La iluminación espiritual

Inocente aparente o inocente real

NI IDEOLOGÍA, NI APARIENCIA

¿Es posible que alguien pueda considerarse inocente en este mundo? ¿Acaso no es todo él obra de nuestra envidia, de nuestra codicia, de nuestros deseos de poder y consideración social? Fíjense en el aspecto que quieran: economía, política, religión, cultura, arte....Fíjense en todo eso y sean sinceros: ¿Acaso las grandes mayorías no aspiran a ser eso que llaman triunfadores?...

(¿Es esto ideología o realidad?)

¿Quién tiene derecho a quejarse si no es un triunfador? Pueden decir: Oh, pero es que existe la injusticia, es que existe la opresión, la mentira organizada, la guerra y mucha violencia en todas partes. Pueden decir esto y dirán la verdad. Entonces, ¿qué duda cabe que esto sigue sin ser ideología?...Pero ahora tienen que escuchar esto: este es el mundo construido por los triunfadores. Si usted es uno de ellos nunca estará entre los manifestantes; lo cual, por desgracia, no le eximirá de soportar lo que otros triunfadores han provocado.

Pero el asunto es este: que usted tal vez no quisiera estar entre los manifestantes, sino en el otro lado, en el lado que protege la policía, en el lado de los que reciben los honores y gozan de los privilegios; en el lado donde no hay cargas policiales: entre los triunfadores, vamos.

En la sociedad norteamericana siempre se da mucha importancia a este tema de ganadores y perdedores, pero el modelo ha sido exportado con éxito, y no es extraño si se contempla al mundo desde lo exterior, la apariencia, el lujo, el brillo social de los que montan en el lomo del Becerro.

Lástima que el ídolo no de felicidad, no estimule el deseo de vivir, no mane alegría, no aleje los fantasmas del miedo y de la muerte y ni siquiera sea capaz de garantizar la salud y evitar esas noches duras donde emerge la conciencia y se precisan somníferos para estar a la altura del propio triunfo al día siguiente. Tal vez mañana aún se precise algún estimulante para poder llegar hasta la noche con el laurel en la cabeza.

En una pared cercana mientras venía hacia el parque en que me hallo alguien había escrito con spray aquella sentencia del Cristo: ¿De qué te sirve, Oh hombre, ganar el mundo si pierdes tu alma? Pero los manifestantes pasaban por su lado con sus propias consignas. Tal vez pidan paz pero odien a alguien; tal vez pidan justicia, pero sean machistas; tal vez clamen en defensa de los animales y coman carne; por el desarrollo sostenible pero ni reciclen sus desechos o consuman de un modo insostenible para el Planeta. Tal vez defiendan el derecho a la libertad de expresión y la tolerancia mientras se empeñan en tener siempre la razón en sus relaciones personales o familiares. Tal vez, en definitiva, quieren ser triunfadores porque les mueva la envidia a los patronos y a los ricos como elemento motivador inconfesado, y hasta los habrá que quieran conducir una revolución para ocupar su sitio.

¿Será por la suma de estos y parecidos asuntos sin resolver que el mundo se desliza por este tobogán sin freno cualquiera que sea el sitio donde miremos?

¿Se considera inocente? Si lo es, ha ganado la mayor batalla que se puede librar en este mundo. De algún modo, habrá dejado de pertenecer a este tiempo y ya será del que ha de venir y ya se está anunciando con dolores de parto. Y esto no es ideología ni tampoco apariencia. Solo tenemos que mirar.