La iluminación espiritual

Revolución espiritual y bienestar social

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Revolución espiritual y bienestar social; Patrocinio Navarro

REVOLUCIÓN INTERIOR

Cada uno debe desarrollar el Reino de Paz, el Reino del Interior.
Os enseñé lo que conduce al interior: La ley del amor.

Jesús el Cristo

  1. LA CADENA DE INTERACCIÓN SOCIAL

Si nos sinceramos entre nosotros, las gentes que compartimos el interés por la especie humana y el resto de seres vivos, fácilmente admitimos que no es posible formar una sociedad mejor si las gentes no son mejores, empezando por nosotros mismos, pues ¿quién está libre de defectos que no solo le perjudican en su evolución, sino que además introduce en la cadena de interacción social? Y si seguimos sincerándonos admitimos que para eliminar esos defectos, que pertenecen al lado espiritual de nuestra existencia y por tanto son carencias espirituales, necesitaríamos conocer precisamente un camino espiritual, y llevarlo a la práctica en nuestra vida cotidiana.

La humanidad en su conjunto estamos muy lejos de tal opción, y esto ha tenido y tiene consecuencias muy graves para cada uno de nosotros, para la madre Tierra y para el resto de seres vivos.

Sin duda la humanidad ha ido degenerando moralmente a medida que pasaron los siglos. Esto no solo es visible en lo que nos afecta colectivamente por una razón u otra: también es visible en los asuntos relacionados con la moral personal. Una simple reunión de vecinos ya da una idea bastante aproximada de lo que hablamos: priman desconfianza, desafecto, y mucho yo, yo, yo. Es fácil rastrear eso mismo en cualquier grupo, y hasta en un partido de fútbol las extraordinarias dosis de violencia preexistente al grito contra el árbitro, o las prolijas discusiones que surgen en los trabajos cuando el pequeño yo cree no estar bien considerado, la proliferación de enfermedades del sistema nervioso, o los conflictos que por esa o parecidas razones surgen en la vida de pareja y la propia familia son buenas muestras de cómo estamos. Claro es que ese fenómeno multiplicado por todos los vecinos de una ciudad le imprimen carácter, que multiplicado por todos los ciudadanos de todas las ciudades reflejan el alma de un país. Y si seguimos multiplicando se nos muestra el panorama del mundo en toda su desnudez: está construido a nuestra imagen y semejanza; es nuestra obra.

El alma de las gentes de los países actuales se halla tan lejos en su mayoría de los grandes sentimientos que nacen del amor que engendra altruismo, bondad, justicia y unidad, que se puede decir que estamos hablando de una humanidad enferma en su conjunto formada por gentes espiritualmente enfermas en su conjunto. Gentes recelosas del otro, indiferentes al dolor ajeno, cada cual viviendo encerrado en su pequeño ego y celoso de que nadie pase de la muralla que interpone con el resto de la humanidad, empezando por los más próximos. Este es un retrato robot del mundo actual. Estas son las actitudes que manifiestan un espíritu mezquino, conservador, propenso a la envidia y a la imitación de los que se les hace ver por todos los medios que son los prototipos sociales: ricos, famosos y agasajados. Y las mayorías de las gentes quieren ser así. Por eso tienen tan poco éxito las proclamas socialistas y menos cuanto más radicales reclamando justicia, libertad, unidad, igualdad. Antes que un problema de conciencia social que se pretende crear existe este problema de conciencia espiritual que se pretende obviar. Y es este problema medular sin resolver, esta falta de amor generalizada, este estancamiento evolutivo, lo que explica el inmovilismo general ante tantas guerras, tantos abusos de poder, tantas injusticias y tanta explotación como jamás se ha visto en la historia. Nunca como hoy fueron tan ricos los más ricos ni tan poderosos los más poderosos. Les concedemos ese privilegio porque hemos renunciado antes a la soberanía personal y a la riqueza espiritual personal.

¿En qué medida somos conscientes de esto?...

