La iluminación espiritual

Tigres del miedo ante la consciencia espiritual

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Tigres del miedo ante la consciencia espiritual; Patrocinio Navarro

LOS MIEDOS

Los atrapados en un materialismo sin Dios ni conciencia espiritual.

El señor Miedo: A diario nos encontramos con noticias que tienen el miedo como protagonista. El miedo es una constante existencial entre la mayoría de nosotros y en lo que ocurre a nuestro alrededor en todos los órdenes. Y es un tigre con muchos disfraces.

El miedo al patrón hace perder la dignidad a un obrero que se convierte en un pelota, o en un esquirol; el miedo a un atentado justifica a un gobierno emitir leyes antiterroristas que nos privan de libertades públicas y a su vez nos atemoriza, o penetra como un cuchillo en el seno de los hogares con padres maltratadores que llegan al asesinato a sus mujeres y hasta, en el colmo del horror, a sus propios hijos.

El miedo a un desahucio y quedarse en la miseria absoluta lleva a otros al suicidio. Y todos estos casos y semejantes los vemos crecer con alarma y a diario en estos tiempos donde el miedo a perder la seguridad personal, social, asistencial y laboral puesto en marcha por el neoliberalismo - vive una edad dorada asentado en una especie de sopor conformista de esas llamadas mayorías silenciosas (y atontadas) a las que el sistema de dominación mundial neofeudal-neocapitalista quiere tener atenazadas por miedo en todas sus versiones imaginables.

El miedo al qué dirán inhibe conductas sociales sanas y establece la hipocresía en la relación pervirtiendo su sentido, pero a la vez bloquea la expresión genuina de la gente, impidiendo a cada uno que manifieste quién es por miedo al rechazo social. Está tan extendida esta lacra que preside en gran medida la vida de casi todo el mundo con un disfraz o con otro, y por tanto es un gran obstáculo para evolucionar, tanto individual como – en consecuencia- colectivamente.

Y ya que hablamos de obstáculos no podemos olvidar el que representan las instituciones religiosas mostrando la amenaza de un Infierno al que temen miles de millones de nuestros semejantes más que a la misma muerte.

El miedo al Infierno, (y menos mal que no existe) hace que los creyentes de la Iglesias vivan atemorizados ante la muerte y en la creencia de que Dios es un juez intolerante y fiero castigador que condena a sufrimientos miles y eternos a quien no obedece Sus leyes. Suponer tal crueldad en nuestro Padre de infinita bondad y misericordia es algo difícilmente impensable hasta en el peor de los padres humanos, y si algo es cruel e inhumano, es presentar a Dios en un doble papel de Padre al que se reza y de juez inflexible del que hay que desconfiar y por eso se le reza: para aplacarlo. Esto tiene mucho que ver con las tradiciones paganas, donde muy diversos sacrificios, incluidos los humanos intentaban aplacar una supuesta ira de algunos de sus dioses.

Aquí, para evitar que caiga sobre sus bautizados, sus diversos tipos de curas se erigen en intermediarios para proteger a sus feligreses de ese supuesto ogro, perdonando los pecados en nombre de su dios. Y coloco minúsculas para este dios inventado bicéfalo y contradictorio de las Iglesias porque es una caricatura que no tiene nada que ver con Dios al que ni representan ni obedecen sus principios. Y son estos pecadores de primera fila los que tienen la osadía de hablar como delegados de Dios imaginando que pueden perdonar pecados que solo Cristo y nuestro Padre pueden perdonar. Pero el miedo al supuesto Infierno tiene mucho sentido práctico: ata espiritualmente a los feligreses a sus salvadores, mientras en lo material les obliga a pagar impuestos por su protección, lo que recuerda mucho el proceder de las mafias.

El miedo en el seno de los grupos políticos. Incluso dentro de grupos o partidos supuestamente progresistas y democráticos, donde la libertad de expresión está teóricamente garantizada, los que disienten de la opinión general- que suele coincidir oh, casualidad,- con la opinión de los dirigentes, cúpulas, etc. de estos grupos, eso de disentir está mal visto, tanto por ellos como por el resto por aquello de la disciplina de partido etc., y el librepensador es catalogado como elemento perturbador, y hasta sospechoso de caballo de Troya de otros, si manifiesta su independencia intelectual o se manifiesta interesado por los problemas de la conciencia espiritual en sus opiniones.

La conciencia espiritual puede ayudarnos a superar nuestros miedos al proporcionar una seguridad en valores superiores inamovibles que trascienden lo puramente social, tan inestable. Esos valores superiores inamovibles están inscritos en las leyes de la naturaleza, por un lado, y en una conciencia sana por otro. Una conciencia sana es una conciencia que advierte sobre lo que es legítimo y lo que no. Pues al fin y al cabo esa conciencia espiritual nace de nuestra condición divina, muy por encima de nuestra condición como ciudadanos, padres de familia, militantes políticos y muchos otros roles. Pero confundida con el sentimiento religioso común, la conciencia espiritual está mal vista entre la intelectualidad y la progresía, si se me permite utilizar tal término. Así si a un al librepensador con conciencia espiritual se le etiqueta como religioso, pierde valor su opinión, y en esos medios se elude el diálogo con él, por mucho que muestre su conciencia social o valores éticos personales. Entonces el librepensador, que debiera ser un elemento impulsor hacia la búsqueda de valores espirituales y de redención social de las mayorías, se acomoda a una posición falsa, o se marcha de ahí.

Así acaban perdiendo unos y otros la oportunidad de poner en marcha la herramienta liberadora de la conciencia espiritual que les permitiría ensanchar la conciencia crítica personal y tomar posiciones vanguardistas en su visión del mundo, que ya no puede ser la de los siglos anteriores, atrapados en un materialismo sin Dios ni conciencia espiritual. Por suerte, la forma de pensar materialista, propia de esos siglos, agoniza en manos de los progresos de la ciencia y la espiritualidad avanzada, pero todavía la falsa progresía y sus seguidores se obstinan en velar su cadáver envolviéndolo en un sudario de discursos que solo contentan al ego pensante.


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