La iluminación espiritual

En busca de la felicidad

LA BUSQUEDA DE LA FELICIDAD

¿Existe un deseo humano mayor que el de ser feliz?

Todos deseamos ese bien, y no solo a nosotros mismos. Si tenemos hijos deseamos que sean felices; unos a otros nos deseamos felices cumpleaños, feliz Navidad o feliz año nuevo… La felicidad es nuestra más alta aspiración, el mejor de los regalos. Pero…No luchamos por ello. Qué curioso esto. En su lugar elegimos luchar por el bienestar. En primer lugar y casi exclusivamente por el personal, en segundo lugar por el de la familia, y nos preocupamos poco y en orden decreciente hasta cero por el de los amigos, los conocidos, el del país, o el del mundo. ¿Y dónde queda la felicidad?

Deseamos ser felices y creemos que la lucha por tener mejores salarios y condiciones de vida que nos conduzcan a un permanente Estado del Bienestar –cada vez más lejos de nuestro horizonte, por cierto- nos deparará la ansiada felicidad. Deseamos que nuestros hijos sean felices y les empujamos a asegurarse su propio bienestar creyendo que este es la puerta de acceso a la felicidad. Craso error.

Claro que el bienestar es importante y un derecho para todos sin excepción ¿Quién lo duda? Claro que es importante la defensa de nuestros derechos sociales y laborales que nos procuran el deseado bienestar. ¿Quién duda que gozar de un buen nivel de ingresos no sea un bien? Pocos dudarían en firmar para siempre por un nivel de vida de clase media; ese nivel que permite tener satisfechas holgadamente las necesidades de vivienda, energía y alimentos y acceder sin mayores esfuerzos a bienes culturales y de ocio. Claro que esto es bueno y hay que esforzarse por conseguirlo, pero… esto no es la felicidad. De serlo, los ricos serían los humanos más felices. En cambio, sus vidas están tan vacías como un vaso de oro vacío en un desierto. Por eso siempre andan buscando nuevos placeres, nuevos negocios, nuevas parejas y sensaciones, más dinero y poder…. Desean llenar el vaso dorado vacío y buscan conseguir lo que no tienen, pero… no buscan tampoco la felicidad. Siguen confundiendo felicidad con placer. Y perseguir este es como perseguir la cambiante sombra de un árbol al sol del verano.

La felicidad no es hija del placer, porque la felicidad es un estado del alma. Es el canto de un alma que se halla liberada de deseos mundanos hasta el punto que privarle de cualquiera de ellos no altera su estado. Si acaso tiene un cómplice importante: la salud, que– esta sí- es hija de la felicidad, pero no del placer, que convertido en meta puede acabar con ambas a la vez.

Alguno puede encogerse de hombros o recibir con desconfianza esta frase: la felicidad es un estado del alma. Y hasta puede mostrarse desafiante y decir: Bien ¿y cómo consigo ese estado? ¿Tengo que liberarme de todos mis deseos? ¿Debo renunciar a todo placer? Claro que no. Pero sí a todos aquellos que te empujan a convertirte en su esclavo, a todos aquellos que te atormentan si no los consigues satisfacer. A esos. Pero ¿quién nos enseña el camino y nos da las herramientas para conseguir ese estado de desprendimiento y alegría, de libertad interior y dominio de sí mismo que caracteriza a los escasos hombres felices?...¿Los políticos? Ciertamente que no. ¿Las iglesias? Ciertamente que no.¿ Nuestros profesores? Ciertamente que no. ¿Nuestros padres? Tampoco nuestros padres. Normalmente todos ellos han caído en la misma confusión y unos y otros nos dejan solos ante las necesidades de nuestra alma que no calman los sentidos satisfechos ni la cultura. Nos dejan solos, y por ese motivo, muchos de nosotros nos lanzamos a llenar un vacío existencial que pocos reconocen como necesidad pero para nosotros es esencial: el vacío espiritual. No hay arte, ni cultura, ni filosofía que llene este vacío, porque todos esos recursos pertenecen a un nivel inferior al de la conciencia espiritual. Por eso es fácil ver en nuestros días cómo titulados universitarios pueden ser pederastas, robar a manos llenas, evadir impuestos, asesinar a sus mujeres y hasta organizar guerras si tienen poder. Ni el bienestar ni la cultura les empujaron a tener necesidades espirituales y por eso llegaron a ser unos monstruos.

El camino que cada uno emprende a partir de esa necesidad es algo personal, no hay regla fija. Una de ellas es la de vivir de acuerdo con la famosa Regla de Oro del cristianismo originario: Lo que quieras que te hagan a ti, hazlo tú primero a otros, y No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Esto, que nos convierte en guerreros espirituales, parece sencillo aunque exige perseverancia, disciplina, rebeldía, espíritu crítico y esfuerzo, pero sobre todo amor a Dios y a los semejantes. Lo demás viene solo. Por ejemplo, la felicidad.