La iluminación espiritual

Controlar la ira

Cuento Zen (67)

Hace mucho, mucho tiempo, en un pueblo cercano a los Alpes Suizos, vivía un granjero de nombre Cristian.

Cristian era un hombre encantador, con don de gentes: le encantaba ser amable, ayudar a todo el mundo, gastar bromas y mejorar el ánimo de todos sus vecinos. A Cristian le gustaba hacer reír a los demás, y se sentía muy feliz con la felicidad de otros. Sin duda, un hombre de gran corazón.

Pero Cristian no era perfecto, y tenía un gran defecto: cuando se enfadaba, no conseguía controlar su ira. Se ponía muy furioso y no era capaz de razonar. Y esto, a pesar de todas sus virtudes, le ocasionaba muchos problemas con los demás, que estaban un poco cansados de tener que aguantar las explosiones de ira de su vecino.

Cristian quería solucionar este problema, y como había oído hablar de un hombre sabio que vivía en lo alto de una montaña, se fue hacia allí para pedir ayuda.

Puedo ayudarte, le dijo el sabio. Pero para ayudarte necesito ver de dónde parte tu ira. Para ello, tengo que verte enfadado. Vuelve a tu casa, y en el momento en el que te enfades, ven corriendo a verme.

Al cabo de unos días, Cristian se enfadó con su mujer por una tontería, y al notar que su ira iba en aumento, en lugar de ponerse a gritar como solía hacer, salió corriendo, montaña arriba, en busca del sabio. Sin embargo, al llegar a la cima, se dio cuenta de que ya no estaba enfadado... ¡Qué desilusión! ¡No podría enseñarle al sabio su ira!

Oh, gran sabio, le dijo al llegar Cristian. Venía a enseñarte mi ira, pero al llegar aquí, ya se había pasado…

Entiendo… La próxima vez, debes subir más deprisa. Si no veo tu ira, no podré ayudarte.

Así que Cristian regresó a su casa. Y esperó que llegara un nuevo enfado.

Días después, Cristian volvió a enfadarse, y esta vez pensaba llegar a tiempo. Corrió a toda prisa montaña arriba, tan y tan rápido que sus pies apenas tocaban el suelo. Pero de nuevo, al llegar a la cima, notó que ya no sentía ira… El sabio volvió a enviarle a casa e insistió en que volviera a intentarlo. Así que Cristian lo volvió a intentar una, otra y otra vez más… Pero siempre ocurría lo mismo.

Cansado de subir la montaña, Cristian le dijo un día al sabio:

Creo que no puedes ayudarme, sabio. Cada vez que vengo cuando siento ira, llego totalmente sereno. No conseguiré llegar furioso nunca. Creo que he estado perdiendo el tiempo.

No lo creas, le respondió el sabio. Cada vez que venías corriendo, tu furia se disipó. Desde que haces esto, no gritas a nadie y consigues dominar a tu ira hasta que desaparece. Ahí tienes la solución a tu problema: cada vez que te sientas furioso, corre. Corre todo lo que puedas hasta que tu ira se aleje y halles la serenidad.

Cristian se dio cuenta entonces de que el sabio le había estado ayudando todo el tiempo. A partir de entonces, el joven consiguió manejar sus enfados y todos los vecinos fueron mucho más felices.

MORALEJA

Los maestros enseñan que el secreto de la imperturbable serenidad, es cooperar incondicionalmente con lo inevitable, la ira es un rechazo a lo inevitable.

La ira nos enfrenta todo el tiempo a situaciones impredecibles, que a veces ni los más experimentados pronosticadores pueden anticipar.

La ira en general nos pone en situaciones que no queremos, y ahí es donde se origina el sufrimiento y donde se perturba el alma. Es en el momento que no aceptamos lo que nos pasa cuando comenzamos a sufrir el desgaste emocional y el sufrimiento que esto conlleva. La pérdida de personas queridas, una pérdida económica o una ruptura sentimental son claros ejemplos del origen del sufrimiento.

En todas las situaciones, nuestra mente se resiste a aceptarlo, ¿qué paso? Nuestro ego perdió el control y ahí surgió la ira.

Aceptar los hechos que «creemos» que no podemos controlar es parte de elevar nuestra energía y aprender que la aceptación, no debe ser resignación. Aceptar es interpretar que es parte de la vida tener momentos duros que nos llevan a aprender algo.

Cuando más rápido nos adaptamos a una circunstancia menos sufrimos, no hablamos de ser indiferentes, o que nos resignemos como ovejas.

Aceptar significa no resistirnos desde nuestro interior. Entender que cada situación tiene una explicación, que todas las cosas pasan por un «por qué» y dentro del mediano o largo plazo son siempre a nuestro favor. Es parte de comprender que la vida no te coloca situaciones para castigarte, sino para aprender algo, entender, crecer y luego seguir avanzando. Pero esto requiere que primero aceptes lo que te sucede. Esto es una actitud de madurez, de crecimiento espiritual y humano.

Un refrán dice «La existencia sabe cómo hace sus cosas» y está referido a que en general las cosas que nos ocurren no son cuando nosotros queremos sino cuando es el momento indicado. Esos momentos rara vez ocurren automáticamente y a nuestro antojo, pero si analizas tus circunstancias en retrospectiva, deberás reconocer, luego de cada mal momento y con una mente clara, el beneficio final de todos los acontecimientos.

Aléjate de la ira, no sufras, acepta, coopera con lo inevitable y la sabiduría llegará a ti para que puedas entender, aprender y adaptarte a lo nuevo. Todo tiene una razón de ser, solo con paciencia y mirando hacia atrás vas a poder comprenderlo todo.