Conocimiento
El conocimiento es algo fácil; la sabiduría es difícil. Para saber, has de atravesar muchos fuegos. Para tener conocimientos no se necesita nada.
OSHO
EL CONOCIMIENTO Y LA SABIDURIA
Conoce la ruta directa y no dependas de las ayudas externas.
La única diferencia entre la felicidad común y la felicidad de una persona religiosa es ésta: que la persona religiosa ha llegado a ser capaz de entrar en cualquier momento, en cualquier lugar, en su ser. Ahora conoce la ruta directa y no depende de las ayudas externas.
Tú dependes demasiado de lo exterior. A veces te encuentras en una hermosa casa; te hace sentir bien. Viajas en un bonito coche; el coche ronronea y todo funciona a la perfección; te hace sentir bien. El estar en ese sentimiento te aproxima a tu ser. Pero tú lo mal interpretas. Crees que es debido a tu coche y por eso has de ser el dueño de ese coche. Puede que el coche haya servido de entorno, pero el coche no es la causa: Puede que la hermosa casa actúe como entorno, pero no es la causa.
Si crees que ésa es la causa te desplazas al mundo del tener. Por eso has de ser el dueño del coche más bonito; has de tenerlo. Has de tener la casa más hermosa, has de poseer el jardín más bello, has dé tener la mejor mujer y el mejor hombre.
Y así sigues acumulando y acumulando y acumulando hasta que un día, de repente, te das cuenta de que toda tu vida ha sido desperdiciada, Has acumulado muchas cosas, pero te has perdido la fuente de toda felicidad. Te has perdido recolectando objetos. La premisa fundamental era que todo aquello que te hacía sentir feliz y contento; lo tenías que poseer.
Escúchame... no es necesario que poseas todo esto, tan solo observa lo que está sucediendo en tu interior y podrás empezar a disfrutar de esas situaciones sin ninguna ayuda exterior. Esto es lo que hace un sanyasin. No es que tengas que poseerlo todo, que tengas que tenerlo todo, sino que has de estar alerta para no poseer nada en este mundo. Todo lo que puedas poseer opera solamente como entorno. No es la causa. La causa es interior. Y tú puedes abrir la puerta sin ninguna ayuda exterior, en cualquier instante, en cualquier lugar, y puedes deslizarte en ello y regocijarte.
Dejas de estar atado. Puedes emplear las cosas, son útiles... no estoy en contra de las cosas, recuérdalo. Emplea las cosas, pero no creas que esas cosas son la causa de tu felicidad. Emplea las cosas; tienen una utilidad, pero no creas que constituyen la meta. No son el objetivo; solo son los medios. La meta está en ti, la meta es tal que uno puede adentrarse en ella directamente sin ninguna ayuda externa. Una vez lo descubres te conviertes en el amo de tu ser.
Esto, lo que estoy diciendo; lo has de vivir tú. El que yo lo diga y el que tú lo escuches y lo comprendas intelectualmente, no te servirá de mucha ayuda.
Mulla Nasrudin rechazó la orden del matón de que bebiera, por tres razones:
- ¡Dímelas!, le espetó el terror de la ciudad.
- Primera, dijo el Mulla, mi religión me lo prohíbe. Segunda, le prometí a mi abuela en su lecho de muerte que no tocaría, ni olería, ni probaría el maldito licor.
- ¿Y la otra razón, la tercera?, insistió algo más tranquilo el bravucón.
- Acabo de beber, dijo Nasrudin.
Si solo me escuchas, si solamente me comprendes desde el intelecto y nunca lo vives en tu laboratorio interior de la consciencia, todo lo que te diga permanecerá solamente en tu cabeza. Nunca se convertirá en tu vivencia. Y a menos que se convierta en una vivencia no vale la pena; es basura. Una y otra vez podrás comenzar de nuevo a acumular conocimiento y otra vez vivirás la misma historia, la dimensión del tener.
Y puedes acumular tanto conocimiento como tengas a mano. Esta es una de las desgracias del hombre moderno, el que tanto conocimiento sea asequible. Nunca fue así.
La mayor calamidad que le ha acontecido al hombre ha sido la inmensa cantidad de conocimiento que se le ha hecho asequible. Nunca antes estuvo tan al alcance.
