La iluminación espiritual

Jesús convierte el agua en vino

Cuento Zen (169)

Tres días después María, la madre de Jesús, fue a una boda en un pueblo llamado Caná, en la región de Galilea. Jesús y sus discípulos habían sido invitados.

Durante la fiesta de bodas se acabó el vino.

Entonces María le dijo a Jesús:

— Ya no tienen vino.

Jesús le respondió:

— Mujer, ¿por qué me estás diciendo esto a mí?

Entonces María les dijo a los sirvientes: Hagan todo lo que Jesús les diga. Allí había seis grandes tinajas para agua, de las que usan los judíos en sus ceremonias religiosas. En cada tinaja cabían unos cien litros. Jesús les dijo a los sirvientes: Llenen de agua esas tinajas.

Los sirvientes llenaron las tinajas hasta el borde. Luego Jesús les dijo: Ahora, saquen un poco y llévenselo al encargado de la fiesta, para que lo pruebe.

Así lo hicieron. El encargado de la fiesta probó el agua que había sido convertida en vino, y se sorprendió, porque no sabía de dónde había salido ese vino. Pero los sirvientes sí lo sabían.

Enseguida el encargado de la fiesta llamó al novio y le dijo: Siempre se sirve primero el mejor vino, y luego, cuando ya los invitados han bebido bastante, se sirve el vino corriente. Tú, en cambio, has dejado el mejor vino para el final.

MORALEJA

Jesús ha hecho muchos milagros. Uno de ellos es transformar el agua en vino. Esto es una metáfora —no lo tomes literalmente. Si lo tomas literalmente, destruyes su significado, su sentido. Y si tratas de demostrar que es un hecho histórico, eres un estúpido y, contigo, Jesús también parece un estúpido. Son metáforas del mundo interior.

El mundo interior no puede ser expresado literalmente, sino simbólicamente —solo alegóricamente. Convertir el agua en vino únicamente significa crear lo eterno, convertir lo que no perdura en aquello que sí perdura.

Si guardas agua, antes o después empezará a oler mal. Sin embargo, puedes guardar vino durante años, siglos; y cuanto más tiempo pase mejor será, más fuerte, más potente. El vino es una metáfora de lo eterno.

Jesús se transforma a través del sacrificio. Nunca nadie puede transformarse sin sacrificio. Tienes que pagar por ello: la cruz es el precio que se paga. Tienes que MORIR para volver a nacer, tienes que perderlo todo para ganar a Dios.

Jesús se engendró a sí mismo. Este fenómeno sucedió en la cruz. Durante un momento él dudó, estaba muy desconcertado —lo cual es natural—. Durante un momento no podía ver a Dios en ninguna parte. Todo estaba perdido, estaba perdiéndolo todo; iba a morir y parecía que no hubiera ninguna posibilidad… Esto le ocurre a todas las semillas. Cuando se introduce la semilla en la tierra, hay un momento en el que se pierde así misma, y deberá dudar, las mismas dudas que tuvo Jesús en la cruz. La semilla está muriendo y debe agarrarse al pasado. Quiere sobrevivir, nadie quiere morir. Y la semilla no puede imaginar que esto no es la muerte, que pronto resucitará envuelta de mil maneras, que pronto empezará a desarrollarse como brote.

El cuerpo es como las uvas. Las uvas tienen que extinguirse. No puedes guardarlas por mucho tiempo —se pudrirán; pero de ellas puedes hacer vino, por eso también se le llama espíritu. Puedes crear espíritu de tu ser, un vino. Las uvas no puedes acumularse, son temporales, momentánea. Pero el vino puede permanecer siempre. De hecho, cuanto más añejo, más preciado y valorado es. Tiene una duración atemporal, algo que pertenece a la eternidad.

El cuerpo es como las uvas, y si lo utilizas correctamente, puedes crear vino dentro de ti. El cuerpo desaparecerá, pero el vino puede permanecer, el espíritu puede permanecer.