La iluminación espiritual

El claudicante y el discrepante

Imagen; El claudicante y el discrepante; Patrocinio Navarro

DOS FORMAS DE MIRAR EL MUNDO

La claudicante y la discrepante.

Existen dos formas de mirar el mundo que llevan a la correspondiente actuación en él: la claudicante y la discrepante. La mirada claudicante es complaciente y sumisa. Considera que el mundo es como debe ser y que entra en el orden natural de las cosas que las que suceden obedezcan a razones misteriosas de Dios, al poder de algún mandatario y a la fuerza de costumbres y tradiciones. Ello les empuja a una especie de fatalismo teológico y existencial y a un estado de sumisión social ovejuna mezclada con miedo. Miedo a Dios, por si hay infierno, miedo al superior por su propio castigo, o a rechazar costumbres tenidas como inviolables por miedo a la expulsión o al rechazo de su grupo de referencia.

A la hora de elegir en quién apoyarse, los claudicantes eligen a quien les ofrezca seguridad, como es natural en su caso; a líderes que pretenden que las cosas no cambien, porque el cambio lo viven como amenaza de pérdidas. Pueden ser pérdidas de status, dinero, privilegios propiedades o del sentido de la vida. El miedo sordo, vital, acompaña como telón de fondo a todo ese mundo sumiso que lucha para conjurar el vacío o el temor a los otros, y por supuesto a los discrepantes que cuestionen ese su mundo. Contra ellos pueden ser fácilmente empujados. Un ejemplo paradigmático siniestro es aquel episodio en que las turbas eligieron salvar a Barrabás antes que a Jesús.

La mirada del complaciente es naturalmente conservadora o ultra-conservadora. Adopta religiones autoritarias que conlleven junto al fatalismo -que intentan conjurar con ritos y ceremonias- el dogmatismo que les produce seguridad. Y esos dos aspectos, el dogmático y el fatalista, conducen a los claudicantes hacia partidos políticos con dictador, pues la falta de iniciativas propias- consecuencia de su inseguridad- les lleva a caer en brazos de los que hablan más fuerte porque parecen más seguros. Y por las mismas razones que eligen ideologías políticas conservadoras eligen religiones donde la voz crítica haya sido sustituida por la voz de la autoridad incuestionable, más incuestionable cuanto más amenazados se sienten. Un ejemplo paradigmático es la religión católica, aunque todas tienen sus autoridades incuestionables a las que se someten sus seguidores,

En el otro lado del mundo claudicante se halla el de quienes aprendieron a ponerlo en cuestión, no por el deseo secreto de fastidiar la siesta mental de los de ese otro mundo, sino por haber visto con claridad cierto número de cosas que la miopía conformista no alcanza a vislumbrar. Cosas todas nacidas de la apertura mental y de la conciencia, que siempre fueron ventanas por donde entra la luz a las mentes humanas, forman el alma espiritual libre de este mundo, que siempre tiene frente a sí todo el mundo de las sombras que alimenta al pensamiento claudicante y a sus máximos representantes.

Así como el miedo es el motor negativo del conservador y ultraconservador hasta el punto que le convierte en violento con facilidad, la libertad es uno de los motores que ponen en marcha el mundo discrepante. Libertad es una idea fuerza; es algo que se tiene o no se tiene, y que para tenerla hay que superar barreras del propio ego puestas precisamente por cada uno y constituyen su perfil oscuro, pero quienes viven con espíritu crítico necesitan librarse de sus sombras, pues necesitan la libertad como el comer o el respirar. Este sentimiento es difícil de comprender para un claudicante, porque es algo más que un concepto intelectual o una propuesta política o religiosa. Se trata de un modo de mirar, en especial de mirar al otro desde lo mejor de sí mismos y de la misma manera a la Naturaleza toda y al mundo animal. Hay muchos niveles de mirar crítica y libremente, pero quien más avanza en este terreno más forma parte del ejército benefactor de este Planeta asediado y envenenado por las fuerzas contrarias.

Quien mira al otro y le desea la salud, la paz y el bienestar, aunque de todo ello no se beneficie personalmente, no hay duda de que pertenece a una categoría humana y espiritual superior a la de aquel que mira al semejante como competidor, adversario o peligroso. Pero esta mirada libre de miedos y prejuicios no es posible tenerla sin haber desarrollado el espíritu crítico hasta el punto de ser capaces de mirar el mundo horizontalmente, y no desde arriba como superior o desde abajo como siervo. La mirada libre tiende a formar estructuras igualitarias del mismo modo que la mirada condicionada tiende a las estructuras jerarquizadas donde el pensar cautivo se siente seguro, aunque tales estructuras no sean saludables para sí ni para el Planeta, como es el caso de las estructuras de poder capitalistas y su agresividad a los derechos humanos, y su capacidad de envenenar hasta el aire que respiramos.

El discrepante no acepta el pensar cautivo que justifica la maldad objetiva de lo que ocurre en nuestros días; no quiere formar parte de ningún rebaño, y por ello siempre fue un sujeto incómodo en este mundo; a menudo incomprendido o mal comprendido; a menudo rechazado o poco apreciado. A menudo perseguido y eliminado. Eso no le impide desarrollar su modo de mirar y de hacer, y con el tiempo, - a menudo después de muertos- a algunos se les coloca en pedestales que ellos mismos nunca quisieron ni para sí ni para otros. Se les calificó de herejes, rebeldes, inconformistas, revolucionarios, heterodoxos, gente rara: discreparon del mundo que la mayoría de sus contemporáneos consideraron perfecto, y luego a menudo después de sufrir por defender la causa de la libertad, la igualdad o la justicia se les recuerda como gente especialmente valiosa. No citaré nombres: cada cual conoce o busca conocer a alguien así y en la medida que lo haga, eso ya es adentrarse en otra onda mental: es comenzar a discrepar. Entonces, sea bienvenido.