El karma es la esencia de la reencarnación

La visión de Edgar Cayce dice que el karma es la esencia de la reencarnación por la que se expresar la esencia divina y la fuerza unificadora del universo.

EDGAR CAYCE

¿QUÉ ES LA REENCARNACIÓN?

En esencia, ¿qué es la reencarnación?

Es la creencia de que cada uno de nosotros pasa por vidas sucesivas, con el propósito de crecer en espíritu y de recobrar la plena conciencia de su naturaleza divina.

El punto de vista de Cayce excluye la metempsicosis o transmigración de las almas, según la cual los humanos pueden reencarnarse en forma animal. A la vez, provee un marco filosófico para el pasado, poniendo especial énfasis en la manera de asumir nuestra existencia actual: debemos vivir el momento presente, procurando desarrollarnos espiritualmente y ayudarnos los unos a los otros.

Las lecturas Cayce enseñan que el recorrido que hemos efectuado nos ha traído al punto en que nos encontramos.

Sin embargo, lo esencial no es quiénes hemos sido o qué hemos hecho antes, sino cómo reaccionamos frente a las oportunidades y a las pruebas que surgen ahora mismo, dondequiera que nos hallemos. En efecto, nuestras elecciones y conducta del momento, provenientes de nuestro libre albedrío, son las que realmente importan.

La perspectiva de Cayce, para nada fatalista, abre horizontes casi ilimitados.

En las lecturas, Cayce señaló también el peligro de comprender incorrectamente la reencarnación. Indicó que ciertas teorías alteraban su verdadero significado. En particular, todas las que no reconocían la libre voluntad creaban lo que llamó un monstruo kármico, es decir una idea errónea que no tomaba en cuenta los hechos auténticos, ni la estrecha conexión existente entre el karma, el libre albedrío, el destino y la gracia. Aún hoy en día, mucha gente interpreta, de manera equivocada, la reencarnación como un eslabonamiento o una concatenación ineluctable de experiencias y de relaciones que nos impone nuestro karma.

Si así fuera, nuestras decisiones anteriores nos obligarían a seguir una trayectoria marcada con acontecimientos específicos, y nuestro porvenir ya estaría fijado. Esta visión difiere totalmente de la de Cayce, pues las lecturas destacan que el pasado no proporciona sino una coyuntura posible o probable. Muestran que, lejos de ser meros espectadores, a veces reticentes, desempeñamos un papel dinámico en el desenvolvimiento de nuestra propia existencia.

EL KARMA

La palabra karma es un término sánscrito que significa obra, hecho o acto. A menudo se le da el sentido de causa y efecto. Las lecturas concuerdan con esta acepción, pero añaden la noción filosófica inédita y exclusiva de que el karma puede definirse como una memoria. Por ende, no se trata de una deuda que tenemos que pagar conforme a algún criterio universal, ni de una serie de experiencias determinadas por nuestras previas acciones, buenas o malas.

El karma es solo una memoria, una fuente de información que incluye elementos ‘positivos’ y otros aparentemente ‘negativos’, en la cual el subconsciente busca los datos que utiliza en el presente. Esto explica, por ejemplo, las afinidades o las animosidades espontáneas que sentimos por ciertas personas.

Aunque esa memoria subconsciente se refleja en nuestra fisonomía e influye en nuestros pensamientos, reacciones y decisiones, siempre podemos recurrir al libre albedrío para orientar nuestra vida.

Las lecturas de Cayce mencionan que cuando fallecemos, no nos reencarnamos de inmediato. Puesto que lo que llamamos subconsciente en el plano físico viene a ser nuestro consciente en el más allá, el alma recapitula todo lo que ha atravesado y escoge, entre las lecciones que debe aprender, las que se siente capaz de asumir ahora a fin de seguir su evolución. Entonces aguarda el momento propicio para renacer en la tierra.

Ordinariamente, elige un entorno que ha conocido antes. En cada nueva vida, opta por un cuerpo masculino o femenino, según el objetivo de su encarnación. Además, selecciona el ámbito y las condiciones (padres, familia, lugar, época, etc.) que le permitirán perfeccionarse y cumplir con lo que espera realizar.

