La iluminación espiritual

Conflicto y división

El follón

Al Maestro le sorprendió escuchar un enorme follón cuando se dirigía a su patio. Le dijeron que uno de los causantes del altercado era un discípulo suyo, y él mandó que se lo trajeran y le preguntó cuál era la causa de todo aquel estrépito.

Ha venido a visitarte una delegación de intelectuales, y yo les he dicho que tú no malgastas tu tiempo con personas que tienen la cabeza atiborrada de libros y de ideas, pero vacía de sabiduría, porque ésa es la clase de personas que, con su engreimiento, originan en todas partes los dogmas y las divisiones entre la gente.

El Maestro sonrió y musitó: ¡Qué verdad es ésa...! Pero dime: ¿no será tu propio engreimiento, al pretender ser diferente de los intelectuales, la causa de este conflicto y de esta división?

EL TESORO ESTÁ DENTRO DE TI

Nadie sabe quién es Dios, y lo dice santo Tomás de Aquino: Como es imposible saber la naturaleza de Dios, es imposible hablar de Dios. No es posible comprender a Dios, porque escapa a todo razonamiento. Me preguntan si lo que yo explico es la teología de la liberación y yo contesto que lo que yo explico es la liberación de toda teología. Yo estoy de acuerdo con la liberación, pero no con la palabra teología, para hablar de la liberación. Para liberarte, lo que necesitas es darte cuenta de tu programación y de las premisas falsas en que apoyas tus acciones.

Te enfadas. ¿Por qué te enfadas? Porque eres exigente. ¿Eres capaz de dejar esas exigencias y darte cuenta de todo esto? El conflicto viene de las insatisfacciones e intolerancias que tienes contigo mismo. Si no te aceptas a ti mismo, ¿cómo vas a tolerar a los demás? Andarás exigiéndote a ti y a los demás continuamente, y siempre insatisfecho. Si no cambias, ¡ay de ti y de los que te rodean!, pues te convertirás en un fariseo intolerante. El secreto de la liberación te llegará cuando te hartes de sufrir. Necesitas encontrar el tesoro escondido que solo está dentro de ti.

Al hombre sabio es imposible hacerlo esclavo. La verdadera libertad está por encima de las leyes, de las razas, de políticas, de fronteras y de idiomas. Recordad aquellas palabras que dijo un sabio griego cuando iban a venderlo como esclavo: Aquí está un maestro, ¿hay algún esclavo que desee comprarme?

Gandhi decía que la libertad de la patria le importaba un bledo, porque lo importante era la libertad del hombre. Tenía una visión clarísima de las prioridades: primero Dios y descubrir ese tesoro que está dentro del hombre. Decía: Tengo para mí que el fin de la vida es la visión de Dios, y he de conseguirlo, si es preciso, sacrificándolo todo: familia, patria y hasta la vida.

Desgastamos la vida en tonterías que nada valen. Y la vida es el más preciado regalo que se puede desear. Intentar impresionar a la gente, buscar riquezas, honores, prestigio... ¿para qué sirve eso? Pero vuelvo a decir que esto lo habrás de descubrir tú para despertar. Tienes que cuestionarlo todo. Cuidado con aceptar las cosas que digo sin analizarlas sinceramente, desde tu centro que no te puede engañar. No hay que tragar nada -solo conseguirás una nueva programación encima de la que tienes-, sino cuestionarlo, analizando esto y lo opuesto. Hacerlo supone apertura. Hay que ser receptivo sin ser crédulo.

Si no te aceptas a ti mismo, ¿cómo vas a tolerar a los demás?

El dichoso niño

El que está en el Reino de Dios es el que se ha convertido en niño, pero bien despierto, sin que lo puedan manipular ahora. Cada niño lleva dentro a Dios al nacer, pero nuestros esfuerzos por moldearlo hacen que convirtamos a Dios en un demonio. Si ves a un niño, verás el egoísmo en forma pura. Solo es capaz de pensar en sí mismo, pero es natural que sea así. El egoísmo del niño es cosa divina, pues necesita toda su energía concentrada dentro de él. Nosotros intentamos cambiarlo y estropeamos los planes de Dios en él. Estropeamos su espontaneidad introduciendo en él los miedos. El miedo hace al niño mentir y amoldarse por no perder la aprobación de los padres.

