La iluminación espiritual

El hacedor de puentes

Cuento Zen (360)

Cuenta una anécdota popular que dos hermanos estaban enemistados. Uno de ellos contrató a un carpintero y le dijo: Quiero que levantes una cerca entre mi hermano y yo, porque no lo aguanto más. Te pagaré lo que sea.

Después de hacer el encargo el hombre se fue al pueblo. Cinco horas más tarde, cuando regresó, el trabajo estaba terminado. Pero el carpintero no había construido un muro, había construido un puente.

Yo pedí un muro. Se quejó.

Mientras seguía hablando el hermano atravesó el puente y exclamó: ¡Gracias por tu intención de comunicarte conmigo! Yo también te estaba echando de menos. Te pido perdón.

Los hermanos se abrazaron, se perdonaron y ambos invitaron al carpintero a cenar esa noche. Pero el carpintero respondió: No puedo, gracias, tengo mucho trabajo por hacer: seguir construyendo puentes.

MORALEJA

Las palabras amables y positivas nos conectan con los demás porque todas las cosas están conectadas. Esta conexión se logra con palabras provenientes del amor: la conexión, la interconexión, la interdependencia de todo. Nadie está separado, de ahí que el ego sea absurdo. Solo el todo puede decir «Yo»; las partes no deberían decir «yo». Si ellas lo tienen que decir, lo deberían decir como un formalismo lingüístico, pero no tendrían que apropiarse del «yo».

La sabiduría es inagotable, porque ser sabio significa estar en conexión con la fuente infinita de la totalidad. Estar en Dios es ser sabio. Dios es inagotable. La existencia es interdependencia; todos dependen de todos. Todo es uno, todos los puentes están construidos. Todo es como debería ser; solo tienes que serenarte, tú eres lo único que está inquieto construyendo una cerca tras otra. Todo es como tendría que ser, nada falta y nada sobra.