La iluminación espiritual

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La esencia de Facundo Cabral

POR: FACUNDO CABRAL

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LA ESENCIA DE CABRAL

La búsqueda de la divinidad inmanente es la esencia de todo el misticismo.

Eso que te es impuesto es no-esencial, crea tu personalidad. Lo esencial es tu individualidad, lo no-esencial es tu personalidad. En otras palabras, lo esencial es tu misma alma, tu ser; lo no-esencial es tu ego. Todo lo que ayuda al ego es no-esencial; todo lo que te ayuda a volverte sin ego es esencial. La ambición es no-esencial, la codicia es no-esencial; el deseo, cualquier tipo de deseo es no-esencial.

Facundo Cabral fue una semilla, una posibilidad, un potencial, una esperanza, una promesa. Su esencia tenia la capacidad de cautivar a millones, sus palabras tienen el poder de volverse realidad, lo esencial con lo que El Pibe nacio, es el reconocimiento consciente de su propio ser.

Veamos que nos dice Facundo Cabral, el sabio Latino Americano...

LA MAGIA QUE CANTA

El salvoconducto es el amor, y el secreto me lo dio Jesús...

La magia es la que canta a través de mí, y por lo que canto siempre me están esperando en todas partes, por eso soy rico, tanto que habito un palacio de cinco continentes y tengo todo el tiempo que hay. El salvoconducto es el amor, y el secreto me lo dio Jesús, el gran mago, el que caminaba sobre las aguas y curaba con la palabra, el que todavía nos ilumina, el que nos alertó: ¡Cosas más grandes verán, cosas más grandes harán!

Me junto con la gente para pensar y soñar, para comentar al viejo Lao Tsé y a San Agustín, para sentir el abrazo del Sai Baba a miles de kilómetros de él, para leer a los gritos a Whitman ya Blake, para beber vino francés y café turco, para gozar al sol tendidos en la hierba o en la arena, en los grandes hoteles o las pequeñas capillas.

Por la magia supe que yo era mucho más de lo que pensaba, por la magia tuve certeza de que soy parte del Todo, por eso nada me intimida, por eso amo la gloriosa actividad de la diversidad humana, que va de los rituales más antiguos a las computadoras, de las naves espaciales a las flechas, de los caballos al Concorde.

Lo único que nos separa es la ignorancia, producto del miedo.

Por la magia puedo ver a Dios en una hormiga, a la eternidad en este momento, a la Tierra en esa migaja, al universo en este pan. Hermes Trismegisto tuvo conciencia del infinito, mil trescientos años antes de Jesús, estudiando el dibujo de una hoja caída del árbol.

Tal vez la magia pueda resumir toda la experiencia de la Humanidad en un solo hombre, en un solo acto de este hombre, en un solo libro, es más, en una sola línea. Es mágico pensar que me pueblan patíbulos, poetas, panaderos y piratas.

Ellos, tanto como los doctos, me confirmaron que lo esencial del universo y de todas sus cosas es la vacuidad, y en esa vacuidad señorea la magia que me lleva de la mano hacia el lugar del mundo donde una mujer me espera para que vayamos a buscar y ocupar la casa que nos está esperando en algún lugar del mundo, la magia que a través de la poesía, su hija dilecta, me enseñó que nos vamos diluyendo para confundirnos con las cosas, la magia que nos comunica con todos y con todo, la que junta la filosofía y la poesía en Goethe, la magia de aquel japonés que bailaba, o mejor dicho insinuaba una danza, enterradas sus piernas en la tierra y los brazos volando hacia el sol, como el árbol, y al rato era poblado por los pájaros, la magia de México, país mágico, especie de Egipto contemporáneo, tanto que en Xalapa se levantó un templo alrededor de un hongo gigantesco, tanto que en Oaxaca hay una comunidad que adora al madero, tanto que dos campesinos, Villa y Zapata, concretan la revolución más poética, es decir más mágica de la historia de la Humanidad.