Deja al niño ser todo lo egoísta que quiera. El niño solo piensa en darse placer a sí mismo y, poco a poco, va descubriendo el exterior y, con él, el placer refinado de extender su placer a los otros. Su creatividad se muestra destrozando todo por curiosidad. Le gustan el movimiento y el ruido. El conflicto entra porque no coincide lo que le gusta al niño con lo que les gusta a los padres.

El niño tiene que crecer, poco a poco, descubriendo las cosas por sí mismo y a su tiempo. El niño ha de hartarse primero de chocolate antes de ofrecerlo. Si te empeñas en que lo comparta con su hermanito, odiará al hermanito. En realidad, a todos los niveles, lo que llamamos caridad y altruismo no es más que un egoísmo refinado.

Nos damos gusto dando gusto a los demás, porque cada uno se busca a sí mismo. Así somos todos. Les ponemos nombres muy liberales a las cosas que no lo son, aunque tengan su explicación y su razón. Tendremos que aprender a llamar las cosas por su nombre para no engañarnos. Cada uno va buscándose a sí mismo, porque si no nos encontramos a nosotros mismos, no podremos salir hacia los demás.

Si yo quiero cambiarme a mí mismo tendrá que ser en base a la comprensión, intuición, conciencia, tolerancia, sin violencia.

Violencia cultural

Nos aburrimos por la memoria, cuando está contaminada por la emoción, pues si olvidásemos por completo lo anterior, con sus emociones, todo nos parecería nuevo. Lo que ocurre es que solemos petrificar las emociones en la memoria. La realidad es que todo cambia continuamente, y si pudiéramos verlo así, todo nos sorprendería por su novedad.

Cuando hacemos favores, si los hiciéramos sin llevar cuenta, no esperaríamos luego agradecimiento; pero llevamos cuenta y luego nos hacemos la ilusión de que lo hemos hecho por altruismo. Si cuando haces algo por otro, lo haces a gusto y eres feliz haciéndolo, ¿por qué esperas entonces correspondencia?

El amor desinteresado, ¿existe? Y, sin embargo, es el único al que se puede dar el nombre de amor. ¿Quién quiere ser objeto de un amor sacrificado? Te gusta que el otro disfrute amándote, y también que disfrute al hacerte un favor. ¿Entonces por qué cuando eres tú el que ama o hace el favor esperas una compensación?, ¿no es bastante la alegría de poder amar y compartir con el otro lo que tienes?

La gratitud es un gancho. Nuestra cultura la convirtió en una obligación, y la sociedad de consumo ha montado un gran negocio con ello. Moyto obrigado (muy obligado), dicen los portugueses, en una definición exacta de lo que ha llegado a ser el agradecimiento. La cultura contamina lo que toca, porque es un elemento manipulador.

El niño es otra víctima de la violencia cultural. La cultura dice: Hay que reformar al niño, con lo que se da por supuesto que el niño es malo, y con la consigna de que hay que prepararlo para la vida (¿qué vida?) se lo domestica metiéndole una programación de leyes y reglas de conducta. El niño, precisamente, nace con toda su capacidad despierta para agarrarse a la vida, pues la vida es la única maestra que no se equivoca y lo educa en libertad.

En la India hay niños de seis años que se ganan el sustento para ellos y sus familiares; y la vida y la necesidad son las que se lo han enseñado.

Al niño le hace falta la libertad. Más vale un barrendero feliz que un juez o un gran político infeliz. Con toda la mejor voluntad del mundo, la gente religiosa es opresora. Lo que suele llamarse respeto es una forma de miedo. Hay que darle al niño de seis años el mismo respeto que al presidente de la nación. La función que haga cada uno no tiene ninguna importancia. Todos somos necesarios. El valor para tener en cuenta es ser feliz y buscar tu sitio en la vida.

Odiarse a sí mismo

En el corazón de cada joven existe un trono que le ha sido usurpado. Cuando se restituya ese trono, el joven estará curado. Hay que aprender solo porque se quiere aprender, y para ello hay que respetar y salvaguardar la curiosidad innata del niño. De adentro viene la demanda. Al niño le gusta la enseñanza, lo que rechaza es el método y la manipulación.

Al niño se le enseña desde pequeño a odiar su cuerpo. Se le hace sentir vergüenza por ciertas partes de su cuerpo. Y es nuestra cultura quien lo hace. En las tribus no hay problemas de violación ni de infidelidad, porque no existen traumas sexuales.

