La iluminación espiritual

¿Podemos acabar con las guerras?

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; ¿Podemos acabar con las guerras?; Patrocinio Navarro

BUSCANDO LA PAZ

Lo mismo que la propiedad de los medios de producción cuando sirve para explotar a otros es un robo, puede decirse que su inevitable complemento, la guerra, es un crimen sin excusa. Cincuenta millones de muertos en la segunda guerra mundial más los inválidos, mutilados, viudas, huérfanos, traumatizados de por vida, la pobreza general, las enfermedades sinnúmero, la destrucción de la naturaleza y un número incalculable de animales muertos y sacrificados son un drama demasiado brutal como para cerrar los ojos y evitar que hable la conciencia. Y cuando ya creíamos que Europa parecía haber escarmentado, nos encontramos con la guerra de secesión genocida en la antigua Yugoslavia a principios de los noventa.

Y es que la guerra sigue y sigue. Actualmente solo en Irak se contabilizan 1 millón treinta y tres mil muertes violentas como consecuencia del conflicto solo hasta agosto de 2007, según OPINION RESEARCH BUSINESS citada por Wikipedia.

Y podríamos seguir sumando las víctimas de las otras guerras en Afganistán, Congo, Somalia, Chechenia, Colombia, Méjico, Palestina, Túnez, contra el pueblo Saharaui, etc. etc. sin remontarnos a tiempos anteriores.

Los que pensamos que la guerra es un veneno de la humanidad tenemos el deber, como parte de la humanidad, a no ser que nos creamos marcianos, de oponernos a ella y buscar el antídoto, si es que lo tiene. Y a eso vamos.

Siempre existen tantas guerras activas en casi todo el Planeta, -ahora se calculan alrededor de 50- que no podemos por menos de preguntarnos si guerrear forma parte de la condición humana, si es algo intrínseco a nuestra naturaleza, y por tanto, inevitable… ¿Lo es?... Porque la historia del género humano no parece sino la narración de una guerra tras otra, en la que los vencedores, tras las atrocidades vividas por los bandos contendientes, imponen a los vencidos toda suerte de vejaciones y leyes – a las que llamarán Derecho- con el fin de asegurarse eternamente su dominio.

Guerra tras guerra se han ido modificando fronteras, clases sociales, costumbres, religiones y leyes hasta el punto que podemos afirmar que las condiciones concretas en que se vive en cada país en cada momento son el resultado de guerras cainitas. En todas ellas, el bando victorioso impone sobre el bando vencido códigos legales, tribunales, y cuerpos represivos para perpetuar el poder conseguido con la victoria sobre hermanos, a los que llama enemigos y diferencia por el idioma, la clase social, la religión o el color de su piel o de su uniforme. Y el odio, el exilio, la deportación, la tortura, la cárcel, el saqueo, el crimen legal o ilegal, y toda clase de violaciones y atrocidades recaen siempre sobre el bando perdedor. No tenemos más que recordar la última guerra civil en España, cuyas secuelas aún andan con rescoldos entre las cenizas del tiempo, o las dictaduras latinoamericanas.

Y TODAVÍA HAY QUIEN HABLA DE GUERRAS JUSTAS…

Cuando nos encontramos con gentes que hablan de guerras justas, -como la Iglesia católica, sin ir más lejos- o de causas nobles que defender a costa de la vida de otros, estamos ante personas cuyos pensamientos no solo alimentan las guerras que ya existen, sino que portan la semilla de las venideras. Estas personas son propagadoras de guerras, pues siempre están alineadas a uno u otro bando y solo esperan el momento para llegar a las manos o para justificar o bendecir a sus amigos violentos. A través de su emisión de energía mental están tan militarmente activos como cualquier soldado en el frente, al que nutren sin saberlo con su propio odio, y de cuyos crímenes –pues toda guerra es un crimen a gran escala -son responsables en alguna medida.

LAS RAÍCES DE LA GUERRA

Lo primero que podemos pensar es que deben ser hondas para que cuesten tanto de arrancar.

Y es que las raíces de la guerra no están donde parece. No están en la división política, ni en la división de clases, ni en la economía, ni en una CAUSA mayúscula a la que defender a tiros. A primera vista, puede parecer que esas son las causas detonantes, pero esos son los resultados de algo mucho más profundo que todo eso, porque las raíces de todas las guerras anidan en el mundo de nuestros pensamientos y en el alma. ¿Podemos imaginar que si en el Planeta abundaran gentes como Jesús de Nazaret, Sócrates, Gandhi, o Lutero King, por poner algunos ejemplos, podría haber guerras? Si las hay, es porque la conciencia general de la humanidad está lejos de ellos.

