La iluminación espiritual

Ni reyes ni magos

DESTRUCTORES DE LA INFANCIA

Una de las primeras desilusiones que auguran el fin de la edad de oro de la infancia es el descubrimiento de que los reyes magos son los mayores de la casa. Cruel descubrimiento, sin duda, porque se da uno de bruces con la verdad desnuda sin haber sido preparado y coincide generalmente con el principio de la edad de la razón, que bien empleada será algo positivo, pero eso para mayor desgracia va a ser cosa de minorías adultas. No hay más que ver cómo se resiste la Iglesia y el mundo del comercio y los negocios festivos llevados por su infantilismo y su amor a las cajas de caudales a dejar de empujar a los forofos de las tradiciones que ellos mismos pusieron en marcha seguramente para consuelo de sus propias infancias malogradas.

Desfiles de carrozas con los famosos tres reyes que sonríen y saludan a los pequeños desde sus tribunas móviles rodeados de paquetes de regalos traídos del lejano país de la fantasía oriental, procesiones sinnúmero en todo el mundo llamado cristiano, caritas embobadas de inocentes pequeños, son el resultado de ese complot contra la verdad orquestado por quienes manejan las mentes colectivas.

¿Y cual era la verdad? Ay, otro palo para la infancia: que los Reyes Magos ni eran reyes ni magos; que eran personas espiritualmente avanzadas, sabios, astrólogos que fueron a ver a un recién nacido en un establo para rendirle tributo en la conciencia de hallarse ante el mayor acontecimiento cósmico y espiritual en este mundo: el nacimiento del Hijo del Rey del Universo.

Pero ¿quién es espiritual, cree en la astrología o es amante de la sabiduría? ¿La Iglesia? ¿Los fabricantes de juguetes? ¿Los comerciantes?... Ay, el mito de los reyes magos tiene cuerda para rato. Al menos que el adulto crítico, que no ha sido abducido por los vendedores de escapularios, de biblias y de tecnología descubra de golpe, como lo hizo en su infancia eso de que ser rey y ser mago es al fin y al cabo algo tan incompatible como ser rey y morirse de hambre en una de esas fronteras donde los niños que huyen de la guerra y de la miseria, acompañados o solos, cuyo sueño dorado es tener un hogar con amor, paz y pan, también dejaron de creer en los reyes magos y eso está bien, lo peor es que están en serio peligro de dejar de creer en la humanidad. Y eso sí que es grave. Entre tanto siguen desfilando las carrozas de esos reyes disfrazados, tan disfrazados como quienes les dirigen, que vienen a ser, en el fondo, los responsables de la infelicidad de esos cientos de miles de niños que miran desde el otro lado de las alambradas esperando su propio milagro.