La perfecta escucha
Cuento zen con moraleja
La perfecta escucha es escuchar no tanto a los demás cuanto a uno mismo. La perfecta visión consiste en mirar no tanto a los demás cuanto a uno mismo.
Cuento zen sobre la perfecta escucha
La mujer al marido, absorto en el periódico: No necesitas tomarte la molestia de seguir gruñendo: sí, querida, no, querida. Hace diez minutos que he dejado de hablar.
Pero, por desgracia, frecuentemente ni siquiera oímos lo que el otro está diciendo.
Una pareja celebraba sus bodas de oro, y estuvieron todo el día de fiesta, celebrándolo con cantidad de familiares y amigos que acudieron a felicitarles. Por eso se sintieron aliviados cuando, al anochecer, pudieron quedarse solos en el porche contemplando la puesta del sol y descansando del ajetreo de todo el día.
En un determinado momento, el anciano se quedó mirando afectuosamente a su mujer y le dijo: Querida, estoy orgulloso de ti.
¿Qué has dicho?, preguntó la anciana. Ya sabes que soy un poco dura de oído. Habla más alto.
¡ESTOY ORGULLOSO DE TI!
Me parece muy lógico, dijo ella con un gesto despectivo. También yo estoy harta de ti.
MORALEJA
La perfecta escucha consiste en escuchar no tanto a los demás cuanto a uno mismo. La perfecta visión consiste en mirar no tanto a los demás cuanto a uno mismo.
Porque nunca comprenderán a los demás quienes no se han escuchado a sí mismos; ni podrán ver la realidad de los demás quienes no se han explorado a sí mismos. El perfecto oyente te escucha aunque no digas nada.
Lo primero que debe entenderse es que solo los amigos pueden hablar en forma sincera de la vida. Siempre que una charla se vuelve discusión, siempre que una charla se vuelve debate, se rompe el diálogo. La vida no puede ser tratada así. Solo los amigos pueden charlar, porque entonces el hablar no es un debate, es un diálogo.
¿Y cuál es la diferencia entre un debate y un diálogo?
En el debate no estás dispuesto a escuchar al otro; aunque escuches, tu escuchar es falso. No estás escuchando realmente; estás simplemente preparando tus argumentos. Mientras el otro está hablando te estás preparando para contradecirle. Mientras el otro habla, esperas simplemente tu oportunidad para rebatirlo. Tienes de antemano un prejuicio, una teoría. No buscas, no eres ignorante, no eres inocente; estás ya lleno. Acarreas con ciertas teorías y estás tratando de demostrar su veracidad.
Un buscador de la verdad no lleva teorías con él. Siempre está abierto, vulnerable. Puede escuchar. Un hindú no puede escuchar, un musulmán no puede escuchar. ¿Cómo puede un hindú escuchar o un musulmán? Ellos ya creen saber la verdad, no hay por qué escuchar. Intentas que escuchen, pero, no puedes; sus mentes están tan repletas de creencias que nada les puede entrar. Un cristiano no puede escuchar, él ya cree conocer la verdad. Ha cerrado sus puertas a nuevos aires, ha cerrado sus ojos al nuevo amanecer, él cree que ha alcanzado, cree que ha llegado.
Por eso cuando la mente concluye que Cristo es la única verdad, es imposible escuchar a Krishna. Incluso si te los encuentras en el camino no serás capaz de escucharlo. Incluso si te encontrases a Buda no lo reconocerías.
Y todo el mundo está repleto de conclusiones. Alguien es cristiano, algún otro es hindú, otro jaino, otro un budista. ¡Por eso es por lo que la verdad se pierde! Una persona espiritual no puede ser cristiana, hindú, o budista; una persona espiritual puede ser únicamente un sincero buscador. Busca y permanece abierto a cualquier conclusión. Su bote está vacío.