Si no hubiera ley no habría pecado. La ley solo sirve para las personas programadas, para las libres no. No se puede comenzar la vida con auto desprecio. Los niños van pasando de una experiencia a otra cuando se sacian de la anterior. Si tú detienes esa experiencia, se la cortas, haciéndole creer que es algo malo. No solo provocas un misterio y rompes una evolución natural, sino que habrás metido en él un miedo a algo que desconoce, porque no existe una razón convincente para hacerlo. Si le dices que está mal, lo habrás introducido en la ley expulsándolo del Paraíso.

Si yo logro que te odies a ti mismo, me será más fácil dominarte, domesticarte; y eso es lo que hace nuestra mal llamada educación. La sociedad te enseña a estar siempre insatisfecho, para dominarte y controlarte. Con ello, la sociedad se ha beneficiado, pero ha pagado un precio muy alto: la guerra. Nunca podrás amar a los demás si te detestas a ti mismo. El amor significa no hacer violencia y respetar la libertad. El amor es: yo estoy de tu lado, no estoy en contra de ti.

Los niños crecen con la sensación de que los padres están en su contra. Si tú no haces violencia al niño, él tampoco tendrá ganas de ser violento con nadie.

Lo primero para cambiar al niño reprimido es destruirle la conciencia, la ley que le impusieron. La conciencia del bien y del mal es lo contrario de la toma de conciencia. La toma de conciencia es la sensibilización, la sensibilidad que no necesita la conciencia. Si eres consciente estás despierto y sensible a todo.

Tendremos que aprender a llamar las cosas por su nombre para no engañarnos.

El amor no castiga

¿Castigar o no castigar? El amor no castiga nunca. El respeto no es más que miedo y, de la misma forma, el castigo no es más que venganza. El acto de llamar a reflexión (que puede ser incluso violento) no es castigo, sino un acto de amor, porque lleva en él la curación como fin.

El castigo como venganza es un acto de odio, que engendra más odio. Cuando el niño no respeta tu libertad o la de los demás, puedes pegarle una palmada en ese momento, para que asocie de dónde viene el golpe; no hay dificultad, porque él aprenderá y comprenderá sin dejarle más residuos. El acto comenzó y terminó con un resultado lógico, como ocurre en la vida.

Cuando le echas un sermón que no entiende y percibe tu disgusto y tu rechazo, que sí entiende, comienza a sentirse culpable de algo que es la moral, el deber y las normas, que él no llega a entender pero que necesita cumplir para tenerte contento, entonces sí le estás haciendo mucho daño. Y si percibe en ti el resentimiento de la venganza, estarás fomentando en él un violento, vengador y resentido; no lo dudes.

Si se sube a un árbol y se cae haciéndose daño, aprenderá a ir con más cuidado otra vez y no tendrá sentido de culpabilidad. De la misma manera, el cachete que le puedes dar inmediatamente lo asociará a lo que acaba de hacer, pero ahí no entran la moral ni la culpabilidad, sino la realidad. Pero hazlo siempre sin estar molesto, para que no haya rastro de recriminación ni de acusación, consciente de que eso es amor. Lo que no te privará de consolarlo si llora, como harías si se cayera del árbol. Esto es lo que lo diferencia.

Si yo quiero cambiarme a mí mismo tendrá que ser en base a comprensión, intuición, conciencia, tolerancia, sin violencia. Pues eso mismo necesitan los demás. Todas las represiones tienen un solo motivo; la insatisfacción de ti mismo, tu intolerancia. No puedes dar libertad si tú no eres libre. No puedes amar, si no te amas. Y no podrás fingirlo, pues tu boca puede decir una cosa, pero tu voz, tu actitud y todo tu cuerpo estarán diciendo otra. Habrá una contradicción que contaminará el ambiente. Es preferible hacer ver tu verdad a los demás, mostrando el estadio en que estás, con sencillez, y tu capacidad real en ese momento.

Cuando haces el bien desde toda tu persona, como una expresión natural de tu ser, no eres consciente de ello. Cuando eres consciente y te enorgulleces de ello, es que ha entrado en ti el yo que todo lo complica, y después te crees más que los demás. Lo peor de todo es la hipocresía de los padres y maestros, haciendo de modelos que luego no son capaces de cumplir, y de ahí llega el desconcierto y la desconfianza de los niños, cuando el oído se viene abajo. De esa desilusión de los niños surge luego el odio.

