La iluminación espiritual

No quiero ser un creyente

Vivir intensamente la vida

Solo mi experiencia puede satisfacerme, puede colmar mi búsqueda.

Nunca leo las escrituras; de hecho, las evito, porque tengo mi propia experiencia de lo trascendental y no quiero que las palabras de otros se mezclen con mi experiencia original, auténtica, individual. Quiero ofrecerle a Dios exactamente lo que constituye el latido de mi corazón. Puede que otros lo hayan conocido —sin duda, otros lo han conocido— pero su conocimiento no puede ser mi conocimiento. Solo mi experiencia puede satisfacerme, puede colmar mi búsqueda, puede darme confianza en la existencia. No quiero ser un creyente.

No quiero ser un creyente; quiero ser alguien que sabe. No quiero tener muchos conocimientos; quiero ser lo suficientemente inocente como para que la existencia me revele sus misterios. No quiero ser considerado un santo.

Solo tengo un deseo: ser recordado como un cantor de canciones, como un bailarín, como un poeta que ha ofrecido todo su potencial, todas las flores de su ser, a la divinidad desconocida de la existencia. No quiero ser venerado; lo considero una humillación... algo feo, inhumano, y completamente distante del mundo. Todo hombre lleva en sí a Dios; toda nube, todo árbol, todo océano está lleno de divinidad, así es que ¿quién debe venerar a quién?

Obstinadas son las restricciones, pero me duele el corazón cuando intento vencerlas. La libertad es lo único que quiero, pero me avergüenzo de tener esperanza de ella.

Convivir en pareja

Cuento con la sabiduría Rabindranath Tagore.

Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su cabello negro, largo como hebras brillantes salidas de su rueca. Él iba cada día al mercado con algunas frutas. A la sombra de un árbol, se sentaba a esperar, sujetando con los dientes su pipa vacía. No llegaba el dinero para comprar un pellizco de tabaco.

Se acercaba el día del aniversario de la boda y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalar a su marido. Y, además, ¿con qué dinero? Una idea cruzó su mente. Sintió un escalofrío al pensarlo pero, al decidirse, todo su cuerpo se estremeció de gozo; vendería su pelo para comprarle tabaco. Ya se imaginaba a su hombre en la plaza, sentado ante las frutas, dando largas bocanadas a su pipa: aroma de incienso y de jazmín darían al dueño del puestecito la solemnidad y prestigio de un verdadero comerciante.

Solo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaría largamente el sacrificio de su pelo. Al llegar la tarde, regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño envoltorio: eran unos peines para su mujer que acababa de comprar tras vender su vieja pipa... Abrazados, rieron hasta el amanecer.

Diálogo entre Einstein y Tagore

Sucedió el 14 de julio de 1930, en la residencia del profesor Albert Einstein.

El siguiente diálogo entre Einstein y Tagore apareció en un artículo firmado por R. Tagore, The Nature of Reality (La Naturaleza de la Realidad) en la Modern Review XLIX, Calcuta, 1931, pp 42-43, y ha sido incluido por el premio Nobel Ilya Prigogine en su obra Tan solo una ilusión.

Einstein: ¿Cree usted en lo divino aislado del mundo?

Tagore: Aislado no. La infinita personalidad del Hombre incluye el Universo. No puede haber nada que no sea clasificado por la personalidad humana, lo cual prueba que la verdad del Universo es una verdad humana. He elegido un hecho científico para explicarlo. La materia está compuesta de protones y electrones, con espacios entre sí, pero la materia parece sólida sin los enlaces inter espaciales que unifican a los electrones y protones individuales. De igual modo, la humanidad está compuesta de individuos conectados por la relación humana, que confiere su unidad al mundo del hombre. Todo el universo está unido a nosotros, en tanto que individuos, de modo similar. Es un universo humano. He seguido la trayectoria de esta idea en arte, en literatura y en la conciencia religiosa humana.

Einstein: Existen dos concepciones distintas sobre la naturaleza del Universo: El mundo como unidad dependiente de la humanidad, y El mundo como realidad independiente del factor humano.

Tagore: Cuando nuestro universo está en armonía con el hombre eterno, lo conocemos como verdad, lo aprehendemos como belleza.

Einstein: Esta es una concepción del universo puramente humana.

Tagore: No puede haber otra. Este mundo es un mundo humano, y la visión científica es también la del hombre científico. Por lo tanto, el mundo separado de nosotros no existe; es un mundo relativo que depende, para su realidad, de nuestra conciencia. Hay cierta medida de razón y de gozo que le confiere certidumbre, la medida del Hombre Eterno cuyas experiencias están contenidas en nuestras experiencias.

Einstein: Esto es una concepción de entidad humana.

Tagore: Sí, una entidad eterna. Tenemos que aprehenderla a través de nuestras emociones y acciones. Aprehendimos al Hombre Eterno que no tiene limitaciones individuales mediadas por nuestras limitaciones. La ciencia se ocupa de lo que no está restringido al individuo; es el mundo humano impersonal de verdades. La religión concibe esas verdades y las vincula a nuestras necesidades más íntimas, nuestra conciencia individual de la verdad cobra significación universal. La religión aplica valores a la verdad, y sabemos, conocemos la bondad de la verdad merced a nuestra armonía con ella.