Nacemos para encontrarnos, y la magia es la encargada de los más altos y profundos encuentros, el encuentro con lo que desconocemos, con lo invisible, que es lo esencial según el Principito, es decir Antoine de Saint Exupéry.

Es mágico que nos encontremos, o nos reencontremos, con Karem, una bruja amorosa, una bruja rosada poblada por una lluvia deliciosa y verde que le hace crecer un silencioso sauce al costado del corazón (una antiquísima araña teje su telaraña entre su alma y su espíritu, por eso el entusiasmo no se le agota, por eso puede saltar de alegría frente al loro como cuando escucha un góspel cantado por un negro del Bronx).

Karem sabe que no podemos determinar lo pobre o lo rico que somos porque todo es regalo, el mundo es tan generoso que hasta podemos comunicarnos con las plantas, las estrellas y los muertos a través de la magia, misterioso poder que Dios le da a los que se animan a la verdad entera, como Karem, que se anima a todo porque está enamorada de todo (cuando uno sabe a quién ama es un amante, pero cuando no sabe qué es lo que lo tiene permanentemente enamorado es un religioso).

Karem está despierta, es decir totalmente viva, por eso la entristecen las malas noticias y se alegra con los éxitos de sus compatriotas deportistas, sufre con las telenovelas y se enamora de cualquiera que le regale una rosa, se preocupa por los pájaros enjaulados y por los malos árbitros de los partidos de fútbol, le duele una frase fuerte oída al pasar y quiere compartir con todos los tesoros que nos acerca la magia, por eso se mete en los periódicos, en las radios y en los canales de televisión.

Cree tanto que poco y nada le interesan las pruebas (las pruebas no sirven, decía mi madre, que era una especie de Karem pero entre la nieve, porque cada prueba exige otra prueba y así hasta lo infinito, y lo mismo sucede con la razón).

Karem no ve a Dios pero sí a sus obras, y a través de ellas lo huele y lo toca, y por esa relación se le despierta la magia (perdón, ella la despierta) que la hace tan poderosa y querible en un mundo empobrecido y debilitado por la falta de amor, que exige valentía.

La luz de las velas le confirma a Karem que el poder de la magia está en la oscuridad, desde ahí surgen las infinitas formas de Dios, allí se dibujan las transmutaciones que sucederán, los misteriosos hilos que armonizarán las diferencias, que nos comunicarán con las piedras y las flores para que nos manifiesten lo que debemos conocer para concretar el vuelo a la verdad, libres de las servidumbres de la voluntad para vivenciar, naturalmente, la vida que hay en la supuesta muerte.

Tenemos todo el tiempo que hay y jamás podremos agotar lo inagotable, como ni siquiera Homero pudo agotar la poesía, pero sospecho que si el alto poema que es la vida tiene un final está lejos, en medio de un mar que solo la magia conoce y que es difícil de encontrar. En este momento sé (no me preguntes por qué) que en el corazón de ese mar hay una isla alrededor de un árbol donde está el cofre que guarda la llave para abrir la puerta que, al final, solo al final de esta etapa terrenal, encontraremos.

Te confiaré el secreto: me dan mucho porque doy mucho.

Hacer las cosas porque sí, porque tenemos ganas, trae goce, liviandad, nos hace sentir libres, como ver la obra de Picasso, que resumió dura, audazmente, la historia del arte, para quedarse con lo esencial, que trabajó con alegría, es decir con libertad.

Alrededor, el descontento desintegra a nuestros hermanos, el descontento que trae la obligación, el compromiso, el tener que hacer las cosas por algo, no por uno, que es lo que importa.

No hay comprensión total si hay control, una vida obediente es una vida de conformidad, y esto es solo una manera confortable de la muerte. La conformidad es miedo al cambio, es decir a la vida, y allí no puede haber libertad, todo hábito destruye a la libertad, hace que la vida sea artificial, insípida, inútil, todo hábito nos impide llegar a la vastedad de la mente, donde podemos crecer sin límites.

