La humildad contra la desesperación

Para vivir en verdadera paz debemos valernos de la humildad contra la desesperación y ser verdaderamente conscientes para aceptarla con amor y entenderla.

THOMAS MERTON

LA VERDADERA HUMILDAD

En la verdadera humildad hay paz y no desesperación.

La humildad supone desprenderse de la personalidad y los adornos que haz acumulado a tu alrededor y ser como un niño pequeño, que no sabe quién es, que no sabe nada del mundo.

La falsa humildad no es sino el ego reprimido, que finge ser humilde pero desea ser el que más. La falsa humildad se deja ver de vez en cuando en el que llaman hombre humilde: él se cree más humilde que nadie; y eso es ego. La humildad no conoce ese lenguaje.

La verdadera humildad no tiene nada que ver con el ego; es la ausencia del ego. No pretende ser superior a nadie. Es la pura y simple comprensión de que no hay nadie que sea superior, ni nadie que sea inferior; las personas son simplemente ellas mismas, incomparablemente únicas. No puedes compararlas como superior o inferior.

El único problema que produce la desesperación, es que te quieres librar de ella. Ésa es la única barrera. Tendrás que ser verdaderamente humilde para vivir con ella. No puedes escapar. La desesperación crea situaciones en las que podemos integrarnos y crecer. Son los desafíos de la vida. Acéptalos. Son bendiciones disfrazadas.

Toda tu desesperación es producto de la mente. Cuando realmente aceptas con humildad el movimiento se detiene, se detiene la mente. De pronto estás aquí y ahora. Por primera vez estás en paz. Por primera vez experimentas la existencia. Por primera vez estás despierto. El sueño de la mente, la mente dormida, ya no está...

Y ahora te empieza a ocurrir otras cosas. Es lo contrario de lo que la mente hacía. En vez de desesperación, sientes éxtasis; en vez de infelicidad, una enorme dicha; en vez de tristeza, paz; en vez de sentir que las cosas no tienen sentido, por primera vez, ves la importancia y la belleza de la gloria con la que te ha obsequiado la existencia.

Veamos a Thomas Merton como nos enseña a derrotar la desesperación...

HUMILDAD CONTRA DESESPERACIÓN

En la desolación hay más ego que humildad y esto lleva a la desesperación.

La desesperanza es una sensación que todo está y continuará sin esperanza. La desesperación es el extremo absoluto en la línea del amor propio. Se alcanza cuando uno vuelve deliberadamente la espalda a toda ayuda ajena para gustar el corrompido lujo de saberse perdido.

En cada hombre hay escondida alguna raíz de desesperación, porque en todo hombre hay un orgullo que vegeta y hace surgir de sí yerbajos y malolientes flores de compasión tan pronto como nos fallan nuestros recursos. Pero como nuestros recursos nos fallan inevitablemente estamos más o menos sujetos al descorazonamiento y la desesperación.

La desesperación es el resultado final de mi orgullo tan grande y tan rígido, que elige la absoluta angustia de la amargura antes que aceptar la felicidad de las manos del Amor y con ello reconocer que está por encima de nosotros y no somos capaces nosotros mismos de cumplir nuestro destino.

Pero el hombre que es verdaderamente humilde no puede desesperar, porque en el hombre humilde no hay ya cosa parecido a la compasión de sí mismo.

Es casi imposible sobreestimar el valor de la verdadera humildad y su poder en la vida espiritual. Pues el principio de la humildad es el principio de la beatitud, y la consumación de la humildad es la perfección de todo gozo. La humildad contiene en sí misma la respuesta a todos los grandes problemas de la vida del alma. Es la única llave de la fe, con la cual empieza la vida espiritual; pues la fe y la humildad son inseparables. En la perfecta humildad desaparece todo egoísmo, desaparece toda desesperación y tu alma ya no vive para si ni en sí, sino para el Amor; y se pierde y sumerge en Él y se transforma en Él.

En este punto de la vida espiritual, la humildad encuentra la más elevada exaltación de la grandeza. Es ahí donde todo el que se humilla es exaltado, porque, no viviendo ya para sí mismo ni en el nivel humano el espíritu queda libre de todas las limitaciones y vicisitudes de su condición de criatura contingente y nada en los atributos de la Existencia, cuyo poder y magnificencia, sabiduría, grandeza y eternidad han llegado a ser nuestras mediante el amor y la humildad.

Si fuésemos incapaces de humildad, seríamos incapaces de gozo; porque solo la humildad puede destruir la concentración en sí mismo que hace imposible el gozo. Si no hubiese humildad en el mundo, hace tiempo que todos nos hubiéramos desesperado y suicidado.

Hay una falsa humildad que considera orgullo el desear la máxima grandeza: la perfección de la contemplación, la cumbre de la unión mística con la máxima expresión del Amor. Éste es uno de los mayores engaños de la vida espiritual, porque solamente en esta grandeza, solamente en esta exaltada unión, podemos lograr la humildad perfecta.

