La responsabilidad - Reflexión

La gran responsabilidad ética del hombre es ser feliz. La gran responsabilidad moral del ser humano es promover el desarrollo de las sociedades.

MAURICIO AMAYA

CAMBIEMOS NUESTROS PARADIGMAS

La gran responsabilidad ética del hombre es ser feliz. La gran responsabilidad moral del ser humano es promover el desarrollo de las sociedades, de la gran sociedad humana, en términos de alegría, de felicidad de todos sus componentes. Todo lo anterior, por encima de la responsabilidad ética y moral, es la gran responsabilidad planetaria o universal no solo de evitar que el desarrollo de la naturaleza se destruya, sino de crear las condiciones necesarias para que su evolución se logre en armonía con las leyes de la naturaleza.

Necesitamos un cambio radical de paradigmas para organizar en forma adecuada los valores y principios que tienen que regir el comportamiento humano. El individualismo, el arte de anteponer lo propio por encima de lo social y de las leyes de la naturaleza, ha causado los grandes desequilibrios sociales y ambientales del mundo en que vivimos. Los síntomas catastróficos de éste comportamiento los vivimos hoy en un proceso de deterioro que ya se antoja irreversible, en punto de no retorno.

La precedencia de los propósitos individuales sin responsabilidad social y universal, han roto la estructura de un planeta que se ha vuelto inviable a punta de la búsqueda irracional de la satisfacción personal que se vuelve efímera en la medida en que afectamos el entorno humano y ambiental. Estamos creando las mejores condiciones para que nuestros congéneres sean nuestros enemigos y no nuestros aliados y que la naturaleza responda, en búsqueda del equilibrio que destruimos, con ajustes que se convierten en catastróficos.

No existen alternativas. O cambiamos nuestros paradigmas de concepción del mundo y de nuestras relaciones con el entorno o no lograremos desviar la ruta hacia la catástrofe universal creada por nuestras acciones. Y, considero que no tenemos la capacidad para hacerlo.

LA GRAN IRRESPONABILIDAD

Cómo decir que los milagros no existen o no han existido.

Pensaba, en mi restringida capacidad, que quizás se podrían explicar por una excepción estadística. Quizás aquello de que la excepción confirma la regla de la cotidianidad. De hecho, un evento milagroso es aquel que se sale de lo que racionalmente entendemos o concebimos que pueda pasar. Posiblemente le agregamos ciertos elementos místicos de imploración o invocación de que ello ocurra y reconocemos en quien lo suplica la capacidad para hacerlo.

Creo que muchas veces equivocamos el discurso y pedimos en el lugar equivocado, como hacen los católicos tan poco cristianos y tan paganos, que buscan en personas definitivamente ejemplares, como tantos santos, la conexión, olvidando al que todo lo puede.

Pero, tantas veces en nuestra cotidianidad, encontramos milagros, quizás, en la misma proporción que frustraciones. Alegamos hechos extraordinarios en la ordinariedad. Una llamada, un encuentro, un evento inesperado, una facilidad, una agilidad en algún proceso. Todo nos parece que podía ser diferente y que, gracias a Dios, o a cualquiera otro, salimos adelante con satisfacción.

Alguna vez, y coincido con historias de LA ILUMINACIÓN, algunos me solicitan interceder ante Dios para que alguien se alivie, le salga lo que necesita, consiga sus propósitos. Por condescendencia, acepto la misión, no sin antes pedirles que, ante todo, si es que dios es Dios, se debe aceptar su voluntad. Me explico: No nos corresponde a los humanos decidir sobre las cosas que para el Universo es lo más conveniente. Posiblemente sea que el elegido muera. O que no nos ganemos lo que pretendemos. Nuestra humildad debe ser coincidente con el respeto que le tengamos a Él, si es que dios es Dios: hágase Tu Voluntad, con inmenso respeto e inmensa humildad.

Porque es que si de milagros, un poco de política, hay multiplicaciones comparables con las de Cristo con mesías comparables en efectividad realizadas por nuestros coterráneos, diría que el de Salgar supera a los de Belén.

Cristo multiplicó panes y pescados en reuniones que no debían ser tan significativas como las de nuestro prócer. Él, el de Salgar, multiplicó por millones los desplazados (5), los desparecidos (cientos de miles), los falsos positivos (asesinatos de decenas de miles), los seguidores (80 y más %). Tremendo mérito si se tratara de multiplicar los efectos de sus súplicas y decisiones. Debería, el Papa (lo pongo en mayúscula para diferenciarlo del tubérculo), acreditar sus méritos y colocarlo en el listado del santoral.

Milagros, milagros. Cuánto diera porque me lo hiciera con el Baloto con decenas de miles de millones a ver si pago las deudas. Pero eso caerá en la costa, en más de uno, por milagro.

El milagro es lo más pagano de nuestra frustración ante la incapacidad para afrontar la vida. Es la lotería de lo que no somos capaces de hacer por nuestros propios méritos. No creamos en milagros y amemos lo que Dios nos dio. Disfrutemos de nuestro cotidiano vivir con el cariño de reconocer las enormes virtudes de lo que nos rodea.

Ahí está Dios, sublime, omnipotente, amoroso, cotidiano de todos los días que nos suplica méritos personales y ante todo sociales, para que realicemos la gran responsabilidad ética del hombre que es ser felices.