¿En qué medida son conscientes los que predican la necesidad de cambios sociales a la vez que pretenden ignorar la necesidad de una revolución espiritual, el verdadero motor de cambio y cimiento de todo proceso verdaderamente revolucionario?...

¿Acaso creen en ello los mismos que predican en las iglesias, sometidos a jerarquías tiránicas, dogmas y estrechez mental?... ¿Creerán tal vez esos intelectuales que -al igual que los clérigos- gustan de exhibirse y adoctrinar sin practicar lo que proponen?

¿En qué medida somos conscientes de que hasta cada pensamiento nuestro ya es una forma de energía que actúa en nosotros mismos determinando nuestra salud o enfermedad? Y no solo en nosotros, sino que guía nuestras acciones, integrándose así en la cadena de interacción social a través de nuestros comportamientos. Esa es nuestra responsabilidad profunda ante el reto de construir un mundo justo, libre y solidario.

  1. LA CONQUISTA DE LA ESPIRITUALIDAD

La libertad espiritual es la primera de todas las libertades, y esta no puede concederla nadie: es una conquista personal en la guerra contra el ego o yo inferior.

Se ha hablado mucho en todas las épocas de la espiritualidad como opción liberadora, pero ¿de qué hablamos?

Hasta el momento presente la mayoría de seres humanos inscritos en una religión posee una cultura religiosa más o menos practicada y generalmente superficial, intelectual y exterior más que vivida en profundidad, llena de dogmas y rituales, jerarquizada y exigente de sumisión a sus jefes. Esto es algo común a las religiones clásicas, ya sean la católica, y las llamadas cristianas u otras como la hindú, la islámica, o la judaica. También el budismo puede entrar en esta categoría como filosofía religiosa. Hay, pues diversidad, pero es imposible hablar de unidad doctrinal en ninguna de ellas ni siquiera en el caso del catolicismo en el que es posible encontrar desde teólogos de la liberación a fanáticos de la secta del opus. Que no haya unidad doctrinal supone que existen variadas interpretaciones de textos antiguos tenidos como sagrados y verdaderos, lo que da lugar a diversas corrientes con sus respectivos maestros, rituales específicos, etc. ¿Y qué hay debajo de todo eso? Como no podía ser menos, el ego humano. El deseo de controlar a otros, el fanatismo, los prejuicios, el deseo de vivir del trabajo y la energía espiritual de otros, la necesidad de ser reconocido como importante o al menos como mejor, y tantas otras cosas relacionadas con el ego están presentes en las religiones, las determinan y dan su aspecto diferencial, muy lejos de la idea de unidad, y desde luego, de las verdades espirituales que afirman defender.

Piénsese sin más en lo que respecta al cristianismo: si eres católico y cura no puedes casarte ni tener hijos; pero si eres protestante, eso no es problema. Si eres mujer católica puedes despedirte de ser sacerdote, pero si perteneces a alguna de las otras muchas ramas derivadas del catolicismo, puedes ser hasta obispo. Papa, no; porque Papa solo hay en el catolicismo, la más arrogante de todas ellas. Y lo mismo puede decirse en cuanto a las diversas interpretaciones que de la Biblia se han hecho por unos y otros. Por ejemplo, el núcleo central del culto católico es la misa, la celebración de la eucaristía. Para los católicos, en la ostia y el vino se encuentra realmente Cristo, y en la comunión comen su carne y beben su sangre, lo cual es una forma de canibalismo para quien crea y comulgue. En cambio los protestantes, más juiciosos en eso, consideran ese ritual como un recordatorio de la última cena. Muchas otras diferencias se hallan presentes en otras de las religiones señaladas anteriormente con sus maestros, sus gurús y sus lamas que introducen sus propios modos de ver las escrituras en las que se basan. Todas ellas se supone deberían estar unidas, y si no lo están es porque, como se apuntó anteriormente, son religiones externas, formas filosóficas de dominación espiritual jerarquizada, donde los ritos, las vestimentas y las ceremonias actúan como sustitutos de la espiritualidad.

