La iluminación espiritual

Espiritualmente muertos y socialmente cómplices

POR: PATROCINIO NAVARRO

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IGLESIAS Y GOBIERNOS

Nuestro mundo se apoya en dos poderosas instituciones: Iglesias y gobiernos.

Las primeras necesitan fieles; los segundos, votantes. Tener bajo control a unos y otros es su máxima aspiración. Para conseguirlo, cada una de estas instituciones está dispuesta a superar cualquier obstáculo legal, moral, humanitario, espiritual, racional o de cualquier otra índole. Si surgen disidentes que pudieran entorpecer el funcionamiento de las Iglesias, se les amenaza, aísla, desacredita, expulsa, condena públicamente y se inventan tribunales de Inquisición y se les anuncia alguna clase de castigo eterno. Y si se trata de los gobiernos, es bien conocido cómo se las gastan con quienes se muestran radicalmente en contra y cuestionan sus principios: desde la ignorancia si son considerados poco peligrosos, a ofrecerles alguna prebenda para estar en sus filas; desde las falsas acusaciones y penas de cárcel si molestan bastante, hasta prácticas de terrorismo de estado si molestan hasta parecer insoportables.

CÓMPLICES Y A LO SUYO

En un juego de roles perfectamente diseñado siglo a siglo, las Iglesias se ocupan de las almas mientras que a los gobiernos les toca ocuparse de los cuerpos. Pero cada uno de ellos aspira al poder absoluto y siempre se producen interferencias, malentendidos, y a veces enfrentamientos pasajeros que siempre terminan en reconciliación, como nos enseña la Historia. Si uno se entromete en el campo del otro, enseguida es llamado al orden, como cuando un gobierno elabora leyes que contradicen las de las Iglesias o si una de estas hace declaraciones contra leyes gubernamentales. En esos casos, siempre se hacen componendas. Son como esos matrimonios obligados a entenderse donde si uno de los cónyuges cede ante las demandas del otro es a cambio de algo que le compense. El caso es que los papeles están más o menos repartidos para que este mundo funcione según sus deseos. Pero no son los únicos en este juego. Aquí hacen su aparición los ricos en sus varias versiones: empresarios, industriales, usureros, especuladores, rentistas, traficantes diversos y alguna más. Con todos ellos, el mencionado matrimonio institucional mantiene diversos grados de dependencia, colaboración y sumisión cuando conviene a unos u otros, en un difícil equilibrio entre sus poderes y sus intereses, aunque nunca con la verdad como referencia, sino con la astucia, la mentira y la hipocresía como fieles consejeras. Con el juego entre sí de estos poderosos caballeros, se cierra el círculo del poder mundano de alto nivel. Al menos del visible, porque hay otro en el que todos ellos se inspiran y les proporciona la energía negativa que les nutre.

Quienes dirigen las Iglesias llamadas cristianas cuentan -a quien quiere escuchar- que son imprescindibles para llevar a sus fieles con éxito al Más Allá del que cada una de esas Iglesias tiene su propio y celoso representante. Debería llamar la atención a sus seguidores el que siendo uno el mensaje de paz, amor y unidad de Cristo, exista tal diversidad de organizaciones que con el nombre de cristianas: católicas, ortodoxas, evangélicas, coptas y otras enormemente diferentes entre sí con sus jerarquías, credos y ritos propios.

NI PAZ, NI AMOR NI UNIDAD

Tan alejadas andan unas de otras que sus supuestos principios de paz, amor y unidad no son más que una cortina de humo que oculta deseos bien distintos. En el caso de sus mandatarios, vivir una vida principesca, gozando del máximo respeto que se concede a los más poderosos y de los privilegios económicos y sociales correspondientes a su supuesta alta misión. Pero esa misión no es servir a Dios, sino servirse de Dios para servirse a si mismos. Con ellos, la religión, que debería ser algo interno, una relación íntima, sencilla, sin templos y sin fórmulas con Cristo y con el Creador no es otra que la religión del ego, que busca poder, bienes y reconocimiento mundano. Por eso, bajo la envoltura de todo ese estudiado protocolo de ritos y ceremonias externas que practican las Iglesias no hay nada; es como un huevo vacío cuyo cascarón está decorado para deslumbrar y distraer. Y verdaderamente abundan artistas dispuestos a dar brillo y blanquear sepulcros.

NI TRABAJO, NI CASA, NI BIENESTAR

Por su parte, cada gobierno se anuncia igualmente imprescindible para asegurar a sus gobernados bienestar, seguridad, y todo aquello que se tiene como necesario por el común de las gentes. Nada de eso es su verdadero objetivo, pues este no es otro que el poder, el prestigio, el dinero. Y con ellos, reconocimiento y sumisión. El teatro, que suele oficiarse en el marco de los Parlamentos al igual que el de las Iglesias en sus templos, les funciona a todos bien cara a la galería, porque siempre existen los que acceden a dejarse llevar y por ello son considerados humanos ejemplares.

La democracia, forma de control popular con que adornan los ricos su poder real sobre los pueblos, está tan escasa o vacía de contenido social como de empatía con las necesidades de las gentes, a las que obstaculiza o priva el acceso a lo más elemental para la vida: trabajo bien remunerado, vivienda y acceso gratuito a sanidad y enseñanza de calidad y una cultura crítica. La escasez de estas medidas muestra el poder de los ricos a la vez que el escaso poder de quienes pretenden hablar en nombre del resto. Semejante situación crea un malestar crónico en el mundo que estalla en conflictos abiertos cuando los ricos y los políticos que les hacen el juego aprietan demasiado el cuello de los pueblos. Entonces, los pueblos gritan. Esto es lo que está sucediendo en Francia en este mes de Diciembre de 2018 que pasará a la historia como la segunda edición de aquel mayo del sesenta y ocho.

Finalmente, y para concluir: La distancia entre las Iglesias y el cristianismo es semejante a la existente entre democracias y Parlamentos. O sea: inmensa.


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