Y si efectivamente la guerra anida en el mundo de nuestros pensamientos es preciso mirar en nuestro mundo interior y averiguar qué clase de huevos mentales y emocionales incubamos; cual es el contenido real de nuestros pensamientos, sentimientos, palabras y actos, qué es lo que de negativo hay ahí oculto esperando su momento, porque esas son las raíces ponzoñosas de todas las guerras.

Si guerrear fuese algo inherente a la especie humana, ya nos habríamos autodestruido como humanidad. Por tanto, y a pesar de todo, aún deben existir fuerzas en el interior de cada persona y en el conjunto que llamamos humanidad capaces de oponerse a la guerra, elementos positivos con fuerza para evitar esa autodestrucción hasta hoy mismo por lo menos, lo que indica que existe una lucha en el campo de batalla de la conciencia personal entre fuerzas que tienden a unirnos y fuerzas que tienden a separarnos.

Cada uno de nosotros se halla inmerso en una batalla interior donde el rencor, los deseos de poder y de poseer, la envidia y otras energías negativas, miden sus fuerzas con el amor, el altruismo, el perdón, la bondad y otras energías positivas. Del resultado de esta lucha, depende no solo nuestro mayor o menor grado de paz interna, felicidad o desgracia, sino también la inevitable proyección social de todo eso que creemos únicamente personal. Estoy de acuerdo con los grandes pacifistas Jesús, Tolstoi y Gandhi cuando afirman que la transformación de la humanidad pasa por la transformación individual.

EL PODER DE PENSAR.

Si algo odian los regímenes autoritarios es el libre pensar. Y es que el pensamiento es un arma poderosa, veremos por qué.

Los pensamientos son energía, y como tal, indestructibles. No solo cuando se expresan, sino cuando se sienten en el interior. Podemos aparentar ser personas educadas o civilizadas cuando hablamos con nuestros vecinos, pero tras el gesto amable o la palabra dulce podemos esconder algo bien distinto. Estos son los contenidos reales de lo que decimos o hacemos. Y eso es lo cuenta, tanto si es positivo como si no. Nos enseña Cristo que estos contenidos van al subconsciente, pasan al alma, se manifiestan en nuestros cuerpos y se dirigen a la atmósfera terrestre y al cosmos en busca de energías afines, pues lo semejante atrae a lo semejante. Dime con quién vas y te diré quién eres, sentencia el dicho popular. También nos enseña Cristo que el modo de eliminar lo negativo en nosotros no es acudiendo a un cura, sino mediante el autorreconocimiento, el arrepentimiento, el pedirle perdón, el pedir perdón a quien corresponda hacerlo, el perdonar, y el no volver a las andadas. Eso nos trae la paz. Y si nos damos cuenta, también la paz entre los hombres, porque quien ha ganado la batalla contra su propio yo inferior será una persona justa y tratará a los demás como él mismo quisiera ser tratado. Por tanto, ni será explotador ni será violento. Y estos son dos pilares claves en la transformación para un mundo sin guerras.

El campo emisor personal

Desde el instante en que despertamos, cada uno de nosotros no cesa de emitir pensamientos, uno tras otro, con una determinada carga positiva o negativa desde nuestro intelecto, y el contenido se dirige a amigos, vecinos, compañeros de trabajo o familiares, y si van cargados de negatividad van directamente a su aura o campo electromagnético y le afectarán en cuanto el destinatario tenga pensamientos iguales o parecidos, contribuyendo así a aumentar el volumen de energía positiva o negativa de aquel a quien dirigimos la nuestra. Pero no se detiene ahí nuestra emisión, sino que simultáneamente, si resulta que es negativa, se dirige a la atmósfera y pasa a formar parte del nubarrón de esa clase de energía que circula en el ámbito electromagnético terrestre y se dirige invariablemente a donde hay y guerras y conflicto, y los nutre. A la vez, se graba en nuestra alma y se dirige a aquel planeta de energía semejante en el cosmos material a donde va el emisor tras su muerte, atraído por la misma energía que envió allí mientras vivió.

Ni que decir tiene que si la energía emitida es positiva, todo ello resulta bien diferente para el emisor, pero también para el conjunto del mundo, del que formamos parte como energía. De modo que tenemos una gran responsabilidad individual tanto en lo negativo como en lo positivo que acaece en el Planeta.

De conseguir eliminar de nuestras vidas todo lo que nos roba la paz, seremos hombres y mujeres libres, justos y pacíficos y tendremos, correspondientemente un mundo libre, justo y pacífico donde será posible vivir como lo que somos: como hermanos.