Otra cosa es la religión interna, la búsqueda del sentido de la vida más allá de todo dogma y creencia como las anteriormente citadas, porque se trata de encontrar la relación personal de cada uno con Dios. Pero no con un dios externo, con un dios que siempre tiene intermediarios, sino con la chispa interna de la vida en uno mismo, que es el verdadero Dios que nos nutre y vivifica. Se trata de buscar en uno mismo al Dios que es vida, que es el corazón de nuestra alma, y que como Padre espera el regreso del hijo pródigo que somos cada uno de nosotros, y del que nos sentimos más cerca cuanto mayor es nuestro nivel de amor a todos nuestros semejantes. Y esto exige un método, una disciplina, una renuncia a muchas de las baratijas que este mundo nos ofrece como si fuesen joyas. Poder sobre otros, ambición, envidia, celos, deseos de sobresalir sobre el resto, tan característicos de las religiones, quedan fuera de esta visión espiritual de la vida, porque aquí se trata de ser un guerrero, no un feligrés, ni un devoto, ni un aprendiz de mago. Se trata de ser un guerrero en el sentido de luchar contra todo lo que impide esa relación amorosa con la vida y con nuestros semejantes, que son nuestros caballos de Troya interiores: las diversas máscaras de nuestro ego, de lo demasiado humano, de nuestras tendencias inferiores. Y esta es otra diferencia importante con las religiones, donde se trata de cumplir con los mandamientos y rituales que dice el papa, el gurú, o quien sea. El camino de la espiritualidad visto de este modo exige estar despierto, vivir en el ahora, ser conscientes del alcance de las propias sensaciones, palabras, sentimientos, saber qué hay detrás de todo eso, y de no ser lo adecuado, encontrar el modo de cambiar esos programas que vienen de atrás, pero que están impresos en nuestro subconsciente, que es una verdadera caja de sorpresas. Abrir esa caja es una tarea del guerrero espiritual, y ahí la mayoría siente miedo de sí mismo.

Todos queremos estar cómodos con la imagen de nosotros mismos y no estamos fácilmente dispuestos a aceptar que tras nuestras máscaras sociales se escondan inconfesables ideas y propósitos, feos defectos que al verlos nos incomodan, por lo que cerramos la tapa del baúl y reprimimos el indicador de lo que precisamente habríamos de vencer. Por eso tantos millones prefieren la religión a la espiritualidad: exige menos compromiso con uno mismo, y de paso, con el resto y con Dios.

Algunos dicen: basta la fe para salvar el alma. Otros: hay que apartarse del mundo, recluirse en ermita o convento. Otros: hay que obedecer a este o aquel supuesto representante de Dios, o a este o aquel maestro. Y los hay que se imponen penosos ayunos y duros castigos corporales creyendo que el cuerpo es el culpable de sus males Todo eso no es espiritualidad; todo eso es superstición y desatino transmitido por las iglesias. LA FE o es activa o no es nada. La sumisión a la autoridad niega el libre albedrío. Apartarse del mundo es lo mismo que esconderse de los problemas que puede traernos la relación con los demás, fuente de aprendizaje.

Es más fácil dejarse llevar por el barquero que conducir la propia nave, pero quien no aprende a llevar su nave desconoce los secretos de la navegación y nunca será capaz de actuar correctamente ante un posible naufragio. Quien no coge el timón de su vida, otros lo cogen en su lugar y en su propio nombre y le atan a sus destinos. Y esto es válido para la vida social lo mismo que para la vida espiritual.

Vivir es una batalla que hemos de ganar con la ayuda de la conciencia, que, de estar despiertos, nos advierte si los caminos elegidos son correctos o no. Es preciso destapar la caja de Pandora que guardamos en el ropero interior, porque solo quien la destapa y limpia su contenido de fantasmas se ganará el derecho a pertenecer a una humanidad regenerada y podrá ver un día el rostro de Dios.

¿Existen valores espirituales aceptados universalmente?

