La iluminación espiritual

El sacerdote terco

Cuento Zen (440)

Se hallaba un sacerdote sentado en su escritorio, junto a la ventana, preparando un sermón sobre la oración. De pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a continuación vio cómo la gente corría enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa, que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.

El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya a la calle en la que él vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: Aquí estoy yo, preparando un sermón sobre la oración, y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir con los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la oración a Dios me ha de salvar.

Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente. ¡Salte adentro, Padre!, le gritaron. No, hijos míos, respondió el sacerdote lleno de confianza, yo confío en que me salve la oración a Dios.

El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animar encarecidamente al sacerdote a que subiera. Pero él volvió a negarse. Entonces se encaramó a lo alto del campanario. Y cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un agente de policía a rescatarlo con una motora. Muchas gracias, agente, le dijo el sacerdote sonriendo tranquilamente, Pero ya sabe usted que yo confío en Dios, que nunca habrá de defraudarme.

Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse ante Dios: ¡Yo confiaba en ti! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme? Bueno, le dijo Dios, la verdad es que envié tres botes ¿no lo recuerdas?

MORALEJA

Muchos que oran son testarudos ante la realidad.

Ve y observa en los templos a las personas que oran, solo están engañándose a sí mismas porque no tienen la cualidad de la acción, porque si tuvieran esta cualidad, el mundo sería distinto. La mayoría de los que salen de los templos, salen con las mejores intenciones, pero de la intención a la acción, hay mucho trecho.

El orar es una cualidad que pertenece a la esencia y no a la personalidad. La personalidad es lo que haces, son tus acciones, es una relación activa con la existencia. La esencia es lo que te mueve, es lo que se te ha dado, es un regalo de Dios.

Por lo general, creemos que orar es pedir algo, quejarnos, tenemos deseos y creemos que Dios nos puede ayudar, la plegaria se ha convertido en petición, muy lejana a la acción, sin embargo, la plegaria solo puede ser un agradecimiento, una gratitud.

Es cierto: Aprende a orar. Eso no significa dejar todo en manos de Dios. No debes volverte inactivo; por el contrario, la acción solo puede surgir de la oración. Si no sabes cómo orar, en profunda meditación y luego pasar a la acción, lo que sea que hagas será estúpido, no acción.

Algo pasa, y tú reaccionarás con oración. Pones todo en manos de Dios; ¿y a eso lo llamas acción? No lo es aunque lo creas, es una gran estupidez. Las tragedias suceden en la vida y tú has funcionado como una máquina. Igual que cuando aprietas un interruptor y se enciende la luz, y aprietas otra vez y se apaga; eso es lo que la gente hace: son testarudos ante la realidad.