AMANEZCO EN MI ISLA

Soy el buen salvaje en medio del mal llamado progreso...

Sea donde sea, amanezco en mi isla, donde las corbatas no atemorizan a los pájaros, sin la responsabilidad de una tradición porque las trajino todas, desde los esenios y los antiguos griegos a los budistas y los impresionistas. No hay escuela que me sea ajena pero ninguna es tan fuerte como para detenerme, como para interrumpirme el camino a mí mismo.

En libertad, como debe ser, canto entre los etruscos y Lezama Lima sin permitir que las sombras de la Historia debiliten mis alegrías. No soy un escritor argentino o sudamericano, soy Cabral, una voz propia que cuenta o refleja o declara al mundo, libre de todo pero viviendo con todos, solo responsable de mí mismo, con permiso de decir lo que quiera sin el permiso de Sócrates, de Platón, de San Agustín, de Shakespeare, de Schopenhauer o de Sartre, porque no soy un eslabón de la cadena sino parte de toda la cadena pero a partir de mí mismo, de mi propia decisión, que fue tomada por alegría, no por compromiso.

No estoy obligado a ser mejor o a continuar a nadie, como ante nadie debo justificarme (Juan Francisco dice, a sus dos años, que yo soy artista porque canto y que canto para poder comprarle chocolates, que es lo más razonable que escuché sobre mi oficio). Toda mi riqueza es fruto de mi libertad, tanta que me siento un extraterrestre entre tantos ciudadanos sometidos a las cosas más mediocres, a los poderes más groseros.

Soy el buen salvaje en medio del mal llamado progreso, el de las comodidades que tanto incomodan, soy un hijo del fuego, un agitador, el que toca la campana cada vez más temprano en la mañana, el que le bajó la luna a Teresa antes de que subieran a ella los astronautas norteamericanos.

El niño japonés está domando la bicicleta norteamericana en el hall del hotel mexicano y en la tarde del domingo, y en su tarea, que es un juego, como deberían ser todas las tareas, arma y desarma círculos en el vacío que no está tan vacío.

Sus ojos rasgados son la continuación de las ruedas, un espectáculo grato al sol que lo mira y que tal vez lo guía, que ilumina los rayos de las ruedas y le multiplica los cantinas, es decir las posibilidades, o que se acerca para aprender, para mejorar sus gigantescas vueltas a este querido planeta.

El mago le dijo a mi madre: Usted me cae bien, por eso le enseñaré algunos trucos. Y ella le contestó: No quiero saber porque dejaré de asombrarme, prefiero asombrarme a saber!

Todos los colores y las formas del mundo se reflejan en este espejo argentino apoyado en la fuente que es el corazón del parque. De vacío en vacío llego al gran vacío que es la noche, vacío suspendido en los sueños, que son adelantos de nuestro destino, que es el que provoca nuevamente la alborada, el día que nos hechiza con la ilusoria materia, por ejemplo este gurú creciendo con el silencio en lo alto del árbol (el gato, que conoce los misterios como nadie, da vueltas a mi alrededor, que doy vueltas alrededor de la magia, excitado por los contactos de Karem con el universo).

Vivo para escribir el heroico poema de la vida (nunca es tarde, aunque Homero esté fuera de la visita y Adán demasiado lejos, porque transitamos la eternidad). Todo mi tiempo está al servicio de la geografía, de la historia, de todas las maneras del arte, de la religión y la filosofía, de la arquitectura y la psicología, de la flora y de la fauna.

Canto, escribo y dibujo, escucho y camino constantemente, sé que no es suficiente escribir poesía, que es necesario vivir poéticamente, sé que debo ser valiente para tener derecho a contar historias heroicas, pero no me interesa la gloria sino la plenitud (aquella vive en el futuro que nunca alcanzaré y está en el presente, que es lo único que me pertenece), a través de todo voy en busca de mí, por eso debo ser secreto o por lo menos silencioso.

