La iluminación espiritual

Guerra contra los animales

Animales de granja

Un reciente programa de denuncia en tv en España ha puesto en evidencia las insoportables condiciones de vida de los animales de granja. En este caso, se trata de los cerdos. No son esos los cerdos que los anunciantes de embutidos y jamones pintan rollizos y rosados en las pantallas dándoles voz para que nos cuenten lo felices que son por darnos su carne. Nada de eso tiene que ver con la realidad. La realidad es un infierno de los animales llamado Granja.

Da igual de qué especie se trate, y hasta en qué partes del mundo se encuentren los animales, ese infierno llamado Granja es el mal común del que se sale solo para viajar hacia dos estaciones: el matadero y la mesa con cadáver animal.

Hacinados hasta el punto de no poderse mover apenas, muchos enfermos, ajenos a todo afecto humano, atiborrados de antibióticos y de anabolizantes para su rápido engorde para la guillotina, sin luz solar y entre suciedad, pasan los animales los días de su vida en el corredor de una muerte segura.

Esta cita define el estado en que viven las gallinas cuyos huevos hemos de comer: Las gallinas en las jaulas tienen que vivir en espacios tan reducidos como la superficie de una hoja de papal DIN- A4. No se pueden tumbar para relajarse, ni pueden escarbar el suelo con las partas, ni pueden empollar los huevos, ya que estos caen a una banda rotatoria. Tampoco sin jaula es mejor. Tras poner algunas docenas de huevos acaban como sopa de pollo en el matadero (1).

Lo mismo sucede con los pollos que tantos y de tantas maneras se consumen en nuestro civilizado mundo de egoístas glotones. Ni los pobres avestruces escapan a este destino cruel.

Podríamos seguir enumerando las muy diversas maneras cómo ciertos humanos carentes de ética y sobrados de ambición; siervos del dinero y serviles de los poderes políticos a cambio de impunidad, campan a sus anchas en toda la geografía del mundo, incluida España. Aprovechando las increíblemente escasas o nulas leyes de protección a los animales, estos desalmados que anuncian en tv suculentos jamones ibéricos y chorizos caseros pueden tener granjas- infiernos de todo tipo, o comerciar sin problemas con quienes las tienen.

Vacas, conejos, zorros, pollos, caballos, avestruces, visones, focas o ballenas entre otros animales, comestibles, o por su piel u otras pertenencias, son privados de libertad y de afecto humano o asesinados directamente, como es el caso de los elefantes por su marfil, el de los rinocerontes por su cuerno, o la caza de todas las especies que andan por nuestros montes. Pero esta guerra puede acabar, pues el consumidor es el demandante final y el único que tiene el poder para evitar todos esos infiernos sencillamente no queriendo nada que suponga la tortura o la muerte de un animal. Tan fácil como eso. Si no hay demanda, no hay trato. Así funciona el capitalismo. Si cambiamos nuestra conciencia sobre las cosas del mundo, cambia el mundo. No hay otro modo.

A diario se nos oculta el asesinato de animales en sórdidos laboratorios donde ratas, ratones, hámsteres, conejos o monos, por poner algunos ejemplos, son torturados o enfermados artificialmente con la excusa de su aprovechamiento para la ciencia. Sin compasión alguna son tratados como objetos, indiferentes al sufrimiento que les causan los señores de bata blanca y alma negra en pos del prestigio personal y del beneficio de alguna multinacional farmacéutica. Andan los ilusos intentando corregir lo que en la naturaleza, que es obra divina, es perfecto y por ello hasta manipulan el código genético de cualquier especie- también vegetal- queriendo jugar a diosecillos. No saben el daño que se hacen a sí mismos, pues recibirán lo que siembren según la ley de causa y efecto que conocen como científicos pero desprecian cuando les conviene.

Los animales no son objetos

Los animales no están en este mundo para ser devorados ni para servir de cobayas, porque tienen alma en proceso evolutivo hacia la filiación divina, como enseña el cristianismo originario. Atentar contra su vida o dañarlos es una forma como otra de ir contra las leyes de nuestro Creador común. Su alma es tan inmortal como la nuestra, y tienen emociones y capacidades de las que muchos humanos apenas saben, como es el amor desinteresado, la empatía con su especie o la capacidad de sacrificio por los que aman.

