LA ILUMINACIÓN ESPIRITUAL
CUENTO ZEN NARRADO DE HOY
Cierta vez, un sabio sufí les pidió a sus discípulos que dijeran cuáles eran las vanidades que habían tenido antes de iniciar sus estudios con él.
El primero dijo: Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo.
El segundo dijo: Yo creí que, en mi condición de religioso, era uno de los elegidos.
El tercero dijo: Yo me creí capaz de enseñar.
El cuarto dijo: Mi vanidad fue mayor que todas ésas, pues creí que podía aprender.
Entonces, el sabio observó: La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor: la vanidad de reconocer que en un tiempo tuvo la máxima vanidad.
MORALEJA
Si dices de corazón: Reconozco mi vanidad, es una rendición profunda, una apertura, una receptividad, una declaración a ti mismo y al Universo. En el reconocimiento siempre descubres que los fallos te pertenecen.
Si reconoces, la lucha ha terminado, uno comprende que todo estaba bien. La ganancia y la pérdida, ambas se asimilan. Errar también es parte del crecimiento, y entrar en el mundo también era parte de la búsqueda de Dios. ¡Era necesario! Reconocer acaba de una vez con ello y si no reconoces, aún no estás listo, y si intentas llegar a tu fuente interna reconociendo a medias, va a ser una represión. Y la represión divide, te aleja de la fuente.
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