Cada vez que escribo recuerdo a Mallarmé, eco de una convicción de Flaubert: El propósito del mundo es convertirse en un libro. Yo estoy seguro de que el protagonista de ese libro único y multitudinario será la magia porque la vida es más mágica que lógica, ¿o no es mágico que dos más dos sean cuatro para siempre en un mundo en constante movimiento?

Por mucho que avancemos con la ciencia y la tecnología, los asuntos esenciales de la vida siguen perteneciendo al campo del misterio, al que parece que solo la magia puede acercarse, la magia que creó mitologías que terminaron ayudando al mundo racional (Freud es un ejemplo de esto), la magia que confirma que, ante todo, la vida es fantástica, o no es fantástico, por ejemplo, enamorarse de esta mujer y no del resto, ¿o no es fantástico mantener vivo en el corazón a un profeta que caminó por este planeta hace dos mil años y no tener presente al vecino que vive nuestros días y nuestras calles?

El amor es una de las obras maestras de la magia, el amor que le da sentido a lo grande y lo pequeño, el amor que nos confirma en la Tierra, el amor que nos transforma en héroes siguiendo misteriosas órdenes que nos llegan directamente al corazón (no es razonable llevar a cuatrocientos mil esclavos durante cuarenta años en busca de una tierra prometida por un Dios que, ante todo, es misterio).

TODO EL TIEMPO

No pierdo fuerzas en querer convencer y gustar...

En el papel se encuentran, fácil, casi deportivamente, el Heráclito de ayer con el Umberto Eco de hoy, mi abuela de Berisso con la Fabiola de Tuxtla, una esquina del Madrid de 1973 con esta palmera panameña de 1994. Sin ninguna duda, es distinto el tiempo del reloj que el tiempo del papel en blanco en la mañana del escritor, son otros los juegos que nos depara la pluma, juegos generosos porque, por ejemplo, los textos de Borges no me impiden gozar las genialidades de Maradona ni Marguerite Yourcenar me aparta de las putas del Barrio Chino de Barcelona.

Pasé por todas las escuelas pero no me quedé en ninguna, todas me dejaron algo pero no me detuvieron porque voy en busca de mi mismo, donde conoceré la verdad entera.

Me tomo todo el tiempo y me tomo todo el espacio, todo el espacio porque vivo en todo el mundo y todo el tiempo porque dedico las veinticuatro horas del día a mi vivir, es decir a lo que amo, a lo que me hace sentir pleno, sin perder fuerzas en querer convencer y gustar.

Cuando escribo el tiempo es otra cosa, no es el mismo del notario ni el de la policía, es otra cosa, algo más adentro, algo que llega más abajo y que vuela más arriba, algo que recupera, que trae al ahora mismo encuentros anteriores, que concreta citas del futuro con el presente, puentes por donde las palabras van y vienen graciosamente porque no hay distancias insalvables ni prisas porque el tiempo de la literatura es generoso y elástico, como la música (en el escenario también el tiempo es otra cosa, como si dejara en paz al concierto, como si lo liberara de las cadenas que le impone a los bancos y al correo).

Lo desconocido también es parte de nuestra tradición, y esto es excitante y nos obliga a estar atentos y en constante movimiento para estar siempre en el corazón de los acontecimientos para recibir los beneficios de la gracia, para estar orientados cósmicamente, para actuar como se debe en todo momento, para no romper una circunstancia o un paisaje, para que todo nos sorprenda pero nada nos desequilibre, para avanzar sin dejar de ver lo que quedó atrás, para encontrar lo necesario en cualquier parte, para estar maduro sin dejar de crecer, para que la sabiduría no nos distraiga de las pequeñas cosas del momento, para tener más preguntas que respuestas, para que cualquier fruta sea la mejor.


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