La iluminación espiritual

Estado del bien común resulta ser una ficción

PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Estado del bien común resulta ser una ficción; Patrocinio Navarro

CONMIGO O CONTRA MÍ

¿Quién en su sano juicio puede llegar a ver al Estado moderno y a todo su rosario de gobiernos de quita y pon como gestores de alguna clase de Bien Común ?... ¿Con qué atronador lenguaje habría que gritarles a los ciudadanos crédulos del mundo para que despierten de su hipnosis?... ¿Con qué arrebatadores argumentos?... ¿Habría que lanzarse a las plazas públicas para que quienes aún duermen sean capaces de despertar a verdades tan simples como que este cáncer mundial llamado Estado no es un invento del pueblo, sino una institución macroscópica que le debería servir de espejo para descubrir amplificadas las propias miserias personales? ¿Acaso no son estas las que deben ser corregidas en lugar de –como algunos pretenden- dinamitar al Estado a tiros, si es preciso, para sustituirlo por otro y seguir defendiéndolo a tiros si es preciso, pero sin que el espejo varíe su imagen en absoluto?

Es una tarea urgente -porque los tiempos van ya que vuelan- descubrir que el Estado moldea al pueblo cuando este le presta su savia vital a través de sumisión, conformismo, imitación y admiración. A través de estos mecanismos atan al pueblo quienes tienen el poder y hasta consiguen hacerle creer que representan la Ley y el Orden y que están ahí para conseguir el bien de todos. Y se le engaña hasta el punto que precisan sus falsos servidores para perpetuarse a sí mismos sobre aquellos que les tienen por salvadores en lugar de tenerlos por lo que son: explotadores y extorsionadores legales.

Las buenas conciencias sociales y clericales no pueden soportar este tipo de afirmaciones. Para estos extravagantes sujetos el Estado es poco menos que una divinidad paternal ajena por naturaleza a todo tipo de males. Y cuando existen, siempre son otros los responsables: preferentemente los enemigos del estado o del clero, los agitadores de conciencias, los librepensadores, los libres.

Entre tanto, una gigantesca máquina, una máquina cada vez mejor entrenada y precisa, cada vez más entrometida la par que más inaccesible a aquellos que la alimentan con votos y sumisión; una máquina dirigida por expertos insomnes y fastidiantes, pero grises a pesar de todo y para mayor sarcasmo, sirven a esta Máquina- Estado con ritual de monaguillos. Ofician desde las páginas de los diarios, los canales de las televisiones, las aulas universitarias, los sermones parroquiales y desde toda clase de antros donde el Poder es venerado por vocación o por imposición. Desde ellos se expande por una maraña de arterias, venas y capilares hasta el cerebro de cada ciudadano para transmitirle este mensaje: Conmigo o contra mí. En él se descubre la razón principal del acoso, vigilancia, persecución, encarcelamiento y penas de muerte impuestas a los largo de la Historia a todos los que eligieron no ya ir directamente contra el Estado, sino dejarle al margen para pensar por su cuenta. Y la lista está repleta de filósofos, profetas, artistas, poetas, pedagogos o científicos que supieron mostrar a sus semejantes que existen otras leyes y otro orden en la naturaleza, en la imaginación, en el alma, en el pensamiento o en la vida que son incompatibles con las prisiones de la mente, los estereotipos, la violencia institucional, la mentira la doble moral y la homologación del cráneo colectivo con los que pretende mantenerse el Estado por encima de todo, y por ende solo puede ser autoritario. Pero, siempre en su papel de embaucar, cuando le interesa finge que ama la democracia.

¿Pero qué democracia?

Resulta fácil pensar que la única democracia posible en la organización social de la humanidad ha de ser una democracia de hombres libres y para hombres libres e iguales, y no un sucedáneo de democracia para siervos como son las que padecemos. Y eso podrá llegar si somos capaces de convertir este Yo individualista, egoísta, competitivo, insolidario y dividido de mil maneras -pero gregario y aborregado- en un Yo individual (pero no individualista) plural, (pero no gregario) y solidario (pero no redentorista) capaz de construir otro mundo donde podamos decirnos unos a otros de corazón: tú y yo somos uno; tú y yo somos hermanos.


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