La iluminación espiritual

El desafío

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; El desafío; Patrocinio Navarro

LA VERDADERA JUSTICIA

La verdadera justicia: la de Dios.

La vida no es un paseo triunfal por un camino de rosas para nadie, excepto como se sabe, para los Papas y los generarles victoriosos, aunque solo sea en público. Pero generales, Papas y cada uno de nosotros estamos aquí por algún tiempo y casi todos por una sola razón: por tener cuentas pendientes con la justicia, incluso, sí, los Papas. También ellos. No es con la justicia que los hombres llaman así, que es de quita y pon, sino con la verdadera justicia: la de Dios, que, por cierto, no distingue rangos militares ni eclesiásticos. Cargados de karma, seamos quienes seamos, venimos a este mundo con la intención de continuar cargándonos de deudas con una vida mundana y apartada de Dios o, al contrario, con el propósito de limpiar nuestro libro de cuentas mediante una vida acorde con las leyes divinas del amor altruista.

EL EGO

El ego, que es la parte contraria a Dios.

A pesar de las buenas intenciones originales que al parecer tuvimos antes de nacer, mejorar el estado del alma no es nada fácil, porque el ego, que es la parte contraria a Dios que cada uno guarda en su consciente y subconsciente mientras no lo supera, nos pone a prueba. No solo cada día, sino cada hora de cada día, hemos de enfrentarnos a pensamientos, emociones y relaciones con personas en las que el ego aparece con la pretensión de ser el personaje principal. A poco que se piense tiene sentido: lo hemos creado nosotros y ahora cuesta quitárnoslo de encima.

Vivir emociones positivas contra las negativas de rencor, desavenencias, envidias, deseos de sobresalir, de querer representar a Dios u otras especialidades del ego; alimentar pensamientos positivos de alegría, agradecimiento, humildad, paz, armonía o salud; hacer a los demás lo que quisiéramos para nosotros, o no haciendo aquello que no deseamos recibir, son armas no solo para enfrentarse al ego, del que tan frecuentemente somos prisioneros , sino para vencerlo día a día y andar el camino de la liberación espiritual que nos lleva paso a paso a nuestro verdadero hogar del que partimos con la Caída: el Reino de los Cielos. De él procedemos y a él volveremos antes o después dependiendo de dos cosas: nuestro esfuerzo constante y la fuerza redentora de Cristo.

LA FUERZA CRÍSTICA

Con esa fuerza crística de la que tenemos cada uno una chispa en nuestro corazón desde el Está consumado de Jesús en el Gólgota, sabemos que ninguna alma se perderá. Entre tanto, es trabajo nuestro liberarnos o cargarnos más en cada existencia naciendo en este caso una y otra vez con todos los peligros que el vivir supone en este mundo tan alejado de Dios.

Que Él nos proteja de nuestras máscaras, de las máscaras de los demás y de los absurdos juegos de este mundo que confunde placer con felicidad; que elige la comodidad antes que el esfuerzo; la tradición antes que la renovación; el conflicto antes que la paz, y así sucesivamente.

¿QUÉ HACER?

El desafío está ahí nada más despertar.

Cada mañana al abrir los ojos acuden en tropel pensamientos, sensaciones, sentimientos que pretenden tomar las riendas de nuestro día. Lo que hacemos con todo eso va a dar forma a las horas siguientes convirtiéndonos en vencedores o vencidos. Nadie nos dijo al nacer que esta vida sería un campo de batalla por una u otra razón, pero ya lo sabíamos antes de estar en el vientre de nuestra madre. Lo sabíamos cuando decidimos partir del Mas allá, y se nos puso ante nosotros lo que podría ocurrirnos. Y lo aceptamos.

Queríamos nacer; pues bien: aquí estamos. ¿Y ahora, qué?


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