El amor desinteresado existe: es el único al que se puede dar el nombre de amor.

El amor no es una droga

El amor es la única necesidad que tiene el ser humano. Amar y ser él mismo. La sexualidad no es amor. El amor dice: No soy yo quien te amo, sino que es el amor el que está aquí, es mi esencia, y no puedo menos que amar. Eso surge libremente cuando estás despierto y se han caído tus programaciones.

Cuando comprendes que eres felicidad no tienes que hacer nada. Sólo dejar caer las ilusiones. El apego se fomenta porque tú te haces la ilusión (porque así te lo han predicado y lo has leído en mucha literatura barata) de que tienes que conseguir la felicidad buscándola fuera; y esto hace que desees agarrarte a las personas que crees te producen felicidad, por miedo a perderlas. Pero como esto no es así, en cuanto te fallan, o crees que te fallan, vienen la infelicidad, la desilusión y la angustia.

La aprobación, el éxito, la alabanza, la valoración, son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la sociedad, y al no tenerlas siempre, el sufrimiento es terrible. Lo importante es desengancharse, despertando, para ver que todo ha sido una ilusión. La única solución es dejar la droga, pero tendrás los síntomas de la abstinencia. ¿Cómo vivir sin algo que era para ti tan especial? ¿Cómo pasarte sin el aplauso y la aceptación? Es un proceso de sustracción, de desprenderte de esas mentiras. Arrancar esto es como arrancarte de las garras de la sociedad.

Habías llegado a un estado grave de incapacidad de amar, porque era imposible que vieras a las personas tal como son. Si quieres volver a amar, tendrás que aprender a ver a las personas y las cosas tal como son. Empezando por ti. Para amar a las personas has de abandonar la necesidad de ellas y de su aprobación. Te basta con tu aceptación. Ver claramente la verdad sin engaños. Alimentarte con cosas espirituales: compañía alegre, camaradería sin apegos, y practicando tu sensibilidad con música, buena lectura, naturaleza...

Poco a poco, ese corazón que era un desierto siempre lleno de sed insaciable, se convertirá en un campo inmenso produciendo flores de amor por todas partes, mientras suena para ti una maravillosa melodía: has encontrado la vida.

Piensa en uno de los pasajes del Evangelio en que Jesús, después de despedir a la gente, se queda solo. ¡Qué hermoso es ese amor! Sólo el que sabe independizarse de las personas sabrá amarlas como son. Es una independencia emocional, fuera de todo apego y de toda recriminación, lo que hace que el amor sea fuerte y clarividente. La soledad es necesaria para comprenderte fuera de toda programación. Sólo la luz de la conciencia es capaz de expulsar todas esas ilusiones y pesadillas en las que estamos viviendo y, con ellas, expulsar también los rencores, todas las necesidades y los apegos.

¿Cómo empezar? Llamando las cosas por su nombre. Llamar deseos a los deseos y exigencias a las exigencias, y no disfrazarlas con otros nombres. El día en que entres de pleno en tu realidad, el día en que ya no te resistas a ver las cosas como son, se te irán deshaciendo tus ceguedades. Puede que aún sigas teniendo deseos y apegos, pero ya no te engañarás.

Aliméntate bien con placeres naturales: disfrutando de la naturaleza, ejercitando los placeres del tacto, del oído, de la vista, del gusto, del olfato. Hay un mundo por descubrir desde nuestros sentidos atrofiados. Te darás cuenta de que no hace falta otra cosa para ser mucho más feliz de lo que consigues ser ahora. Sentirte libre, autónomo, seguro de ti a pesar de reconocerte con todas las limitaciones, o quizá por ello, porque has aceptado el ser sin límites que eres, pero con todas las formas mediocres en las que te desenvuelves. Sólo conectarte con la realidad te hará fuerte y no necesitarás apoyos ni apegos.

Todos somos necesarios.

Poder decir a tus amigos: No pongas tu felicidad en mí porque yo puedo morirme o decepcionarte. Pon tu felicidad en la vida y te darás cuenta de que, cuando quedas libre, es cuando eres capaz de amar. El amar es una necesidad, pero no lo es el ser querido, ni el deseo. El vacío que llevamos dentro hace que tengamos miedo de perder a las personas que amamos. Pero ese vacío se llena solo con la realidad. Y cuando estás en la realidad ya no echas de menos nada, ni a nadie. Te verás libre y lleno de felicidad, como las aves.