Un hindú solía vivir según las escrituras hindúes; el musulmán solía vivir de acuerdo con las escrituras islámicas; el cristiano solía vivir según la Biblia, y todos ellos estaban limitados y nadie se adentraba en el mundo de conocimiento del otro. Las cosas estaban perfectamente claras; no había superposiciones.
Ahora todo se ha superpuesto y una enorme cantidad de nuevos conocimiento se ha hecho asequible. Estamos viviendo en una explosión de los conocimientos. En esta explosión puedes empezar a acumular información, puedes convertirte en un gran erudito de forma muy fácil, sin costo alguno, pero eso no te va a transformar.
De nuevo, recuerda que el conocimiento pertenece a la dimensión del tener; el saber pertenece a la dimensión del ser. Se parecen, pero no son lo mismo. No es que no sean lo mismo, sino que son diametralmente opuestos. Un hombre que se dedica a acumular conocimiento, continúa perdiendo saber. El saber requiere de una mente especular, pura, incorrupta. No te estoy diciendo que el conocimiento sea inútil. Si posees tu sabiduría, fresca, especular, clara, puedes emplear tus conocimientos de una forma muy útil. Puede ser algo beneficioso. Pero, en primer lugar ha de haber sabiduría.
El conocimiento es algo fácil; la sabiduría es difícil. Para saber, has de atravesar muchos fuegos. Para tener conocimientos no se necesita nada; tal y como eres puedes continuar añadiendo más y más conocimiento a tu persona.
Un alegre señorito, tan encantador como escaso de dinero, sorprendió a sus amigos con su repentina boda con una mujer extremadamente fea cuya única virtud era su exuberante cuenta bancaria. Después de casarse, sus amigos se sorprendieron doblemente al ver su insistencia en que su mujer le acompañara donde fuera que fuese.
Puedo, entender que te casases con esa mujer dolorosamente fea por su dinero, pero…, le dijo con franqueza uno de sus amigos, ¿Por qué insistes en que te acompañe siempre?
Es muy sencillo, le dijo el marido, es más fácil que darle un beso de despedida.
Es más sencillo acumular conocimiento; es muy cómodo, no cuesta nada. Es muy difícil, muy arduo el alcanzar el saber. Por eso es que son escasos, muy pocos, los que tratan de meditar; muy pocos los que tratan de rezar, muy pocos los que tratan de hacer el máximo esfuerzo en pos de la Verdad. Y todo aquello que no conozcas por ti mismo, es irrelevante.
Nunca podrás tener certeza de ello. Nunca desaparecerá la duda. La duda subsistirá como un gusano bajo la tierra, saboteando tu saber. Puedes gritar bien alto que crees en Dios, pero con gritar no demostrarás nada. Tus gritos solamente prueban una cosa: que la duda persiste. Solamente la duda grita a viva voz. Puedes convertirte en un fanático creyente, pero tu fanatismo solamente demuestra una cosa: que persiste la duda.
Únicamente aquél que contiene la duda en sí mismo se convierte en un fanático. Un hindú fanático es uno que no confía en la validez del hinduismo. Un cristiano fanático simplemente es el que tiene dudas sobre el cristianismo. Se vuelve un fanático, agresivo, no para demostrar algo a los demás; sino que se convierte en un fanático agresivo para intentar demostrarse a sí mismo que crea lo que crea, realmente lo cree. Ha de demostrárselo.
Cuando realmente sabes algo, no eres un fanático. Un hombre de sabiduría, aunque sea uno que ha alcanzado solamente a tener destellos de Dios, destellos de su ser, se vuelve muy tranquilo, muy sensible, frágil. No es un fanático. Se vuelve femenino. No es agresivo. Se vuelve profundamente compasivo. Y con el saber, se torna muy comprensivo con los demás. Puede hasta comprender el punto de vista diametralmente opuesto.
Un hombre de sabiduría alcanza un sentido del humor. Acuérdate siempre de esto. Si ves a alguien sin sentido del humor, ten por seguro, que este hombre no sabe nada. Si te encuentras con un hombre serio, ten por seguro que es un farsante. El saber aporta sinceridad, pero la seriedad desaparece. El saber aporta alegría, el saber aporta sentido del humor. El sentido del humor es un requisito.
Si te encuentras con un santo que no tenga sentido del humor, no es un santo. Imposible. Su seriedad misma revela que no ha llegado. Una vez alcanzas experiencias propias, te vuelves muy juguetón, te vuelves muy inocente, como un niño.