La iluminación espiritual

¿Salvar el alma o salvar el uniforme?

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; ¿Salvar el alma o salvar el uniforme?; Patrocinio Navarro

No debes matar

A un militar católico se le hizo la siguiente pregunta: - Ante una orden de su superior de disparar contra una persona, ¿a quién obedecería?... ¿A Dios, que le dice: No debes matar, o al superior jerárquico que le ordena hacerlo? Contestó sin dudar. Acataría la orden de su jefe, porque era el reglamento y hacía su trabajo.

Recientemente tuvimos ocasión de ver en la tv las declaraciones de una vieja, antigua colaboradora en los crímenes nazis que confesaba no estar arrepentida, porque hacía su trabajo. También cumplía el reglamento y hacía su trabajo.

Declaraciones semejantes de personas que Cumplían el reglamento por más que este se opusiera al reglamento de Dios las hemos podido escuchar en boca de verdugos, torturadores, genocidas y gentes por el estilo, con uniforme o sin él. Y si alguien sujeto a la disciplina militar se oponía o se opone a las órdenes de sus superiores a la hora de disparar o torturar a un semejante, automáticamente sufría – y sufre hoy- los castigos que el reglamento del mundo contempla para desobedientes, insumisos, rebeldes y desertores que no hacen su trabajo. Y no suelen ser livianas las penas, incluida la de muerte si hay una guerra por medio.

En su libro La guerra ruso-japonesa, Tolstoi – pacifista y cristiano libre, como todos sabemos- narra varias historias de los duros castigos a que fueron condenados campesinos rusos obligados a ir a la guerra, pero se negaron a tomar las armas alegando que eran cristianos. Esa postura pacifista era compartida en EEUU por grupos como los cuáqueros, a los que también cita Tolstoi como ejemplos de resistencia a la violencia, tan arraigada en Gandhi, al que se viene considerando un icono mundial del pacifismo. Gandhi, por cierto, aprendió mucho del pacifismo de Tolstoi, con quien mantuvo una interesante correspondencia que puede leerse en su libro El Reino de Dios está en vosotros publicado por Kairós.

Mirando hacia los primeros años de nuestra Era, comprobamos que los primeros seguidores de Cristo se negaban a tomar las armas en las legiones romanas. Sufrían duros castigos, pero con ellos comenzó en la Historia la objeción de conciencia militar. Fueron siempre cristianos los que se opusieron a lo largo de los siglos a la violencia contra sus semejantes, pero ¿qué cristianos? Solo los auténticos seguidores de Cristo, no los llamados cristianos desde el pacto de la Iglesia con el Imperio romano; no los católicos o protestantes, hijos estos últimos de una disidencia más anecdótica que real, pues todos ellos han seguido al César de todas las épocas y vestido su uniforme; todos ellos han elegido las leyes del mundo a las leyes divinas; todos ellos han salvado su uniforme a la hora de la confrontación, cumplen con el reglamento y hacen su trabajo. Y a veces, este consiste en bombardear, torturar, matar a tiros, destruir indiscriminadamente. No parece el trabajo de un cristiano.

En la época que le ha tocado vivir a la humanidad actualmente, sabemos con certeza quiénes son los auténticos cristianos: se oponen a toda violencia, incluida la violencia contra el mundo animal. Son vegetarianos o veganos e intentan vivir según las enseñanzas del Sermón de la Montaña. Y por supuesto, practican el No matarás aplicado a toda forma de vida. Los lobos, por su parte, ya se quitaron su piel de cordero y seguirán por un tiempo la voz del amo de este mundo en descomposición acelerada.

Los pacíficos aumentan por días en esta sociedad abocada progresivamente a una crisis sin remedio, a una confrontación armada entre pueblos, a un conflicto de envergadura excepcional en medio de enormes convulsiones sociales, éxodos y catástrofes naturales. Y cuando todo eso pase-está profetizado- llegará a suceder un largo tiempo de paz y armonía entre personas y naciones. Será el anunciado Reino de Paz de Cristo. Sin embargo, las condiciones normales de la existencia se ven en peligro o son desbordadas actualmente por alguna clase de Sociedad del Derecho. Con todos sus antihumanos gobiernos y reglamentos civiles y militares, la sociedad del derecho esgrime su rostro bárbaro, apelando en última instancia al sector militar en quien delega la tarea de esgrimir orgullosamente las armas y usarlas cuando se le ordene. Y se le ordena a diario en medio mundo.

Cuando un soldado se halla frente a un semejante a quien debe reducir, apresar, o matar, según sus órdenes – debe tener clara la respuesta a preguntas como ¿puede existir un mandato militar superior al 5º Mandamiento de la Ley de Dios, el No matarás?...

Se dice al soldado: Defiende tu Patria. Como almas, nuestra Patria no es de este mundo, -para los creyentes se trata del Reino de Dios- y a la hora de pensar en defender la patria, ¿existe acaso patria más hermosa que la presencia de Dios en nuestro interior? Así es como nuestra conciencia se nos aparece como la patria a conquistarle al ego miedoso, sumiso y violento para poder acceder en su día a nuestra antigua patria celestial anterior a la Caída, a nuestro verdadero hogar, pensemos como pensemos.

Cuando se empuña un fusil o se tiene en la mano cualquier artefacto que suponga la muerte para un hermano, no importa quién sea, un soldado debe elegir: salvar su alma o salvar su uniforme.


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