COMENTARIOS A ESTE ARTÍCULO PUBLICADO EN KAOS EN LA RED
Desorden en la conciencia
Matapuces|19-01-2011 20:55

En mi opinión el desorden de la conciencia se debe a la confusión que genera las interpretaciones de los hechos que tiene cada individuo en su manera de concebir el mundo, las interpretaciones de los hechos provienen de los pensamientos, nuestros pensamientos acaban siendo nuestros verdaderos enemigos, acaban por distorsionar la realidad en la que vivimos día a día, la percepción del caos en la conciencia, es el primer paso hacia un nuevo entendimiento de los problemas y conflictos que se dan en nuestra psique.

Originario

Efectivamente nuestros pensamientos pueden actuar en contra nuestra. No hay más que ver las colas en la seguridad social, por no citar la cantidad de fármacos que se consumen para espantar la "insoportable gravedad del pensar mal". Y es que cuando se piensa bien- asunto difícil para todos esos filósofos encumbrados por la industria cultural-lo que parecía un castillo resulta que no era más que una protuberancia arenosa. Un cambo en el punto de vista hace cambiar el mundo.

Cuando nuestra alma divina contempla lo demasiado humano, sabe que ella no es eso, porque precisamente eso(es decir: el cambiante mundo físico, social, familiar, profesional) no es más que el territorio de experiencias porque ella es EL OBSERVADOR. El Observador está antes que lo observado, y si hacernos algo de caso a la física cuántica, lo determina de acuerdo con su programa como Observador, igual que muestra el Principio de Incertidumbre de Heinsenberg referido a cómo el observador modifica lo observado con sus instrumentos de medida.

Dice un texto de los Upanisads: "El Atman (o alma) en un cuerpo, y velado por Maya (la ilusión) se da a la producción de causas con el sexo, los alimentos, la bebida y otros deseos..."

El ego, el yo ilusorio, nos aparece entonces como responsable del pensamiento ilusorio, ¿no es cierto?

Las cosas empiezan a irnos realmente mal cuando el Observador cree que es lo observado a través de sus instrumentos sensoriales, y de su misma naturaleza. Así, por ejemplo, no es consciente de ser quien es- la partícula divina que observa envuelta en materia orgánica corporal - y se enreda con el mundo material al que confunde con la Realidad con mayúsculas, y pretende que este mundo y esta realidad calmen sus deseos. Eso produce una frustración, la angustia existencial, los desengaños, el vacío interior, y en definitiva el vivir en un estado de conflicto que no se sabe resolver mientras no se cambie el punto de vista que nos ha hecho caer en Maya, el estado ilusorio.

Observador y observado
Matapuces|20-01-2011 15:54

En esencia, el "observador" es lo "observado" cuando el "observador" no se identifica con el pensamiento de lo que está observando. Cuando lo "observado" se disuelve en el pensamiento del observador se puede trascender la totalidad de la realidad.

Por ejemplo, cuando el "observador" se siente en peligro o amenazado por lo "observado", es el pensamiento del "observador" quién decide la relevancia de la amenaza y empieza a elaborar estrategias para la "supervivencia", en este caso la actitud del "observador" ira en función del "temor" o del "miedo", (de sus conflictos internos), con todo lo que conlleva. La producción de acciones derivadas de los conflictos internos del hombre dependerá principalmente de su razonamiento subjetivo al que está sujeto a cada momento, de la realidad "ilusoria" que él mismo ha creado, sin tener en cuenta otros factores.

Originario

Sí. Objetivamente estamos inmersos en una Totalidad que es energía en diferentes grados de vibración electromagnética que va a determinar su mayor o menor sutileza. No es igual la energía de los fotones de la luz que la de los átomos de un mineral, por ejemplo. No es igual la energía vibratoria de un pensador, un artista, una persona que medita o un místico que la de alguien que solo vive para comer trabajar y divertirse. La claridad y la calidad de los pensamientos que van a determinar finalmente sus conductas va a ser muy diferente por esas razones. El Observador en cada caso es portador de un diferente nivel de conciencia y- por tanto- de conciencia. Por añadir una imagen gráfica: imaginemos que somos peces que vivimos en el mismo océano al que llamamos Totalidad.

Según el nivel de aproximación a la luz de la superficie observaremos unas cosas u otras, y creeremos que esa realidad que percibimos es la Realidad con mayúsculas.

Puedes decir que si viene un tiburón todos correríamos, pero ¿a qué distancia de la superficie nada el tiburón? Es más: ¿nos alcanzaría? ¿Cómo saberlo? Esto nos lleva a varios campos de información, desde saber si el gato del experimento de Schrödinger está vivo o muerto a la cuestión de la ley del karma. En ambos casos, las soluciones son..."según".

¿Es esto de lo que hablamos?


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