La iluminación espiritual

Los cristianos no van a la guerra

CRISTIANOS PACÍFICOS

Los países ricos del Occidente supuestamente cristiano se van uniendo militarmente poco a poco para formar un frente común y presentar batalla a quienes, según ellos, nos amenazan. Esto sí es una grave amenaza para la paz mundial a la vez que una burla al cristianismo. Militarismo y cristianismo son opciones radicalmente opuestas, pero los ricos quieren meterlas en el mismo saco desde hace muchos siglos. Y lo consiguen. Incluso hay obispos castrenses, oficiales de alto rango, que ante una batalla anteponen los códigos de justicia militar a los códigos de la justicia divina y se quedan tan tranquilos.

A ellos y a los que piensan como ellos habría que decirles que esa actitud no es propia de un cristiano; que un cristiano no viste uniforme militar ni empuña un arma y que las verdaderas batallas no se dirimen en el mar ni el aire; no se dirimen en los campos ni en las ciudades. Las verdaderas batallas son únicas para cada uno, íntimas, personales, y suceden irremediablemente en el interior de nuestras conciencias. Nadie escapa a las citas con su conciencia donde tienen instalados sus campamentos nuestros verdaderos enemigos que son las fuerzas internas de resistencia que se oponen a nuestra felicidad y que para mayor sarcasmo hemos creado nosotros mismos. Si no oponemos resistencia, fabricamos día a día y fortalecemos aquello con lo que debemos enfrentarnos y que hemos bautizado con el nombre de condición humana. Algunos aceptan su miserable condición humana con la misma actitud de víctima del que le ha caído encima una pesada carga de la que no tiene culpa alguna. Es una forma como otra de la política del avestruz, a la que tan dados somos en nuestra especie a la hora de enfrentarnos con nuestras miserias personales.

¿Cuándo y cómo surgieron estos enemigos que tantas tribulaciones nos ocasionan? Cada uno sabe su propia biografía, la historia de sus pensamientos negativos, sus encontronazos con sus semejantes, sus traiciones y desengaños, y muchas más cosas. Cada uno conoce sus sensaciones punzantes en el estómago o el plexo solar en determinadas situaciones ; cada uno sabe de sus sentimientos de rechazo a otras personas, de sus acciones egoístas y no por último de sus enfermedades como resultado de las victorias de sus fuerzas internas al mando del ego y contrarias a su evolución, su paz, armonía y salud.

Tomar conciencia de las fuerzas enemigas de la propia evolución es, para muchos, un deber. Neutralizarlas y eliminarlas es el trabajo a realizar para ennoblecerse y elevar la propia elevación espiritual, con la meta de alcanzar colectivamente nuestra verdadera Patria, que no es de este mundo. Pensando así, tarde o temprano acabamos por colocar en segundo plano de nuestras vidas las batallas externas ideologías, religiones de cultos y las mudables patrias: dejamos de pensar en esos términos. Comenzamos el trabajo de interiorizarnos para dar un salto adelante contra nuestra condición de siervos de nuestro propio ego.

Quien cree lo contrario tiene asegurado el conflicto y la decepción, que inevitablemente le llevará a nuevos conflictos y decepciones que nuevamente intentará resolver en el mundo exterior. Es el juego de la noria. Quien no ha resuelto adecuadamente sus conflictos internos reconociendo su parte en ellos y adoptando actitudes de cambio para mejorar su vida, se sentirá fácilmente inclinado a cambiar la vida de otros, incluso con violencia. Hay muchas formas de violencia: el menosprecio el insulto, la descalificación, el robo, la agresión física, la extorsión, la guerra…Y todas son proyecciones de la violencia interior, de la desarmonía y la falta de paz, entre otras causas.

Cristo era pacifista. Y al igual que Él, las almas nobles de todos los tiempos, pero los llamados cristianos- salvo excepciones que no corresponden a los que la Iglesia suele llamar santos- han venido dando ejemplo de todo lo peor de la especie humana, como muy bien muestra documentalmente el historiador alemán Karlheinz Deschner en su Historia criminal del cristianismo, que puede leerse parcialmente en Internet y ha sido publicada por la Editorial Roca.

Los primeros cristianos eran, como nos recuerda la Historia, pacifistas como Su maestro y objetores de conciencia. Insumisos, se negaban a ir a las guerras en las legiones romanas, incluso bajo pena de muerte. Algo semejante narra Tolstoi en su libro La guerra ruso-japonesa, donde narra episodios de soldados rusos que se negaban a pelear por ser cristianos, a pesar de los duros castigos e incluso la muerte.

Ahora muchos países están gobernados por cristianos (de nombre, tradición y foto en prensa). ¿Y cómo actúan estos cristianos oficiales? Venden armas, provocan guerras para venderlas y siembran discordias para preparar nuevos enfrentamientos en todas partes y acaparar poder y fuentes de riqueza. ¿ Y cómo actúa el Vaticano la Central de esa cristiandad? El Vaticano, que nada tiene que ver con aquellos primeros cristianos, habla de guerras justas, y los asuntos espinosos que pudieran comprometerle los elude cuanto puede (¿tal vez para que nadie le recuerde su propia historia bélica sangrienta de los viejos tiempos?) mientras lleva la política del camaleón: aquí bendice cañones, allí hace unas tímidas declaraciones a favor de la paz, pero con un carácter tan general, tan alejado del compromiso directo, tan sin citar con nombres y apellidos, tan ocultando las verdaderas razones de esos derramamientos de sangre, tan equidistante entre el verdugo y la víctima, que los verdugos no se dan por aludidos, a pesar de que muchos de ellos se llaman cristianos y visitan al Papa o son visitados por él o sus jerarquías con toda fluidez. Incluso el propio Papa tiene su guardia pretoriana armada y, como cualquier gobierno, sus ministros, embajadores y... banqueros.