Sin embargo, sus experiencias dependerán de la forma en que emplee su libre albedrío dentro de ese contexto.

LA ESENCIA DIVINA

En efecto, podemos considerar nuestras tribulaciones como obstáculos e impedimentos o, por el contrario, transformarlas en situaciones beneficiosas, en oportunidades de elevar nuestro nivel de conciencia. El proceso de reencarnación continúa hasta que logremos personificar el amor universal en el mundo y expresar nuestra esencia divina en todos los aspectos de la vida terrenal.

Conviene notar que talentos y cualidades nunca se pierden, de modo que las facultades cultivadas en cada encarnación se suman al capital del futuro. Por ejemplo, el don de los niños prodigios es el resurgimiento de un talento ejercitado en una o varias existencias previas. Asimismo, un excelente profesor de literatura podría haber sido escritor, historiador y copista en vidas anteriores. De hecho, nuestras aptitudes se manifiestan en función del motivo de nuestra encarnación actual.

PURIFICACIÓN KÁRMICA

Las lecturas revelan que el karma no se instaura entre los individuos, sino únicamente con uno mismo. En otras palabras, uno siempre se enfrenta a sí mismo. En consecuencia, el curso de nuestra existencia se basa en las decisiones que tomamos a fin de responder a la coyuntura que nosotros mismos hemos suscitado.

No obstante, la noción más difícil de entender es que, en general, se nos brinda la posibilidad de resolver nuestros propios problemas kármicos a través de nuestras interacciones con los demás. Por esta razón, en lugar de aceptar la plena responsabilidad de nuestros fracasos y decepciones, tendemos a imputárselos a otros.

Así nuestro karma nos es personal, pero nos sentimos constantemente atraídos por la gente o los grupos que nos ofrecen ocasiones favorables de asumirlo. De manera similar, ellos se acercan a nosotros en su recorrido individual para satisfacer su memoria kármica. Por lo tanto, nuestras relaciones con los demás nos permiten enfrentarnos a nosotros mismos y vivir sucesos que nos enseñan y nos ayudan a avanzar en el sendero espiritual.

Con frecuencia, los episodios vividos en grupo reaparecen, en encarnaciones posteriores, como vínculos familiares, profesionales, culturales o étnicos. Las lecturas subrayan que nunca nos encontramos con alguien accidentalmente, porque las coincidencias no existen. Del mismo modo, no experimentamos de entrada una profunda simpatía o antipatía sino hacia personas que hemos conocido antes.

CAUSA Y EFECTO

Debemos atenernos a las consecuencias de nuestras decisiones y actitudes previas, ya que cosechamos inevitablemente lo que hemos sembrado. La Biblia dice: Todo lo que sembrare un hombre, eso mismo cosechará. Los adeptos de la reencarnación suelen afirmar: Atraemos lo que es semejante a nosotros. Esto implica que, algún día, tendremos experiencias análogas a las que nuestras elecciones han producido en la vida de otros.

A diferencia de las doctrinas fatalistas que nos reservan una suerte inmutable, la teoría de Cayce asevera que somos dueños de nuestro destino.

En efecto, podemos controlar nuestros pensamientos, palabras y acciones, y escoger nuestro comportamiento ante las circunstancias que nosotros mismos hemos engendrado. Comprendamos que todo lo que acontece en nuestra existencia es el fruto de nuestra propia creación, y que nuestras tribulaciones siempre contribuyen a nuestro desarrollo cuando las consideramos como oportunidades de corregir los errores del pasado o de adquirir sabiduría y entendimiento.

Descubrir por qué nos hallamos en una u otra situación no es necesariamente fundamental: lo primordial es cómo nos disponemos a hacerle frente, pues de nuestras reacciones nacen nuestras experiencias futuras. Así, dos personas podrán adoptar una actitud muy distinta en casos comparables, por ejemplo con respecto a la pérdida de un empleo.

