La iluminación espiritual

El apocalipsis y el reino de Cristo

Tsunami de Japón

En el Consejo de Europa se anunciaba como Apocalipsis lo que ha desencadenado el Tsunami de Japón con todas sus tragedias vistas y las imaginables. Ahora se confirma lo que hace dos mil años el profeta Juan de Patmos anunciaba como el fin de los tiempos bajo el término Apocalipsis, que ya nuestro Creador nos anunció en 2001 en una manifestación dada a través de la profetisa alemana Gabriele Wittek. Entre otras muchas cosas, Dios, nuestro Padre, dijo: El Apocalipsis mundial ha comenzado.

Algunos aún se aferran a negar el amenazante término o porque el negacionismo sirve para encubrir el miedo, o porque confunden el fin de los tiempos con el fin del Planeta Tierra. A este le queda mucho. Desde luego, mucho más que a esta civilización basada en la ley del beneficio máximo para una minoría aunque tal cosa lleve a la destrucción del medio ambiente- como en Japón- mientras por otro lado abunda el consumismo más disparatado de unos a costa de la miseria más extrema de otros. Tal cosa da lugar a un tremendo desequilibrio en todos los aspectos que no puede tener jamás un final feliz. Y la prueba la tenemos ante nuestras narices: estamos tocando fondo miremos donde miremos: economía, medio ambiente, trabajo, bienestar, libertad, justicia, todo se desmorona. Entonces, ¿con qué mejor nombre que el de Apocalipsis hemos de llamar a esto que sucede hoy a esta civilización de raíces podridas por la codicia y el deseo de poder?

Desorden Mundial

Se comprende que los responsables del viejo y permanente Desorden Mundial y sus domesticados medios de incomunicación no quieran ni oír hablar de esta palabra, y hasta no faltan intelectuales y payasos mediáticos que hacen mofa. Entre tanto, como las iglesias también callan, porque forman parte de la destrucción moral y de las multinacionales, la gente no se toma en tan en serio como debería este asunto de vital importancia. Tal es el grado de condicionamiento sociocultural en que nos movemos, que lo que ven nuestros ojos no es verdad hasta que no se nos dice por los oráculos del poder mundial o hasta que no nos explota una nuclear en la acera de enfrente.

Lo que dicen las profecías de los místicos cristianos, mayas, indios y egipcios coinciden en afirmar un cambio dramático y una renovación espiritual del mundo que estamos comenzando a vivir: un cambio de Era que nos traerá, tras el derrumbe de esta civilización sin futuro, una verdadera civilización donde florecerá la paz y la armonía. Cristo le llamó Su Reino de Paz, del que se anuncia como regente espiritual. Una Nueva Era que se anuncia ya sobre las ruinas de esta. Será, esta vez sí, un Nuevo Orden Mundial: el Orden de la Ley de Dios en un Planeta que también se habrá regenerado y cambiado de vibración pasados todos los malos tragos que aún aguardan para dar cobijo a una nueva humanidad que residirá entonces en un Planeta que se habrá sacudido nuestras basuras y elevado su nivel de vibración. La Tierra, ser vivo que evoluciona como todo en el cosmos, hacia estados de vibración más altos tendrá una materia sutil que la presente que cobijará a una nueva humanidad más evolucionada y acorde con esa nueva vibración. ¿Cuántos de los que estamos aquí la veremos? Esa es nuestra decisión, y esta existencia, nuestra oportunidad para cambiar en nuestro interior todos aquellos programas negativos que obstaculizan nuestra evolución y con los que hemos contribuido en mayor o menor medida a la construcción de este mundo cada vez más contaminado, más injusto, más violento y más amenazador.

Mientras se cumplen las profecías…

Hemos puesto en marcha tales fuerzas negativas que no es posible controlarlas con medidas externas. Ya no hay remedio. Igual que sucede a un cuerpo muy enfermo, solo podemos poner algunos parches superficiales, no curar una enfermedad que ha invadido todo el organismo sin un antídoto de efecto general, que debería partir del cumplimiento de leyes tan universales como los Diez mandamientos, que recomiendan, desde la ley del amor universal, el no matar, no robar, no desear lo de otros, no mentir, no calumniar, que convertido en positivo puede resumirse en la Regla de Oro: Lo que quieras que te hagan a ti, hazlo tú primero a otros, o : No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti.

Nosotros pusimos el virus y no hemos sabido o querido encontrar el antídoto y curar al enfermo: el Planeta Tierra y todas sus formas de vida. Ahora, todos estamos contaminados. Basta un simple análisis de sangre para encontrar que cada uno tenemos dosis diversas de basura química presente en nuestra comida, en el aire que respiramos y en el agua que bebemos. Y encima compramos porquerías con nuestro trabajo y las consumimos fiándonos de lo que nos dice la publicidad. El Planeta se ha convertido así en un basurero gigantesco al que no cesamos de añadir nuevas toneladas diarias de residuos atómicos, plásticos, metales y todo tipo de chatarras de las que algunas, como las radiactivas precisarán cientos de miles de años para degradarse. Un simple plástico puede tardar entre doscientos y quinientos años para ese proceso.

Según un reciente estudio, si cada habitante de este mundo consumiera y contaminara como un español medio, se precisarían dos planetas como este para soportar esa agresión. Ahora traslademos estos mismos datos a países más ricos como EEUU, Alemania, Francia o Inglaterra, donde los niveles de consumo-contaminación son mayores. Y tenemos gente en la cola de espera: todos los países emergentes quieren consumir.

La madre Tierra

Mas la madre Tierra es un ser vivo mucho más fuerte que cualquiera de sus peligrosos huéspedes y se revuelve en un claro proceso de auto- regeneración, poniendo en marcha sus inmensas energías para sacudirse el daño producido por los inconscientes hombres y así purificarse. La Tierra se rebela: las catástrofes naturales se suceden. La Tierra se sacudirá de encima esta civilización y toda su chatarrería y cada uno cosechará lo que le corresponda según la ley universal de siembra y cosecha.

Se desconoce el tiempo exacto que nos permitirá salir a una nueva Tierra, a una Tierra regenerada donde solo podrán habitar seres esta vez más respetuosos con su Planeta y con las leyes de Dios. Desde luego no podrán tener cabida en él, por la ley de Causa y Efecto, los que dañan al Planeta en esta existencia. Lo que sí se sabe por lógica es que en esa nueva Tierra no tendrán cabida gentes con viejas vibraciones mentales, como los partidarios de la espada, los contaminadores, o los ricos y explotadores, sino los que trabajan por la igualdad, la libertad, la justicia, la hermandad, la unidad y la paz. Este es el mensaje de Cristo para Su Nueva Era y que acogerán sin duda los partidarios de la verdad, los que se reconocen en el Hijo Pródigo de la parábola y dan la vuelta, los que se saben hijos de Dios y se esfuerzan en vivir según Sus leyes.

Siempre se dijo que el mensaje de Cristo era revolucionario, pero observando cómo piensan, viven y actúan las iglesias oficiales que se dicen cristianas, es imposible hallar rastro alguno de revolución espiritual ni de ninguna clase, sino de todo lo contrario: de involución doctrinal, de satanismo activo y de burla a Cristo. Tampoco ellos tienen la solución. La tenemos cada uno de nosotros. Un grano sí que hace granero.