La iluminación espiritual

El poder reconocer

Cuento Zen (265)

Cierta vez, un sabio sufí les pidió a sus discípulos que dijeran cuáles eran las vanidades que habían tenido antes de iniciar sus estudios con él.

El primero dijo: Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo.

El segundo dijo: Yo creí que, en mi condición de religioso, era uno de los elegidos.

El tercero dijo: Yo me creí capaz de enseñar.

El cuarto dijo: Mi vanidad fue mayor que todas esas, pues creí que podía aprender.

Entonces, el sabio observo: La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor: la vanidad de reconocer que en un tiempo tuvo la máxima vanidad.

MORALEJA

Si dices de corazón: Reconozco mi vanidad, es una rendición profunda, una apertura, una receptividad, una declaración a ti mismo y al Universo. En el reconocimiento siempre descubres que los fallos te pertenecen.

Si reconoces, la lucha ha terminado, uno comprende que todo estaba bien. La ganancia y la perdida, ambas se asimilan. Errar también es parte del crecimiento, y entrar en el mundo también era parte de la búsqueda de Dios. ¡Era necesario! Reconocer acaba de una vez con ello y si no reconoces, aún no estás listo, y si intentas llegar a tu fuente interna reconociendo a medias, va a ser una represión. Y la represión divide, te aleja de la fuente.

Eres tan cobarde que necesitas tiempo incluso para reconocer tu divinidad. Te has censurado tanto a ti mismo que no puedes concebir que puedas ser Dios, y por ello tampoco puedes entender que Buda pueda ser Dios, o que Cristo pueda ser Dios.

El ego siempre está dispuesto a negar y nunca a reconocer, nunca está dispuesto a transformarse a sí mismo. El ego puede decir que no existe Dios; pero no es capaz de decir: Puede que exista, porque tengo tantos bloqueos que soy incapaz de percibir a Dios. El ego puede negar que exista una flor, pero no puede reconocer el hecho de que ha perdido la capacidad de oler.