La iluminación espiritual

El síndrome de Ali Baba

PATROCINIO NAVARRO

Imagen; El síndrome de Ali Baba; Patrocinio Navarro

DÍA INTERNACIONAL DEL LADRÓN

Guerras expoliadoras, saqueos financieros, corrupciones políticas por dinero.

Alí Baba, príncipe de los ladrones, no tiene una fecha en el calendario mundial que lo recuerde y a pesar de que hay días mundiales para casi todo, es tal la abundancia de príncipes y ladrones juntos y por separado, que justificaría sobradamente un Día Internacional del Ladrón. Pero viene sucediendo, simpática paradoja, que el tema de la amistad y la añoranza de Ali Babá tiene mala prensa entre los cleptómanos de guante blanco y manos negras. Nadie quiere mostrar públicamente su afecto por ese personaje para evitar cualquier sospecha sobre su condición oculta. ¿Quién iba a imaginar que Alí Baba, de personaje de cuento para dormir niños, llegase a alcanzar tal número de seguidores precisamente entre las gentes más supuestamente honorables y hasta cultas? No hay más que echar una ojeada al mundo para ver el grado de profundidad y extensión que la obsesión por apoderarse de lo ajeno ha alcanzado en todas partes: guerras expoliadoras, saqueos financieros, corrupciones políticas por dinero, usuras, supe explotación obrera, aparecen a diario como puntas envenenadas del iceberg que identificaremos con el merecido nombre de Síndrome de Ali Baba, que lo hace universalmente reconocible como una grave enfermedad social de la supuesta gente bien. Y esta es tal vez la más grave de todas las enfermedades sociales contra la justicia y el amor al prójimo, por ser la voracidad y la envidia la esencia de su carácter, por carecer de capacidad de autocrítica y arrepentimiento y por no existir aún fuerzas opuestas capaces de detenerlo, como serían las fuerzas divinas del amor.

Extendido por el mundo como una sucia mancha, el síndrome de Ali Baba acaba contaminando todas las capas sociales de imitadores, convirtiendo a menudo la vida cotidiana de las gentes en una telaraña con su araña depredadora siempre atenta al más mínimo descuido para saltar sobre su presa y quedarse con lo que precisa de ella. Es el banco que le asfixia con la hipoteca; el despido forzoso porque un patrono deslocaliza su empresa, el Gobierno que le sube los impuestos cuando menos puede pagarlos, el contrato basura que no permite hacer planes de vida, el político o el juez corruptos y un largo y penoso etc. Pero el síndrome va más allá de la ambición por el dinero y la energía ajena en general. Le interesa aprovechar el tiempo libre de cada individuo. Su voracidad no tiene frontera alguna. Si el ciudadano común pretende divertirse o descansar, ahí están los infectados por el Síndrome para coger su parte extra de energía de los ciudadanos. Tiempo es energía potencialmente aprovechable y por tanto, debe ser expropiada en la mayor pedida posible en beneficio propio según los seguidores de Ali Babá. Aquí reside la filosofía de la explotación de los trabajadores, pero también la filosofía de la explotación de su tiempo libre a base de todo tipo de distracciones para evitar que el tiempo libre se les convierta en tiempo para liberar por su espíritu. Que la gente esté fuera de sí, ocupada en asuntos de los sentidos para satisfacer al ego, es el propósito.

Como sucede en El rinoceronte de Ionesco, el síndrome es contagioso. Esa llamada de teléfono de la amistad que se aburre y nos abruma con su parloteo cuando estamos intentado hacer algo útil; esa encuesta que nos importuna para saber cuántos puntos de ventaja lleva sobre otro uno de los seguidores de Ali Babá, esa llamada a ver si queremos cambiar de servicio telefónico a la hora de la comida, esa vecina que te atrapa literalmente en medio de la calle para contarte lo mal que le va con su marido sin pretender otra cosa que desahogarse, ese cura que pide dinero para la rica Iglesia de Roma Y cómo no, el descuidero que atraca en el metro o en la calle son algunas estampas sociales del síndrome que hemos definido como de Alí Baba. Pero este personaje era mucho más honrado: en primer lugar, al no existir, no pudo perjudicar a nadie. Y en segundo lugar lo único que pretendía era vivir en un país donde la pobreza era extrema y estaba –como sigue estando hoy - entre los mismos cada vez más numerosos, mientras otros, generalmente con malas artes, tuvieron éxito en su expolio al prójimo y aunque no ganarán el Paraíso con ese método se conforman con la mediocridad de uno más modesto en las Caimán, en Gibraltar o en Suiza, por poner algún ejemplo de paraísos al que aspiran los afectados por el Síndrome, aún a sabiendas que eso les obliga a renunciar al Paraíso con mayúsculas.

Ali, de existir, tendría suficientes argumentos para reír durante milenios por el inimaginado éxito de su humilde propósito, o tal vez no: tal vez lloraría por esta humanidad estúpida incapaz de curarse de enfermedad tan simple.

UNA BRÚJULA QUE PUDIERA SER GLOBAL

Existe un libro muy interesante, en este caso sobre la corrupción en España,
lleva por título el que encabeza este artículo.

EL SÍNDROME DE ALI BABÁ

Sinopsis de El síndrome de Alí Babá:

Mª Ángeles López de Chelis, la autora, reflexiona en estas páginas acerca de los casos de corrupción más flagrantes de nuestra historia reciente y no tan reciente; financiación irregular de los partidos, grandes pelotazos inmobiliarios, recalificaciones, plusvalías desorbitadas, empresas fantasma para favorecer el desvío de fondos públicos… Una gran variedad de oscuros comportamientos que en los últimos tiempos han proliferado. Los complejos sumarios que se siguen contra los inculpados incluyen conversaciones intervenidas entre los sospechosos cuya escucha provoca vergüenza ajena, junto con testimonios que evidencian el desorbitado nivel de vida de algunos célebres representantes de la cosa pública en España. La autora concluye señalando las carencias de un sistema judicial que, por causa de dilaciones y argucias jurídicas, con frecuencia acaba estableciendo la impunidad de los encausados.

En un país sumido en la crisis, con varios millones de parados y el futuro hipotecado en gran medida, donde el crédito no fluye y el gasto —además de la imaginación— se contrae, el ciudadano ha de exigir el fin de la tolerancia para la actividad de los corruptos que presumen de inmunidad y que, con frecuencia, jalean a dirigentes de uno y otro signo que proclaman a los cuatro vientos la necesidad de reducirlos sueldos, abaratar el despido, aumentar la edad de jubilación o subir los impuestos.


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