La iluminación espiritual

Asia Bibí y el fanatismo

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Asia Bibí y el fanatismo; Patrocinio Navarro

EL FANATISMO RELIGIOSO

Europa Press y el digital La Nación cuentan algo que pone los pelos de punta a cualquier persona cuyo cerebro no haya sido atrapado por el odio al diferente. Se trata del caso de una mujer de nombre Asia Bibi y religión cristiana (no se especifica de qué rama) condenada en 2010 a prisión y pena de muerte por supuestamente blasfemar no contra Dios, sino contra Mahoma, cosa que ella niega mientras sus acusadores difieren en sus versiones. A pesar de eso, lleva la friolera de ocho años en el corredor de la muerte, y en unas condiciones que a buen seguro nadie desearía experimentar Ser mujer, ser cristiana y estar condenada a muerte en una cárcel paquistaní puede ser algo terrible. Y más aún si se es madre y esposa, como es el caso.

Su abogado defensor pidió revisar la condena y ha tenido éxito: tres jueces de tribunal supremo han decidido absolverla y dejarla en libertad. Esto ha originado el asesinato de diversas personalidades religiosas entre ellos el del llamado padre del movimiento talibán, varios días de manifestaciones callejeras, la fuga del abogado defensor de Asia por miedo a ser asesinado, y el temor de este por su propia familia, que no debe ser menor al del marido de esta o su hija por la seguridad de la mujer.

Pese a la a la absolución, ni ha sido excarcelada ni se le permitiría salir del país en caso de ser puesta en libertad. Entre tanto, el partido religioso extremista que se opone a la absolución, y que goza de considerable fuerza política, está pidiendo la revisión de la condena. Solicita la pena de muerte en la horca para Asia Bibi y la dimisión del Primer Ministro por consentir una sentencia blanda.

De nuevo nos hallamos ante el fenómeno del fanatismo religioso. Un fenómeno que no cesa a lo largo de la historia de la humanidad desde los tiempos más remotos y a que nada tiene que ver con la pasión por defender la verdad. Y de eso sabe mucho cualquiera de las religiones institucionales presentes en el mundo aparte de la musulmana, por ejemplo la evangélica y la católica. Cada una de ellas con divisiones internas por asuntos de poder, prestigio e interpretación de sus escrituras. Y naturalmente, con sus fanáticos en cada rama. No ocurriría nada en el mundo si el fanatismo fuese tan solo un asunto interno en cada religión; un foco de disidencia entre apóstoles del radicalismo que tan solo se concretara en discusiones dentro del seno de la Institución. Pero eso no sucede así, porque resulta que ese malestar sale fuera como una fuerza ciega desatada y que conduce a asesinatos y catástrofes sociales de gran alcance.

No hay que escarbar demasiado en la historia reciente para encontrar en la prensa atentados perpetrados por el islamismo fanático y radical en casi todo el mundo, tanto en Oriente como en Occidente y en nombre de Alá. Siempre la supuesta defensa de Dios y la pureza doctrinal es la excusa de todo fanatismo religioso. La división entre chiiies y suníes, por un lado, y el odio de unos u otros hacia occidente y sus infieles no musulmanes empuja a cometer sangrientos asesinatos en todas partes a algunos que se consideran mártires o vengadores y tienen en estado de alerta a muchos gobiernos del mundo. Esto se ha hecho particularmente virulento desde que los EEUU y sus aliados invadieron Irak, como todos sabemos. Así que el fanatismo tiene otra dimensión, que es la de ser un vehículo de venganza política. Además un fanático no es nunca precisamente un ejemplo de pureza doctrinal ni de amor al prójimo a Dios, y la Historia esta llena de ejemplos.

Tampoco hay que escarbar mucho para encontrar sucesos de una índole semejante en el comportamiento de los fanáticos de otras religiones, como es el caso de las (mal) llamadas cristianas. También Dios es en ellas una excusa criminal. No hay que retroceder hasta las cruzadas o la cristianización forzosa bajo pena de muerte de los nativos americanos, las guerras de religión europeas o los procesos salvajes de la Inquisición para tomar conciencia de un fanatismo supuestamente cristiano y criminal que se ha ido prolongando por siglos hasta llegar a hoy mismo disimulado en los entresijos del Vaticano y sus embajadas tan estrecha y disimuladamente unidas a los sistemas judiciales como abiertamente sucede en el Islam entre el poder religioso y el judicial. En Occidente -sin dejar de existir- es menos evidente esa influencia, pero por algo existen embajadores del Papa en cada país.

Debemos concluir inevitablemente que las dos religiones más extendidas en el mundo, con todas sus variantes, no representan para nada la paz ni el amor de Dios, sino el conflicto y el odio; que a lo largo de la historia hasta hoy mismo son proclives a la guerra y al asesinato perpetrados por individuos o instituciones amparadas bajo una u otra bandera religiosa. Sin embargo nada de eso tiene que ver con Dios ni con el mundo espiritual puro, sino con el contrario a Dios y sus juegos de maldad. Nada tiene que ver con Dios que un musulmán se inmole invocándole mientras estalla su cinturón explosivo y mata a quienes le rodean. Y nada tiene que ver con Dios que la Iglesia colabore con un dictador fascista y asesino como sucedió en tantas ocasiones que todos conocemos.

El fanatismo acompañado de dogmatismo incontestable son manifestaciones de ese juego sucio contra los valores espirituales pervertidos y rebajados a valores mundanos donde predominan lo juegos de poder y de intereses de élites que reinan sobre la ignorancia y la buena fe de millones de personas a las que seducen, dominan, explotan y controlan intelectual y espiritualmente en duras condiciones de vida, de injusticia social y de falta de libertades. Y hasta los convierten en verdugos en defensa de causas en las que ni los propios mentores creen. Esto que es especialmente evidente en el mundo islámico, también está presente en el llamado mundo cristiano cada vez que se producen acontecimientos extremos. En esos casos, las Iglesias se olvidan de su cristianismo y compadrean con la más retrógrada, conservadora y violenta de las opciones.

Con el argumento, enseñado a los niños desde la más tierna infancia, de representar al Altísimo o a alguno de Sus profetas, las élites religiosas de todo tipo, con la ayuda del poder civil, inculcan normas y actitudes con innumerables ritos y ceremonias tanto en el mundo islámico como en e supuestamente cristiano, que distraen de los verdaderos principios de lo que sería una religión del amor, la religión interna de los Diez Mandamientos y del Sermón de la Montaña de Jesús; la religión del amor, del Dios Uno y de Su Hijo Cristo (el gran profeta Isa para los musulmanes y príncipe de la paz).

Esa religión del amor llevada a la práctica es la única que conduce a la fraternidad, a la justicia, a la libertad y a la igualdad bajo el signo de la paz de los hijos del mismo Dios que somos todos los seres humanos. Mientras no seamos capaces de practicar esos principios para superar en nosotros los sentimientos y prácticas que nos inducen a dividirnos, a odiarnos, juzgarnos, violentarnos o asesinarnos, no habrá paz en el mundo. Y aunque es duro afirmarlo, no estamos cerca aún de que tal cosa nos suceda mientras cada uno de nosotros no asuma todavía ese cambio. Sin embargo, algún día sucederá porque el mismo Cristo profetizó Su Reino de Paz en toda la Tierra y el enemigo de Dios estará atado. Por fin.


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