Como suele pasar con los padres a sus hijos también los animales aman y se sacrifican por sus crías hasta el punto de jugarse la vida diariamente muchos de ellos por procurarles comida, agua y seguridad. En cambio, a veces vemos noticias terribles de padres o padres que matan a sus hijos por alguna clase de sentimiento vergonzoso como odio, rencor o deseo de hacer daño a su pareja.

Recordemos a los perros y a sus variadas formas de ayudarnos. Eso es amor desinteresado. Su alma es pura, como la de cualquier animal, y carece de ego, no como las nuestras cargadas de egocentrismo contra el que nos vemos obligados a luchar para evolucionar.

Estas consideraciones las obvian las Iglesias, que aprueban la caza, callan ante la matanza de animales en los mataderos y hasta niegan que tengan alma pese a saberlos capaces de tener sentimientos puros. Los gobiernos, por su parte, eternos aliados del clero, no solo aprueban los mataderos, sino que los legalizan mientras practican una tolerancia inadmisible y una vista gorda vergonzosa ante las innumerables formas del maltrato en los laboratorios o en esas granjas inmundas a las que no parecen tener acceso fácil las inspecciones sanitarias.

Una urgencia

Es urgente abrir un debate público sobre el mundo animal a pesar de la oposición de gobiernos, industria cárnica, farmacéuticas y complicidad silenciosa del clero. Un debate público sobre razones ecológicas, éticas, espirituales y de consumo que nos lleven a cambiar nuestra forma de ver el mundo animal, y a respetar al fin su derecho a la vida, a la libertad y a la protección humana. Esto significaría una revolución sin precedentes en la historia de la humanidad.

Las razones:

Es ecológicamente insoportable la existencia de la ganadería extensiva de todo tipo debido a su enorme aportación de nitrógeno para el efecto invernadero, a las ingentes cantidades de consumo del agua que cada vez escasea más, y a la enorme cantidad de extensiones para pastos que van en detrimento de las necesidades agrícolas para consumo humano. Cada filete es insostenible ecológicamente.

Es peligroso para nuestra salud el consumo de carne - cadáver a fin de cuentas- ante la cantidad de venenos químicos y de adrenalina por estrés y por el sufrimiento crónico que contiene cada bocado. Todo eso se incorpora a nuestras células con el filete del gourmet o el jamón famoso. Es éticamente inadmisible para una persona con conciencia maltratar, asesinar o mostrarse impasible ante tanta crueldad. La sociedad emergente debe ir sustituyendo las proteínas animales por las vegetales. No necesitamos la carne para vivir ni tampoco vegetales contaminados para sustituir a la carne contaminada. Esto tampoco.

Necesarios ajustes

Estamos ante un sistema que mantiene en jaque a nuestra salud y a la de nuestros descendientes y tiene que ser revisado y corregido urgentemente a escala global. Pero no esperemos que la solución venga de gobiernos o multinacionales. Va a depender de dos elementos tan básicos como imprescindibles: de una nueva conciencia ética y de una nueva conciencia alimentaria que tienda al veganismo. Para este cambio, el amor a los animales es imprescindible.

Urge la capacidad de movilización de los nuevos consumidores para dejar de lado la carne y presionar a los gobiernos para que declaren ilegales las apestosas granjas y mataderos, con todas las consecuencias que eso tenga para la ganadería. La ganadería se ha convertido en un grave problema medioambiental y de salud global. Firmemos manifiestos, peticiones, apoyemos a las organizaciones que defienden este salto evolutivo. No nos callemos más.

Bien sé cuán importante es para la economía capitalista el sector ganadero y las industrias anexas, pero si negocios de pocos perjudican a nuestra salud, a los animales y al propio Planeta- y con ello a nuestra propia vida- es obvia la necesidad de cambiar el modelo. ¿No les parece?

Nota (1) De libro Los animales claman, El profeta denuncia, de Das Wort, Alemania.