La mujer y los tres eruditos

Cuento zen con moraleja

No insultes a una mujer que sabe hacer pastelillos porque la verdad se asocia con la sabiduría y la experiencia incluso, en realidades como hornear.

Imagen del cuento: La mujer y los tres eruditos

Cuento zen sobre la mujer instruida

Cierta vez, tres eruditos que se dirigían para hacer el examen del servicio civil se detuvieron a comprar algo de comer a una mujer que vendía pastelitos a un lado del camino. Uno de ellos se mantenía tranquilo y silencioso, mientras que los otros dos no cesaban de discutir sobre literatura. La mujer les preguntó adónde se dirigían. Los que estaban hablando le contestaron que iban a hacer el examen del servicio civil.

Ella dijo: Vosotros dos no conseguiréis aprobar el examen, pero vuestro compañero sí. Enfurecidos los dos al oír sus palabras, la insultaron y se fueron.

Cuando los resultados del examen confirmaron la predicción de la mujer, los dos eruditos sorprendidos volvieron para preguntarle de qué forma había sabido que ellos no aprobarían el examen y, en cambio, su compañero sí y le preguntaron si tenía conocimientos de fisonomía.

No respondió, todo lo que sé es que cuando un pastelito está suficientemente horneado permanece silencioso, mientras que antes de estar a punto no cesa de hacer ruido.

MORALEJA

Nunca insultes a una mujer que sabe hacer pastelillos.

El conocimiento pertenece a las cosas observadas, pero la verdad trasciende esos niveles puramente materiales porque se asocia con la sabiduría y abarca tales imponderables como la experiencia humana, incluso realidades espirituales y vivientes tan simples como hornear pastelillos.

Recuerda que el conocimiento pertenece a la dimensión del «tener»; el saber pertenece a la dimensión del «ser». Se parecen, pero no son lo mismo. No es que no sean lo mismo, sino que son diametralmente opuestos. Un hombre que se dedica a acumular conocimiento continúa perdiendo saber. El saber requiere de una mente especular, pura, incorrupta. No te estoy diciendo que el conocimiento sea inútil. Si posees tu sabiduría, fresca, especular, clara, puedes emplear tus conocimientos de una forma muy útil. Puede ser algo beneficioso. Pero, en primer lugar, ha de haber sabiduría.

El conocimiento es algo fácil; la sabiduría es difícil y solo se aprende con labores que dan experiencias tan sencillas como hornear pastelillos. Para saber, has de atravesar muchos fuegos. Para tener conocimientos no se necesita nada; tal y como eres puedes continuar añadiendo más y más conocimiento a tu persona.

Cuando realmente sabes algo, no eres un fanático y solo permaneces en silencio. Un hombre de sabiduría, aunque sea uno que ha alcanzado solamente a tener destellos de Dios, destellos de su ser, se vuelve muy tranquilo, muy sensible, frágil. No es un fanático. No es agresivo. Se vuelve profundamente compasivo. Y con el saber, se torna muy comprensivo con los demás.