendizaje. Después de mucho insistir, éste accedió. Dirigiéndose a la asamblea, preguntó:

  • ¿Saben de qué voy a hablar en el discurso de hoy?
  • No –contestaron todos al unísono.
  • Pues si no saben siquiera de lo que voy a hablarles...
  • ¿Cómo van a aprender nada? –dijo el sabio antes de marcharse.

Los miembros de la comunidad volvieron a buscarlo. El sabio preguntó de nuevo a la asamblea cuando regresó:

  • ¿Saben hoy de qué les hablaré?
  • Sí –contestaron esta vez, habiéndose puesto previamente de acuerdo.
  • Pues si ya saben de que voy a hablar, no me necesitan.

Y volvió a marcharse. Nuevamente lo convencieron los de la comunidad para que hablase, y esta vez concluyeron que lo mejor sería contestar que unos sí sabían de qué hablaría y otros no, en caso de que volviese a preguntar. En efecto, reunidos todos esperando el discurso del sabio, éste preguntó:

  • ¿Y hoy saben de qué hablaré?
  • Unos sí lo sabemos y otros no –respondieron.
  • En ese caso –dijo el sabio–, que los que lo saben instruyan a los que no lo saben.

Dicho lo cuál, se marchó y no regresó más.

EL SABIONDO

La teoría es insuficiente.

Un erudito alquiló una barca para cruzar un río caudaloso. Al recibirlo, el barquero se expresó con frases gramaticalmente incorrectas. Después de corregirlo, el erudito preguntó:

  • ¿Tú no has estudiado gramática?
  • No señor –contestó el barquero–, soy un iletrado.
  • ¿Tampoco sabes geografía ni aritmética? –volvió a preguntar el erudito.
  • No, señor, nada de eso sé –respondió avergonzado el aludido.
  • Supongo que tampoco sabrás nada de historia, literatura o filosofía –interrogó de nuevo el hombre culto.
  • No tengo ni idea de nada de eso, soy solo un barquero ignorante –habló humillado el pobre hombre.
  • ¡Pues, amigo –sentenció el erudito–, un hombre sin cultura es como si hubiera perdido la mitad de su vida!

Instantes después, la barca, arrastrada por la corriente, fue a dar con unas rocas que provocaron una gran vía de agua. El barquero preguntó a su pasajero:

  • Señor, ¿sabe usted nadar?
  • No, respondió.
  • Entonces me temo que va a perder toda su vida.

LIBERTAD

Pedir lo que no se puede asumir.

Un hombre fue a visitar a un amigo que tenía un loro encerrado en una jaula. A lo largo de la conversación, el animal no paraba de gritar:

  • ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Cuando regresó a su casa no podía dejar de recordar la desgarradora petición de ayuda de aquella ave. Por ello decidió urdir un plan que consistía en esperar a que el amigo se ausentara y entonces penetrar en su casa para liberar al loro. Así lo hizo, y cuando alcanzó a abrir la portezuela de la jaula, el ave se refugió en la parte trasera de su prisión, aferrándose con todas sus fuerzas a los barrotes sin dejar de gritar:

  • ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

EL SAMURÁI

Cielo e infierno son estados del ser.

Un samurái fue a visitar a un viejo sabio para plantearle una duda que lo atormentaba.

  • Señor, estoy aquí porque necesito saber si existen el infierno y el paraíso.
  • ¿Quién lo pregunta? –contestó el maestro.
  • Un guerrero samurái.
  • ¿Tú un samurái? –se burló el maestro–. ¿Con esa cara de idiota que tienes?

El guerrero no daba crédito a lo que oía.

  • Seguro que además de estúpido eres un cobarde –se mofó de nuevo.

La ira se adueñó del samurái que desenvainó instintivamente su sable.

  • ¡Ahora se abren las puertas del infierno! –gritó el anciano.

El guerrero comprendió de súbito la actitud del maestro y guardó su sable avergonzado.

  • ¡Ahora se abren las puertas del paraíso! –exclamó de nuevo el maestro.

ACEPTACIÓN

Por simple que sea, así es la vida.

Un agricultor pacífico y tranquilo que vivía con su hijo vio un día que su único caballo se había escapado del establo. Los vecinos no dudaron en acercarse a su casa y condolerse por su mala suerte.

  • Pobre amigo, qué mala fortuna. Has perdido tu herramienta de trabajo. ¿Quién te ayudará ahora con las penosas tareas del campo? Tú solo no podrás, y te espera el hambre y la ruina.

Pero el hombre únicamente contestó:

  • Así es la vida.

Pero dos días después su caballo regresó acompañado de otro joven y magnífico ejemplar. Los vecinos esta vez se apresuraron a felicitarlo.

  • ¡Qué buena suerte, ahora tienes dos caballos! Has doblado tu fortuna sin hacer nada!

El hombre solo musitó:

  • Así es la vida.

Pero a los pocos días el padre y su hijo salieron juntos a cabalgar. En un tramo del camino, el joven caballo se asustó y tiró de la montura al muchacho, que se partió una pierna en la caída. Nuevamente los vecinos se acercaron a su casa.

  • Sí que es mala suerte; si no hubiese venido ese maldito caballo, tu hijo estaría sano como antes, y no con esa pierna rota que Dios sabe si sanará.

El agricultor volvió a repetir:

  • Así es la vida.

Pero ocurrió que en aquel reino se declaró la guerra y los militares se acercaron a aquella perdida aldea a reclutar a todos los jóvenes en edad de prestar servicio de armas. Todos marcharon al frente menos el hijo del agricultor, que fue rechazado por su imposibilidad de caminar. Los vecinos fueron otra vez a casa del agricultor, en esta ocasión con lágrimas en los ojos.

  • ¡Qué desgracia la nuestra, no sabemos si volveremos a ver a nuestros hijos; tú en cambio tienes en casa al tuyo con una pequeña dolencia!

El hombre, una vez más, dijo:

  • Así es la vida.