Todas las religiones proclaman la existencia del alma y la existencia de un Ser superior al que se le otorgan diferentes nombres y al que se atribuyen cualidades superiores. Todas ellas coinciden en afirmar la vida después de la muerte, y la necesidad de poseer códigos morales que conduzcan a una vida mejor en este mundo y en el Más Allá.

Podríamos extendernos en esto, pero basta señalar que, pese a tantas diferencias como existen entre ellas, todas las religiones consideran válidos los Diez Mandamientos dados a Moisés. Y lo mismo podría decirse del Sermón de la Montaña de Jesús de Nazaret. Y fuera del campo religioso, ¿qué ser humano de buena voluntad no admitirá fácilmente que tales enseñanzas son positivas y favorecen las relaciones amistosas y la convivencia y justicia social? Podrá poner objeciones quien se declare ateo a tal o cual referencia a Dios en esas indicaciones –que no obligaciones, pues Dios respeta el libre albedrío absolutamente- pero es difícil oponerse al conjunto: ama a tu prójimo como a ti mismo, pues en eso está la clave de la evolución.

De modo que estamos ante pilares espirituales sobre los que es posible construir relaciones humanas que conduzcan a sociedades humanas donde prime el logro de las grandes metas: libertad, igualdad, hermandad, unidad, justicia solo posibles desde el amor al prójimo.

Sin embargo, ninguna de las religiones mencionadas anteriormente llevan a cabo en sus propias estructuras, que son estructuras de poder, tales principios. Todas han hecho guerras, han explotado a sus seguidores y vivido sus dirigentes sin trabajar, han propiciado divisiones sociales, divisiones entre creencias y aún dentro de sí mismas; han perseguido a sus disidentes, y hasta se han atrevido a dar de Dios diferentes versiones que hacen irreconocible la idea de un Dios amoroso, bondadoso, paternal, acogedor y misericordioso. En su lugar se han afanado en destacar la idea de Dios como un ser vengativo, justiciero, partidista, pendenciero y descontento al que hay que aplacar de diferentes maneras, desde los sacrificios de animales a las mortificaciones personales. Todo esto no es otra cosa que basura religiosa carente de espiritualidad, pero abundante en maldad, por tanto, no tiene nada que ver con Dios. En su lugar solo hay caricaturas inadmisibles por cualquier conciencia espiritualmente despierta o para cualquier persona que piense por su cuenta.

  1. CUANDO EL CRISTIANISMO ES REVOLUCIONARIO

El Sermón de la Montaña: un programa revolucionario

El pobre en deseos, de corazón limpio, pacífico, bondadoso, que siente dolor a causa de las injusticias, siente hambre y sed de justicia aunque resulte perseguido por defenderla; y que es capaz de sentir compasión por sus semejantes, es el más alto ideal humano descrito hasta la fecha, y su autor es Jesús de Nazaret en su Sermón de la Montaña, el mayor discurso revolucionario para definir a un hombre o a una mujer libres.

El otro discurso revolucionario hacia la libertad que sigue al de Jesús para cambiar el mundo, en este caso el mundo material, es el discurso socialista marxista. En esta línea de liberación material, pero incidiendo más en factores éticos y el la libertad personal, se halla la otra gran propuesta mundial hacia la liberación humana: el pensamiento libertario. Aunque tanto marxistas como anarquistas rechazan la visión espiritual del mundo, es bueno recordar en este punto que los primeros cristianos, que pretendían alcanzar el ideal de perfección enseñado por su Maestro, practicaban el comunismo de bienes. En cuanto se piensa un poco es normal comprender que semejante conciencia social solo es posible en la medida que se tengan las cualidades propuestas por Cristo. La Iglesia se encargó de acabar tanto con el ideario del Nazareno como con las práctica comunista de sus seguidores, y en la llamada semana santa – esa fiesta abominable- lo exhiben en la cruz o muerto como queriendo decir: hemos conseguido derrotarle y venimos a recordároslo. Y como entonces, en las procesiones desfila el poder en todas sus versiones para seguir mostrando contra quién están unidos exhibiendo el trofeo del Crucificado.