Einstein: Entonces, la Verdad, o la Belleza, ¿no son independientes del hombre?

Tagore: No

Einstein: Si no existiera el hombre, el Apolo de Belvedere ya no sería bello.

Tagore: No

Einstein: Estoy de acuerdo con esta concepción de la Belleza, pero no con la de la Verdad.

Tagore: ¿Por qué no? La verdad se concibe a través del hombre.

Einstein: No puedo demostrar que mi concepción es correcta, pero es mi religión.

Tagore: La belleza es el ideal de la perfecta armonía que existe en el Ser Universal; y la Verdad, la comprensión perfecta de la mente universal. Nosotros, en tanto que individuos, no accedemos a ella sino a través de nuestros propios errores y desatinos, a través de nuestras experiencias acumuladas, a través de nuestra conciencia iluminada; ¿cómo si no, conoceríamos la Verdad?

Einstein: No puedo demostrar que la verdad científica deba concebirse como verdad válida independientemente de la humanidad, pero lo creo firmemente. Creo, por ejemplo, que el teorema de Pitágoras en geometría afirma algo que es aproximadamente verdad, independientemente de la existencia del hombre. De cualquier modo, si existe una realidad independiente del hombre, también hay una verdad relativa a esta realidad; y, del mismo modo, la negación de aquella engendra la negación de la existencia de ésta.

Tagore: La verdad, que es una con el Ser Universal, debe ser esencialmente humana, si no aquello que los individuos conciban como verdad no puede llamarse verdad, al menos en el caso de la verdad denominada científica y a la que solo puede accederse mediante un proceso de lógica, es decir, por medio de un órgano reflexivo que es exclusivamente humano.

Según la filosofía hindú, existe Brahma, la Verdad absoluta, que no puede concebirse por la mente individual aislada, ni descrita en palabras, y solo es concebible mediante la absoluta integración del individuo en su infinitud. Pero es una verdad que no puede asumir la ciencia. La naturaleza de la verdad que estamos discutiendo es una apariencia – es decir, lo que aparece como Verdad a la mente humana y que, por tanto, es humano, se llama maya o ilusión.

Einstein: Luego, según su concepción, que es la concepción hindú, no es la ilusión del individuo, sino de toda la humanidad…

Tagore: En ciencia, aplicamos la disciplina para ir eliminando las limitaciones personales de nuestras mentes individuales y, de este modo acceder a la comprensión de la Verdad que es la mente del Hombre Universal.

Einstein: El problema se plantea en si la Verdad es independiente de nuestra conciencia.

Tagore: Lo que llamamos verdad radica en la armonía racional entre los aspectos subjetivos y objetivos de la realidad, ambos pertenecientes al hombre supra-personal.

Einstein: Incluso en nuestra vida cotidiana, nos vemos impelidos a atribuir una realidad independiente del hombre a los objetos que utilizamos. Lo hacemos para relacionar las experiencias de nuestros sentidos de un modo razonable. Aunque, por ejemplo, no haya nadie en esta casa, la mesa sigue estando en su sitio.

Tagore: Sí, permanece fuera de la mente individual, pero no de la mente universal. La mesa que percibo es perceptible por el mismo tipo de conciencia que poseo.

Einstein: Nuestro punto de vista natural respecto a la existencia de la verdad al margen del factor humano, no puede explicarse ni demostrarse, pero es una creencia que todos tenemos, incluso los seres primitivos. Atribuimos a la Verdad una objetividad sobrehumana, nos es indispensable esta realidad que es independiente de nuestra existencia, de nuestras experiencias y de nuestra mente, aunque no podamos decir qué significa.

Tagore: La ciencia ha demostrado que la mesa, en tanto que objeto sólido, es una apariencia y que, por lo tanto, lo que la mente humana percibe en forma de mesa no existiría si no existiera esta mente. Al mismo tiempo, hay que admitir que el hecho de que la realidad física última de la mesa no sea más que una multitud de centros individuales de fuerza eléctricas en movimiento es potestad también de la mente humana.

En la aprehensión de la verdad existe un eterno conflicto entre la mente universal humana y la misma mente circunscrita al individuo. El perpetuo proceso de reconciliación lo llevan a cabo la ciencia, la filosofía y la ética. En cualquier caso, si hubiera alguna verdad totalmente desvinculada de la humanidad, para nosotros sería totalmente inexistente.

No es difícil imaginar una mente en la que la secuencia de las cosas no sucede en el espacio, sino solo en el tiempo, como la secuencia de las notas musicales. Para tal mente la concepción de la realidad es semejante a la realidad musical en la que la geometría pitagórica carece de sentido. Está la realidad del papel, infinitamente distinta a la realidad de la literatura.

Para el tipo de mente identificada a la polilla, que devora este papel, la literatura no existe para nada; sin embargo, para la mente humana, la literatura tiene mucho mayor valor que el papel en sí. De igual manera, si hubiera alguna verdad sin relación sensorial o racional con la mente humana, seguiría siendo inexistente mientras sigamos siendo seres humanos.