Con todo, es fácil ver cómo se comete este error; y realmente, desde cierto punto de vista, no es ningún error. Pues si consideramos el gozo de la unión mística en abstracto, meramente como algo que perfecciona nuestro ser y nos da la máxima felicidad y satisfacción posibles, podríamos desearla con un deseo egoísta y lleno de orgullo. Y este orgullo será tanto mayor si nuestro deseo significa que esa consumación es en algún modo debida a nosotros mismos, como si tuviéramos derecho a ella, como si pudiéramos hacer algo para ganárnosla. De este modo aparece la unión mística a las mentes de los que no advierten que la esencia de tal unión es un amor puro y abnegado, que vacía el alma de todo orgullo y la aniquila a los ojos de tu consciencia, para que nada quede de ella sino la pura capacidad para Amar. El gozo del místico surge de una liberación de todo apego al yo por el aniquilamiento de todo rastro de orgullo. No desees ser exaltado, sino humillado; no desees ser grande, sino pequeño, a tus propios ojos y a los del mundo; pues el único modo de entrar en ese gozo es disminuir hasta un punto que se desvanece y ser absorbido en tu interior a través del centro de tu propia nada. El único modo de poseer Su grandeza es pasar por el ojo de la aguja de tu total insuficiencia. La perfección de la humildad se encuentra en la unión transformante. Solo el amor supremo puede conducirte a esa pureza a través de los fuegos de la prueba interna. Sería necio no desear tal perfección. Pues ¿de qué serviría ser humilde de un modo que te impidiese buscar la consumación de toda humildad?

El humilde no se turba por las alabanzas. Como ya no se preocupa de sí mismo, como ya sabe de dónde procede lo bueno que hay en él, no rehúsa la alabanza, porque pertenece a la existencia que ama y al recibirla no guarda nada para si, sino que lo da todo, con gran gozo.

El hombre que no es humilde no puede aceptar las alabanzas graciosamente. Ya sabe lo que debería hacer. Sabe que la alabanza pertenece a la Existencia y no a él; pero la transmite tan torpemente, que tropieza y llama la atención hacia sí por su misma torpeza y entra en la desesperación.

El que no ha aprendido todavía la humildad es trastornado y turbado por las alabanzas. Hasta puede perder la paciencia cuando la gente lo alaba; lo irrita el sentimiento de su propia indignidad. Y si no arma un alboroto por ello, por lo menos las cosas que se han dicho de él lo asedian, obsesionan su mente y lo atormentan con desesperación dondequiera que vaya.

En el otro extremo está el que no tiene humildad ninguna y devora los elogios, si alguno le hacen. Pero éste no presenta ningún problema; es tan conocido, que ha representado un papel en todas las farsas.

El humilde recibe el elogio como un cristal limpio recibe la luz del sol. Cuanto más clara e intensa es la luz, tanto menos se ve el cristal.

Para los hombres que viven en monasterios hay el peligro de que hagan tan complicados esfuerzos por ser humildes con la humildad que han aprendido en un libro, que llegue a volvérseles imposible la verdadera humildad. ¿Cómo puedes ser humilde si siempre estás atento a ti mismo? La verdadera humildad excluye la conciencia de si; pero la falsa humildad intensifica el percatarse de sí mismo hasta tal punto que quedamos lisiados, y ya no podemos hacer un movimiento ni realizar un acto sin poner en funcionamiento un complejo mecanismo de excusas y fórmulas en que nos acusamos.

Si fueras realmente humilde no te preocuparías de ti. ¿Por qué no hacerlo? Te ocuparías solo del Amor y Su voluntad, y del orden objetivo de las cosas y valores tales como son y no como tu egoísmo quiere que sean. En consecuencia, no tendrías desesperación, no tendrías ya falsas ilusiones que defender. Tus movimientos serían libres. No necesitarías el estorbo de un montón de excusas que en realidad solo son fórmulas para defenderte de la acusación de orgullo... como si tu humildad dependiera de lo que otros piensan de ti!

El hombre humilde puede hacer grandes cosas con insólita perfección, porque ya no se preocupa de lo accidental, como sus intereses y su reputación, y ya no necesita desperdiciar esfuerzos en defenderlo.

Pues un hombre humilde no teme el fracaso. De hecho, no teme nada, ni a si mismo, nunca se desespera, pues la perfecta humildad lleva consigo una perfecta confianza en el poder del Amor, ante quien ningún otro poder tiene sentido y para quien no hay ningún obstáculo.

PENSAMIENTOS DE THOMAS MERTON

El amor es nuestro verdadero destino.

El comienzo del amor consiste en dejar que las personas a quienes amamos sean absolutamente ellas mismas, y en no presionarlas para que se amolden a nuestra propia imagen. En este caso, tan solo amaríamos el reflejo de nosotros mismos reproducido en ellos.

Al entender la Existencia estoy tan renovado que toda la naturaleza parece renovado alrededor de mí y conmigo. El cielo parece ser un puro, un azul más frío, los árboles de un verde profundo. El mundo entero está a cargo de la gloria del Amor y siento fuego y música bajo mis pies.

El hombre está verdaderamente vivo cuando toma conciencia de sí mismo como dueño de su propio destino para la vida o para la muerte, percatándose del hecho de que su realización final o su destrucción dependen de su libre albedrío, y dándose cuenta de su capacidad para decidir por sí mismo. Éste es el comienzo de la vida verdadera.

El hombre está vivo no solo cuando existe, no solo cuando existe y actúa, no solo cuando existe y actúa como hombre (o sea, libremente), sino sobre todo cuando es consciente de la realidad y la inviolabilidad de su propia libertad, y se da cuenta al mismo tiempo de su capacidad para consagrar por entero esa libertad al propósito para el que le fue dada.

Entiendan que, es en esta soledad que las actividades más profundas comienzan. Es aquí donde se descubre acto sin el movimiento, el trabajo es profundo reposo, visión en la oscuridad, y, más allá de todo deseo, el cumplimiento, cuyos límites se extienden hasta el infinito.

La humildad es el signo más seguro de la fuerza.

Thomas Merton