Mientras que una se angustiará y amargará, la otra verá una ocasión inesperada de reconstruir su vida y de dedicarse a alguna actividad que le apasiona desde hace mucho tiempo.

LA RELIGIONES

La reencarnación es un concepto que figura en las grandes religiones del mundo y no se limita a las filosofías orientales.

La reencarnación profesa la tolerancia y la compasión, contesta numerosos interrogantes y da sentido hasta a los más mínimos aspectos de la existencia. Algunos la encuentran provechosa, otros controversial. De cualquier forma, lo que los demás opinan no es pertinente. Los adeptos serios saben que todos hemos experimentado varios ámbitos, condiciones y circunstancias en el transcurso de nuestras vidas sucesivas.

Ellos se sirven de la reencarnación, no para detenerse en el pasado o enorgullecerse de quizás haber gozado de notoriedad anteriormente, sino para crecer en espíritu y contribuir a mejorar el mundo en el que vivimos.

Cayce ilustra esta idea en la siguiente lectura:

Determine por qué razón está buscando esa información. Si es a fin de oír que ha vivido, fallecido, y sido enterrado al pie del cerezo al fondo del jardín de su abuela, ¡esto no le hará un mejor vecino, ciudadano o padre!

En cambio, si es para saber que ha pronunciado palabras hirientes, de lo cual se ha sentido culpable, y que ahora puede redimirse actuando de manera justa, ¡entonces sí, vale la pena!

EL QUE BUSCA HALLARA

Así le sucede al alma cuando entra en un cuerpo para vivir una vida en la Tierra. Los pensamientos de esa persona, y las acciones que son consecuencia de tales pensamientos, son el alimento del que se nutre ese alma.

Esos pensamientos y esas acciones han sido, a su vez, generados por los pensamientos y las acciones anteriores; y así sucesivamente hasta el nacimiento del alma.

Cuando un alma penetra en un cuerpo nuevo, se abre una puerta, que le brindará la oportunidad de construir su destino. Así pues la vida es una forma de desarrollo, una preparación para la purificación del alma.

Todo el bien que se hace en cualquier vida permanece con el alma. Un alma jamás podrá deshacer el bien que ha hecho por la ley de la causa y el efecto mediante la aplicación de la Ley de la Gracia.

JESÚS Y LA REENCARNACIÓN

Pasando, vieron a un hombre ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿Quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?

Contestó Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino que nació ciego para que se manifieste en él la obra de Dios.

Si en esos tiempos la teoría de la reencarnación hubiera sido objeto de un rechazo total, con toda seguridad la respuesta de Jesús habría sido un reproche por haber formulado una pregunta tan estúpida.

Evidentemente, un recién nacido es incapaz de pecar: Si el pecado hubiera sido la causa de la ceguera, la pregunta habría sido expresada de otro modo: Maestro, ¿acaso los pecados del padre han alcanzado al niño, o están los padres libres de pecado?

Jesús era misericordioso en todo. Incluso cuando maldijo a la higuera haciendo que se marchitara. Está claro que actuó así porque sabia que el subsuelo en el que estaba enraizada estaba contaminado y podía envenenar su fruto.

Jesús jamás nos hubiera dado una imagen de su Padre tan terrible, un Padre que inflige la ceguera a un niño indefenso simplemente para manifestar su obra en él. Ahora bien, si el alma que habita en el hombre voluntariamente eligió ser ciega, para aumentar con más rapidez su entendimiento y paciencia, entonces la obra de Dios con toda seguridad se habría manifestado en él.

Si nos basamos en el karma, la doctrina de Jesús: Según siembres, así recogerás cobra perfecto sentido. Pero si prescindimos de su vinculación fundamental a la reencarnación, queda reducida a una banalidad fatua. Muy pocas personas tienen la suerte de poder recoger en la misma vida lo que sembraron.

La reencarnación es el eterno renacer de la existencia, es la fuerza unificadora que se difunde por el universo, eternamente.

Edgar Cayce