La iluminación espiritual

¿Quien programa su vida?

PATROCINIO NAVARRO

Imagen; ¿Quien programa su vida?; Patrocinio Navarro

LOS PROGRAMADORES

La pregunta que da título a esta reflexión que deseo compartir con ustedes parece una pregunta atrevida. Seguramente algunos de los que leen este artículo sonreirán con autosuficiencia pensando tal vez que esa pregunta no va con ellos. Pues ¿Acaso no somos dueños absolutos de nuestros actos y soberanos de nuestros pensamientos? Argumentarán.

¿Están en lo cierto los que afirman su soberanía personal?

Si nos retrotraemos por un instante a los primeros años de nuestra niñez, caemos en la cuenta de la cantidad de normas que fueron convertida en hábitos e interiorizadas como la forma correcta de vivir tanto en nuestro entorno familiar como en la escuela o en la iglesia. Y de paso puede ser que descubramos algo importante: que esas normas que teníamos obligación de aceptar nos estaban programando la mente y de paso las emociones y conductas. Y algo más: entre las normas de casa y las normas de la escuela y las de la iglesia había contradicciones. No sabíamos que esto conduciría luego a muchos al descreimiento y al escepticismo, a la vez que aceptábamos sin discutir todas las tradiciones y fiestas en cada uno de esos ámbitos, desde la insensatez del Rocío al Toro de la Vega; desde el espectáculo político al taurino, desde el bautismo a la primera comunión o a la boda en la iglesia. Todo eso puede llegar a ser visto como normal, tan normal como los accidentes de tráfico, las enfermedades, las guerras, el hambre y tantas otras cosas que ocupan las páginas de diarios. Y ver como normal todo eso por ser cotidiano, demostraría el éxito de nuestros programadores.

Tres programadores de nuestras vidas.

En nuestros primeros años se nos programó desde tres polos con diferentes visiones del mundo (la personal, la socio-cultural y la religiosa) representados por ese orden por el padre o la madre, el maestro o maestra y el cura de la parroquia. De cada uno recibíamos mensajes contradictorios, y entre ellos había muchas incompatibilidades, mucha hipocresía y numerosas mentiras protegidas por el principio de autoridad indiscutible en cada uno de esos ámbitos. Pero todas sus normas y basuras, interiorizadas con todas sus contradicciones, se proyectarían finalmente en nuestra vida social personal y en nuestra participación en las tradiciones culturales, políticas o religiosas asumidas como válidas, indiscutibles, normales... y propias de una "persona decente". Así que una persona decente viene siendo frecuentemente una persona domesticada al gusto de los programadores.

Obligados a vivir entre la contradicción y la hipocresía.

Desde niños, sumergidos entre la doble moral y el miedo a la autoridad en los años más receptivos de nuestras vidas, estábamos siendo preparados para aceptar que el mundo debía ser así, que era inevitable aceptar una autoridad superior a la de Dios en nuestras vidas, que era inevitable estar atado y sometido sin rechistar a alguna familia, que era inevitable aceptar la doble moral, la dictadura del qué dirán y la dictadura de los que defensores de la idea del infierno. En definitiva, habíamos sido programados para ser sumisos, miedosos y a la vez escépticos ante lo nuevo. Y desde entonces, como sucede con las vacunas, se nos inoculan a diario dosis de recuerdo a través de los medios de comunicación convencionales, convertidos en oráculos de los diversos programadores del mundo y de nuestras mentes y conciencias: los ricos, los clérigos y los políticos.

Tan complejo y enfermizo mosaico de agentes patógenos solo puede producir mentes debilitadas, inseguras, resignadas y desequilibradas en general, lo que hace posible la existencia de enfermedades mentales, crisis existenciales, políticos autoritarios y religiones fanáticas. Pero no solo, porque aquí vienen ya los programadores extras de los que nunca se habla.

De lo que nunca se habla es de la influencia telepática que permite a personas o almas desencarnadas el acceso a nuestro mundo de pensamientos y sensaciones por el principio de que los semejantes se atraen, lo que podría convertirnos en auténticas marionetas de otros si no estamos despiertos espiritualmente. Esto explicaría entre otras razones, por qué un partido ultraconservador sigue teniendo el favor de las mayorías, o por qué una persona puede inmolarse invocando al mismo Dios, o tener inclinaciones o conductas que ni ella misma se explica. Y es que está sirviendo de instrumento de otros.

Una de las peores paradojas de nuestro mundo es esta de aceptar sin rechistar las reglas del juego de los mismos que nos ganan todas las partidas, admirar sus cualidades, minimizar sus felonías y trampas, y, lo que es aún peor en el fondo: querer ser como otros que consideramos mejores. La envidia juega un papel importante en estas cosas.

La envidia

La envidia, principio detonante de la Caída, sigue imperando en esta Tierra, y desterrarla de nuestras vidas es una de las más duras batallas, que una vez ganada nos abre las puertas al reino de la libertad interior, que es donde comienzan todas las libertades y la única condición que hará posible un nuevo mundo. Sin esa libertad, que nace del cumplimiento de la voluntad divina por encima de la del ego seducido y sometido, nunca cambiará este mundo por más programas políticos, económicos o religiones que se presenten como guías salvadores prometiendo lo que nunca cumplen.


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