Ser valiente - Reflexión

Ser valiente es no tener miedo. Entonces, ¿en qué consiste la valentía? Pareciera que la cultura del sometimiento en para una sociedad de mensos.

MAURICIO AMAYA

LA VALENTIA

Dicen, que ser valiente es no tener miedo. Entonces...

¿En qué consiste la valentía?

Pareciera que la cultura del sometimiento en una sociedad de masas en que se ha convertido la especie humana, es crear miedos: Miedo del gato, miedo de pasar por debajo de una escalera, miedo a ir al infierno. Al final, miedo a vivir.

Qué falta de ternura, qué falta de amor.

Niño... Que eso no se hace, que eso no se toca

HISTORIAS DE MIEDO

No recuerdo muchos miedos en mi niñez. Todo era posible. Nada estaba vedado en mi concepción desprevenida de la vida. Quizás un inmenso respeto por ciertas órdenes de mis padres. Naturales, diría ahora. Creo, buscaban un poco de seguridad ante el posible peligro de que algo pasara, siempre dramático en su imaginación de posibilidades desastrosas.

Y algo se debía pegar.

¿VERSE LO QUE NO ES?

Sin embargo, corría en mi bici, a más de 100, por un corredor estrecho, en mi casa, de esas amplias de entonces. Sin temor. Llevaba el timón de mi bici y, no sabía, de mi vida, o al menos, creía, de evitar el dolor, que no presentía. Infante, veía motas como de algodón que flotaban, me absorbían, no me permitían respirar, en una fiebre de 40 o más grados. Era un mundo irreal en una tarde/noche lluviosa, de rayos y centellas.

FANTASMAS EN RATOS DE DELIRIO

Gritaba, con gritos de niño que sentía que eso no era algo de la seguridad de mi pequeña realidad que en esa edad me correspondía. Mi miedo de la falta de realidad de la que me enseñaron, faltaba. Tampoco entendía, en mi delirio, la falta de Dios. Mi vecino, un infante mayor, de mayor estatura, me tenía atemorizado. No podía salir a la calle de mi cuadra porque aparecía, no sé de dónde, y me amenazaba y intimidaba.

SIN ALTERNATIVAS, METÍ LA MANO EN LAS FAUCES DEL LEÓN
AL QUE TANTO TEMÍA

Decidido, no recuerdo, salí a la calle y él me esperaba. Lo reté. Él se reía. Lo reté, más risas. Me dijo que era un marica, le respondí que quién era mejor, si un marica o él. Nos trenzamos a puños en que se formó un ruedo de personas que pasaban casualmente por la calle y nos alentaban a la reyerta. Pronto él no aguantó mi terrible agresividad. Salió corriendo a su casa, enfrente de la mía. No contento, cerca había una carpintería que producía una gran cantidad de aserrín. Fui y tomé una manotada del producto, lo llamé y salió a la ventana, protegido de mis puños por una reja de madera de casas antiguas. La manotada cayó en sus ojos. Grave disturbio entre las familias. Pero, carajo, me lo quité de encima. Nunca más volvió a molestarme.

EL TEMOR DE DIOS

Pero mi educación era católica. El temor de dios (con minúscula), me abrazó. Cuando Dios es amor, me decían en medio de tanta contradicción. Escuchaba y escucho hoy con la misma apología del temor, que dios (con minúscula) castigaba mis pequeñas faltas hasta con la condenación eterna.

MI TEMOR A LA CANDELA DE LOS INFIERNOS
ME OBLIGABA A SER UN PECADOR.

Llegó la primera comunión y debía arrepentirme de todo. Debía confesar, algo, lo que fuera. No encontraba en mi conciencia lo que le debía decir al cura. Infante, no comprendía. Imposible decirle que no era pecador, porque todos nacimos en pecado y somos débiles. Creo, algo me inventé o muchas cosas, aconsejado, las sentía como pecados, varios de ellos mortales, según me los clasificaban. Recé, finalmente, como 3 avemarías y algo más y la promesa de nunca más volver a pecar, salvé mi alma. Pero no comprendía. Quizás, la valentía ni siquiera existía.

EVOLUCIÓN

Años más tarde, ya profesional, subía con mi esposa embarazada en mi flamante R4 por la vía a Buenaventura al denominado Kilómetro 18 desde Cali. Eran eso de las 4 p.m. cuando la gente volvía a la ciudad formando una cola continua de carros mientras nosotros íbamos solos hacia arriba. En una de las pocas rectas de la vía, los que bajaban del lado de la montaña y nosotros bordeando el precipicio, en ese instante vertical con caída de más de 100 metros, noté que un camión de esos de 5 toneladas se abría, seguramente para adelantarse a otros. Venía muy veloz directamente hacia nosotros y no se metía en la fila ni paraba. Supe que no había alternativa porque definitivamente nos iba a dar de frente. Por el rabillo del ojo noté una muy pequeña bahía a borde del precipicio, aceleré y me metí rápidamente allá coincidiendo mi frenada con el viento del camión que, rozando, pasó por el lado como una exhalación….. una de las llantas delanteras había quedado la mitad al aire… mis piernas temblaban, no me respondían siquiera para meter el cloche.. durante 10 minutos tomamos aire y buscamos la forma de devolvernos.

Me hago largo en el anecdotario. Las historias son repetitivas. Llenas de esas inmensas contradicciones que no tienen explicaciones. Llenas, si, de sentimientos y sensaciones. Educado en un medio religioso inmensamente enriquecedor, los jesuitas completaron un proceso de reivindicación con la vida, la valentía y los temores.

ME LLENÉ DE IMÁGENES QUE ME DABAN ESPERANZAS
Y ME HACÍAN VALIENTE ANTE LAS DIFICULTADES

Hacían mella la educación acumulada de primaria + bachillerato (en ese entonces) y universitarios. Y los temores cuotidianos constantemente invaden la vida a los que nuestra cultura y educación nos enseñaron. Temor a las enfermedades, temor a quedar mal, temor a las oscuridades, a los ruidos, a los pequeños gatitos. Si supieran los humanos el temor de los ratoncitos cuando nos ven histéricos frente a ellos, con escobas y cara de asesinos implacables. Y más allá del temor ante el peligro de una agresión incontrolable natural o endémica, ante todo, nos han impregnado en lo más profundo el temor a la muerte.

LA MUERTE OSCURA Y TERRIBLE,
NO PARECE SER NATURAL

Aún por encima de la soledad, de la incapacidad para desenvolverse en lo cotidiano,
de la posibilidad de una vida sin dignidad.

PERDER A DIOS NO ES ALTERNATIVO

El mayor temor es no poder morir con dignidad. Temor a sobrevivir, obligado, por el temor a Dios. Si Dios nos da la vida, es el único que nos la puede quitar. La voluntad de la naturaleza, encarnada en Dios, se debe cumplir a cabalidad, sin alternativa. El sufrimiento, si llegare mientras se cumple la voluntad de Él, se debe tomar con alegría y como ofrenda a quien es nuestro Padre. Pero, además, se corre el peligro de ir a los mismos infiernos si aplico mi libre albedrío, dicen de esa capacidad que no se aplica en la determinación más importante de la vida: morir, con dignidad.

EN EL INFIERNO SON MEJORES QUE LOS NULE

Lo mejor es encomendarse a Dios y pedir que Su Voluntad sea la que uno quiere y así, creyendo en que Él nos hará caso, redimir temores y volver a la placidez de una vida cristiana.