En el Sermón de la Montaña como ideal revolucionario de liberación sucede, aunque a diferente nivel, lo mismo que con las ideas de Marx, tan lejos de ser realizadas por unos y otros. La iglesia por un lado, y los líderes marxistas cuando alcanzan a tomar el poder en las naciones, por otro, hablan siempre hipócritamente de querer cambiar el mundo, pero las propuestas de cambio profundo de aquellos que hay en sus filas considerados más avanzados y que encarnan las mejores opciones evolutivas son rechazadas en cónclaves de cardenales o comités centrales, respectivamente, sumidos en la ceguera por mirar desde el ombligo del poder, que es ciego a la verdad.

Con las excusas del realismo o de la oportunidad, son perseguidos, silenciados o exterminados en todas las épocas los disidentes de ambos bandos, pero lo real es el miedo de los dirigentes a perder poder o prestigio al ser vistos por el pueblo como falsos representantes de lo que afirman. Y el sentido de la oportunidad que ellos esgrimen como justificación de sus actos no es otra cosa que oportunismo. Así que siempre gobiernan mediocres con malas artes, pero no solo en la Iglesia o en un país mal llamado comunista, sino en todas partes; en todas las iglesias y grupos institucionales, en todos los estados y en todos los países. Todos sirven al mismo señor, que no es Dios, precisamente, y todos miran desde el mismo punto: desde el ombligo del poder, ciego a la luz de la verdad.

La Iglesia católica y el Sermón de la Montaña.

¿Es utópica la propuesta de perfección descrita en el Sermón de la Montaña de Jesús que la Iglesia considera irrealizable y deja a un lado? Si así fuese, y puesto que estas enseñanzas forman el corazón medular del cristianismo, la misión de Jesús como Hijo de Dios habría sido un despropósito, y Sus enseñanzas las propias de un idealista lleno de buenas intenciones sin fundamento alguno.

Todo eso se agravaría aún más (y no es poco lo dicho) si consideramos que el Nazareno propone a todo el mundo seguir estos principios. ¿Ingenuo, o embaucador acaso? ¿Vino a este mundo a proponernos algo que no podemos realizar para burlarse de nosotros? ¿Qué maestro simplemente terrenal actuaría así?

El Maestro de maestros vino a este mundo a enseñarnos el camino de la libertad y fue asesinado por instigación de las castas sacerdotales, que, como se ve todavía hoy, no varían sus principios como enemigos de la libertad y de la verdad que les desenmascara Por eso las máscaras nunca están lejos de la llamada semana santa ni de sus rituales del culto ¿A quién? Al Mammon, al Becerro de oro.

La tesis de la Iglesia afirmando que el Sermón de la Montaña es utópico no hace otra cosa que revelar el parentesco de esta con aquellas castas que crucificaron a Jesús. Hoy, estos advenedizos del clero volverían a hacer lo mismo si tuviesen la oportunidad. Este es el verdadero rostro de esa Institución que quiere pasar como cristiana y estar dirigida nada menos que por el representante de Dios en la Tierra, pero que en realidad es enemiga de Cristo y representa al contrario, pues al negar el Sermón de la Montaña reniega del fundamento mismo del cristianismo y por tanto está de parte del contrario a Cristo y al Dios que dicen representar sus papas.

Y aunque todavía se cuentan por millones los embaucados por esta institución demoniaca (búsquese en Google –vídeos- Símbolos satánicos del Vaticano), no es menos verdad que sus templos son ahora mismo como un reloj de arena: cada día se vacían un poco más. Sus horas están contadas.

¿Acabarán como los bancos, pidiendo un plan de rescate adicional a los gobiernos que supere el que ya reciben de nuestros bolsillos, queramos o no? Capaces son sin duda: la austeridad, al igual que las otras propuestas del Sermón de la Montaña, no están entre sus preferencias. Para un seguidor de Cristo, pero igualmente para cualquier persona con capacidad crítica, está claro quién es la plana mayor del Estado Vaticano y quién es su jefe supremo, que desde luego, no es Dios.


RELACIONADOS

«Revolución espiritual y bienestar social»