El espejo mental

Cuento zen con moraleja

La gente no quiere verse a sí misma tal como es, ni le gustaría dar una segunda mirada a un espejo mental. Solo desean ver la personalidad que proyectan.

Imagen del cuento: El espejo mental

Cuento zen sobre el vacío

En un país lejano vivía un inventor ingenioso que se había vuelto chiflado un poco jugando con la televisión. En el curso de sus experimentos fabricó una especie de espejo mental, por medio del cual una persona podía ver su estado mental con la misma claridad con que podía ver su cuerpo físico a través de una lupa.

Una vez fue perfeccionado el instrumento, se abrió una fábrica para producirlo y se dio a conocer en el país con la publicidad adecuada. Pronto hubo un montón de pedidos. Las esposas lo compraban para sus esposos y los esposos lo compraban para sus esposas y cuñados. Los padres lo compraron para sus hijos, e incluso los hijos lo compraron para sus padres. Los empresarios hicieron grandes pedidos para sus empleados. Se sabe, o quizás es solo un rumor, que únicamente un individuo en todo el país, confesó haberlo comprado para su propio uso. El alborozado inventor se vio nadando en la abundancia: se vendieron millones de estos artefactos.

Entonces, casi con la misma celeridad, las ventas descendieron y sin más cayeron a cero. Los investigadores que se enviaron a recorrer el país informaron de que las casas de empeño estaban abarrotadas de espejos mentales, mientras millares de ellos se habían estropeado accidentalmente o habían ido a parar misteriosamente a la basura.

Desesperado, el inventor se dedicó a una nueva tarea. Le dio un sentido opuesto al funcionamiento del instrumento, a fin de que idealizara el estado mental reflejado. De esta manera la persona se veían a sí mismas no como eran, sino como querían aparecer, con sus defectos arreglados y coloreados de rosa, y su fealdad encubierta de inocencia. Al final del año, el alborozado inventor se volvió a ver nadando en la abundancia.

MORALEJA

La mayor parte de la gente no quiere verse a sí misma como es, ni le gustaría dar una segunda mirada a un espejo mental. Pero aquellos que validan las ilusiones que nos hacemos de nosotros mismos pueden obtener de nosotros prácticamente lo que sea.

Recuerda, estar vacío es llegar a una situación en la que te verás tal como eres. Las personas temen esto, no quieren percibir esta situación interior. Tienen sus imágenes ideales, sus propias imágenes hermosas, decoradas. Tienen miedo de que, al interiorizar, esas imágenes se derrumben. Tienen que derrumbarse y desaparecer porque son falsas y no pueden ser reales. De ahí que nadie interiorice. Todos los maestros en el mundo, ya sean los del camino de la vía afirmativa o los del camino de la vía negativa, todos los maestros han insistido en una cosa: tienes que acceder a tu realidad, a lo que eres de verdad. Pero nadie los escucha.

Incluso cuando las personas quieren saber quiénes son, están esperando realmente tener la misma personalidad que proyectan.

Cuando empiezan a trabajar, llegan las dificultades; surge la fealdad; se siente la malicia, la ira terrible, el odio, los celos. Todo un infierno irrumpe y uno empieza a tener miedo y escapa y vuelve a aferrarse a una personalidad ideal.

Eso no vale mucho. Recuerda, uno tiene que conocerse tal como es. Abandona todos los ideales. Son hermosos, pero ponzoñosos; son ilusiones. Si no abandonas todos los ideales que tienes sobre ti mismo, todas las imágenes que has creado en tu impotencia a fin de ocultarte para enmascarar tu realidad. Abandona esas máscaras, permanece quieto, permanece vacío y mira en tu ser.

Sea lo que sea. Al comienzo será una experiencia casi infernal, pero ese es el precio que tenemos que pagar. Si tienes suficiente valor y puedes perseverar, pronto desaparece el infierno, se van las nubes y el sol brilla en un firmamento despejado. Entonces llegas a tu paraíso interior.

El infierno y el cielo están en tu interior. El infierno es solo tu circunferencia. El cielo es tu mismo centro. Tú eres el centro del ciclón. El Tao dice que en realidad no se debe hacer nada. Uno simplemente tiene que penetrar en su propio ser.