Es difícil imaginarse a Jesús de Nazaret envuelto en semejante telaraña. Es difícil imaginar a Cristo en El Vaticano rodeado de guardias armados y jugando a diplomático, dando instrucciones financieras, bendiciendo cañones, invirtiendo en multinacionales o en Bolsa, o como caudillo bélico como muestra la historia de esta Iglesia que se camufla de cristiana para engañar a los pueblos del mundo. Y los pueblos del mundo, que en un principio se muestran contrarios a las guerras porque saben que ponen en ellas sus recursos y sus muertos, son finalmente seducidos o neutralizados por sus líderes políticos y religiosos. Sus mentes son condicionadas por la propaganda, el odio a un supuesto y terrible enemigo por lo que finalmente se avienen a ir a la guerra. Tal claudicación es posible porque individuo a individuo la gran masa no ha conseguido vencer a sus propios enemigos internos y por ello carece de la unidad y voluntad de poder necesaria para evitar oponerse ese tobogán cotidiano hacia la muerte. De este modo las guerras continúan y van a más.

¿Va a ser posible cambiar esto? Responde Tolstoi: No solo es posible, sino que es imposible que así no sea. Es imposible que los hombres no vuelvan en sí, es decir, que cada hombre no se pregunte qué es, por qué vive, por qué el hombre, mientras es ser razonable, no puede vivir sin saber por qué vive. Y siempre se ha dirigido esta pregunta, y siempre, con arreglo al desarrollo de su inteligencia, ha respondido con su doctrina religiosa.

Pues bien; en nuestro tiempo, la contradicción anterior, en la cual se encuentran los hombres, provoca esa pregunta con una persistencia especial y exige la respuesta. Y los hombres de nuestro tiempo no pueden contestar, como no sea reconociendo la ley de la vida en el amor por los hombres y su servicio. Esta respuesta fue expresada hace mil novecientos años en la religión de Cristo, y la mayor parte de la humanidad la reconoce. Vive oculta en en la consciencia de todos los hombres cristianos de nuestro tiempo. Mas no se expresa abiertamente porque por una parte, los hombres que gozan de la mayor autoridad, aquellos a quienes llaman sabios, teniendo la creencia errónea de que la religión es un grado provisional del desarrollo de la humanidad que ya ha pasado, y que los hombres pueden vivir sin religión, inspiran ese error a los hombres del pueblo que comienzan a instruirse. Y por otra parte, porque los hombres que tienen el poder conscientemente ( estando ellos mismos en el error de que la religión de la Iglesia es la religión cristiana), tratan de sostener y de provocar en el pueblo las supersticiones más groseras, dándolas como religión cristiana.

Que estas dos mentiras se destruyan, y la verdadera religión,
que vive oculta en cada uno de los hombres de nuestro tiempo, se mostrará.
Tolstoi, La guerra ruso-japonesa

Apenas han cambiando las cosas desde que Tolstoi escribiera estas palabras. Apenas unos pocos intelectuales predican en el desierto cultural a favor de la paz, el amor y la reconciliación entre los hombres, mientras la mayoría guarda un silencio cobarde cuando tendría que hablar, como es el caso del clero, periodistas, profesores, y gentes todas de supuesto conocimiento y buena fe...(eso se supone).Pero guardan silencio...Esto es evidente en los tiempos que corren. Pero el silencio también habla. La omisión de la denuncia favorece a la comisión del crimen. Y si nos preguntamos por qué este silencio tendremos que poner en juicio el valor del conocimiento intelectual ante el tema de la guerra.

El conocimiento intelectual, cuando opera desligado de la concepción espiritual de la existencia, termina por dejar una sensación de vacío existencial. Bajo el dominio de la mente y los vaivenes del ego, florecen los conflictos internos y con ellos se entra en la dinámica de la división, de la fragmentación, del enfrentamiento.Los intelectuales están divididos y enfrentados a causa de sus ideas sobre la religión – que muchos siguen confundiendo con el montaje eclesiástico- y rehúyen de ir al fondo de las cuestiones para evitar – como hace la obediente y manipulada masa- poner en cuestión su propia conciencia y evitar que peligre su status. Así no puede sorprendernos que muchos intelectuales sean belicistas. Eso sí, los que se consideran más avanzados siempre defenderán a las víctimas, clamarán contra sus verdugos con argumentos aparentemente progresistas, pero sin mojarse demasiado en su vida cotidiana. Eso facilita a los intelectuales conservadores y ultras la alianza con poderosos y hasta escribirán los libros de Historia, como siempre. Unos y otros ignoran cuántos verdugos son- o han sido- víctimas, y cuántas víctimas verdugos; pero si entraran en combate, lo harían en los diferentes bandos usando sus propias armas: sus palabras, su odio, su ego, su ambición y su prestigio social. Pocos intelectuales son hoy verdaderamente pacifistas. Ni siquiera las Iglesias- que están dirigidas por intelectuales presumiblemente ateos- denuncian las guerras como violaciones contra el Quinto Mandamiento ni ponen en cuestión a los poderosos ni a su moral, pues ellos son también los poderosos con otro disfraz, y carecen también de moral.

En el entierro-espectáculo del último Papa vimos con extraordinaria claridad cómo lo semejante siempre atrae a lo semejante. Los buitres acuden donde los buitres a la hora del banquete.