La alegría compartida
Cuento zen con moraleja
La alegría es una elección, pruébala. Hazlo hoy, y cuando te des cuenta de que la felicidad se abre a tus pies, pregúntate: ¿Quiero desgracia o alegría?
Cuento zen sobre la alegría
En un pueblecito que tenía una campana junto al templo. Cuando alguien del pueblo tenía buena suerte, iba y tocaba la campana. Si se recogía la cosecha o se casaba la hija, si alguien volvía del hospital o había hecho un buen negocio, si el tejado se había renovado, todo aquello que les alegrase.
Cuando sonaba la campana, todo el mundo salía, miraba al que tocaba y le decían: «Muy bien hecho. Muy bien hecho».
El que tocaba la campana creaba buena energía porque hacía posible que los otros compartieran la alegría de otros y a su vez los otros creaban buena energía por compartir la alegría ajena.
MORALEJA
¿Qué quieres para hoy? ¿Desgracia o alegría? ¿Qué vas a elegir para hoy? ¿Y qué pasa si siempre eliges alegría?
La alegría es una elección, pruébala. Hazlo hoy mismo, y cuando te des cuenta de que la felicidad se abre a tus pies, pregúntate a ti mismo: ¡La existencia me da otro día! ¿Qué quiero? ¿Desgracia o alegría? Y quién va a elegir. ¿Desgracia? ¿Y por qué? Es tan antinatural, a no ser que uno se sienta feliz en la desgracia, pero entonces también estarías eligiendo felicidad y no desgracia.
La desgracia es una enfermedad; la alegría es salud, bienestar. La alegría es una. Simplemente, sé cómo eres, admite tu estado de ser. Sé, y ese estado de ser traerá una tremenda alegría, y esa alegría será una, no muchas, y esa alegría no tendrá motivo alguno, será inmotivada, será simplemente como la salud, como el bienestar.
Ahora bien, una vez más, la alegría no tiene motivo, no puede tener un motivo. Si la alegría tuviera un motivo entonces no sería alegría en absoluto: solo se puede gozar sin motivo, sin causa. Una desgracia tiene un motivo, pero ¿la alegría? La alegría es natural, la desgracia está en tu mente. Si le preguntas al sicólogo: ¿Por qué estoy alegre?, él no podrá responderte. Si vas al sicólogo y le dices: ¿Por qué soy desgraciado?, él te puede responder, porque la desgracia tiene una causa. Él puede diagnosticar tu caso y encontrar la razón de tu enfermedad; pero nadie ha sido aún capaz de hallar el motivo por el cual una persona es alegre.